E-Pack HQN Sherryl Woods 1. Sherryl Woods

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E-Pack HQN Sherryl Woods 1 - Sherryl Woods Pack

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decir lo que pensaría Jake. Por eso decidió que se quedaría como estaba y que Thomas tendría que aguantarse. Así era ella… al menos en algunas ocasiones.

      –¿Quién era? –le preguntó Jake al pasar por delante cargando con dos plantas.

      –Thomas –respondió intentando calmar el tono de su voz–. Viene hacia aquí.

      Jake dejó las plantas en la camioneta y fue hacia su hermana.

      –¿Me quieres decir para qué viene?

      –Para echarnos una mano.

      –¿En serio? Casi hemos terminado. ¿Lo has invitado a venir?

      –No. Solo le he dicho lo que estaba haciendo y se ha ofrecido a ayudar. No es para tanto.

      Y cuando el coche de Thomas apareció y entró al aparcamiento, Jake dijo:

      –Me estoy perdiendo algo, ¿verdad?

      –Nada. Deja de sospechar tanto y se agradecido por la ayuda que nos va a prestar. Hasta podría ayudarte a llevar las plantas al jardín si se lo pidieras.

      –Ya he quedado con Will y Mack, que han prometido ayudarme, aunque eres muy generosa por ofrecerme los servicios de Thomas. ¿Lo haces porque te pone nerviosa estar a su lado?

      –No digas tonterías –dijo, girándose para que su hermano no viera cómo se había sonrojado–. Y por favor, calla, antes de avergonzarme delante de él.

      Cuando Thomas salió del coche, llevaba unos pantalones cortos y una camiseta, un atuendo mucho más deportivo del que habría llevado cualquier domingo para comer. La camiseta resaltaba sus amplios hombros y sus musculosos brazos. Su bronceado y su corpulencia eran la típica de un hombre que trabajaba al aire libre más que en un gimnasio.

      Aunque miró a Connie con una sonrisa, se centró en su hermano.

      –Jake, dime qué necesitas cargar.

      –Te lo enseño –respondió Connie–. Solo esto. Ya te he dicho que casi habíamos terminado.

      –Entonces así tendremos tiempo para un café –respondió él levantando los grandes contenedores como si no pesaran nada.

      En cuanto la camioneta estuvo cargada, le preguntó a Jake si necesitaba ayuda para descargarla en el lugar del trabajo.

      –No, pero gracias por la ayuda.

      –De nada.

      –Deberías irte –le dijo Connie a su hermano–. Solo te quedan unas pocas horas de luz para empezar. Ya sabes que al señor Carlson le dará un ataque si no ve algún avance hoy después de todo lo que lleva esperando por las lluvias.

      –Es verdad –dijo Jake, que seguía reacio a marcharse.

      Cuando por fin se marchó, Thomas se giró hacia ella.

      –Bueno, ha ido bien, ¿no crees?

      Connie se rio a pesar de su nerviosismo.

      –¿En qué universo? Mi hermano cree que hay algo entre los dos y no se va a quedar a gusto hasta que descubra lo que es.

      –¿Y hay algo entre los dos? ¿O soy yo el único que siente algo?

      Ella quería negarlo, darse más tiempo antes de explorar esos sentimientos que la invadían cada vez que estaba cerca de él. Respiró hondo y dijo:

      –No eres el único, pero tienes que admitir que da un poco de miedo. ¿O solo me da miedo a mí porque hace años que no salgo con nadie?

      –No, sí que da miedo –respondió él con sinceridad–. Porque conozco mejor que tú los peligros de estropear las cosas. La ira de toda la familia recaería sobre mi cabeza.

      –¿No sobre la mía? –preguntó ella con una sonrisa.

      –Soy mayor, soy un hombre, y todo el mundo sabe que soy un riesgo terrible. La culpa sería toda mía, sin duda.

      –¿Si va a ser tan terrible, estás seguro de querer arriesgarte? Mírame. Sin maquillaje, sucia de pies a cabeza y vestida como un chicazo. ¿Merece la pena?

      Como respuesta, Thomas se acercó y la besó. No fue el beso de dos personas locas de amor, no fue el preludio a una sesión de sexo desenfrenado, pero sí fue un beso delicado, tímido, el beso de un hombre intentando demostrar que sus sentimientos eran reales, un hombre esperando más.

      Cuando dio un paso atrás, había una sonrisa en sus labios y en sus ojos.

      –Vamos a tomar ese café, ¿de acuerdo?

      –Al menos tendrás que darme quince minutos para asearme un poco. Me niego a que me vean así en público. Me reuniré contigo en Sally’s o donde quieras.

      –¿No saldrás huyendo?

      –Puede que me estén temblando las rodillas y que esté dudando un poco, pero no soy una cobarde. Allí estaré –le prometió.

      –Bien, pero no tardes mucho, ¿vale? Creo que estás genial tal cual estás.

      –¿Es que estás quedándote ciego?

      Él se rio.

      –No. Te juro que hacía años que no lo veía todo tan claro.

      Una vez se hubo ido, Connie volvió corriendo a casa en lugar de entrar a la oficina a cambiarse. Tardó algo más de los quince minutos que había prometido, pero a juzgar por cómo se le iluminaron los ojos a Thomas cuando entró en Sally’s, el rato de más había merecido la pena.

      –Tienes el café frío, te pediré otra taza.

      Connie dudó que hubiera podido notarlo incluso aunque hubiera estado helado porque de pronto le parecía que dentro del local hacía demasiado calor. Intentó recordar una única cita en sus cuarenta y tantos años que la hubiera puesto tan nerviosa… Tal vez la primera que había tenido con Sam, aunque lo dudaba.

      Thomas estaba mirándola fijamente. Se acercó y le dijo:

      –Sé que cenamos hace unas semanas, pero para mí esto es más como una primera cita. Creo que estoy más nervioso que cuando le pedí a Mindy Jefferson que viniera al baile conmigo en octavo curso.

      Connie respiró aliviada.

      –Gracias a Dios. Creía que era solo yo.

      –Pero será cada vez más fácil.

      –¿Eso crees?

      –Solo tendremos que practicar hasta que lo sea.

      –Me gusta tu forma de pensar, Thomas O’Brien.

      Él le agarró la mano por encima de la mesa.

      –Lo mismo digo, Connie Collins.

      A Connie le resultaron muy reconfortantes la calidez y la rugosa

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