Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey
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Cassandra lo miró con aire intrigado, pero él no se dignó a seguir hablando, y ella tampoco quería parecer curiosa. Si lo que pretendía era sonsacarle algún tipo de información, había dado con la persona equivocada.
—Os mostráis insólitamente callada para ser una mujer de enorme ingenio, como dicen —dijo él de pronto.
Ella alzó la cabeza para mirarlo. Se encontraban en el pasillo que conducía al comedor, vacío a esas horas, lo cual era extraño.
—¿En serio? ¿Y quién lo dice?
Él alzó la mano y acarició su barbilla, provocándole un estremecimiento que no supo si fue de sorpresa o de placer. Pero no se apartó, temiendo que él lo considerara un gesto de rechazo deliberado. Sin embargo, tampoco quería que pensara que aceptaba sus caricias, de modo que, al cabo de unos segundos, dio un paso atrás y continuó andando hacia el salón, como él le había pedido.
—¿Os apetece acompañarme algún día a las ruinas de la abadía? Tengo entendido que es un lugar muy romántico. Vos y vuestra prima me lo prometisteis en cierto modo, pero creo que ella estará ocupada en adelante.
Cassandra pensó que aquella conversación, así como su mirada, se estaban tornando extrañas. No quería aceptar ese paseo si con ello iba a darle pie a pensar que aceptaba otro tipo de acercamiento. Se alejó con disimulo dos pasos y carraspeó.
—Creo que voy a ir a buscar a mi tío a su despacho. Tengo que comprobar si el menú es de su gusto. Si me disculpáis —se despidió con una reverencia, deseando que no se notara que casi corría.
Joseph la siguió con la mirada, lamentando haberse precipitado al dejar entrever su interés demasiado pronto. Era cierto que esa dama le interesaba, pero dudaba que perteneciera a ese tipo de mujeres con las que funcionaba la precipitación, y él temía haber sido demasiado torpe.
Benedikt la esperaba en el vestíbulo y a punto estuvo de abrazarla del alivio que sintió al ver que se encontraba sana y salva.
Cuando la había visto bajar las escaleras y dirigirse hacia Dios sabía dónde con Joseph, había estado a punto de seguirlos, sable en mano. Al final decidió hacerlo a una distancia prudencial e intervenir solo en el caso de que ella pareciera en peligro.
—No quiero que volváis a quedaros a solas con el bastardo nunca más. Jurádmelo —dijo en un tono quizás demasiado seco y dominante en cuanto la vio, apuntándole con un dedo.
Cassandra se detuvo con brusquedad y lo miró con una sonrisa burlona.
—Buenos días a vos también, sir Benedikt —dijo, pasando a su lado y evitando su mano por los pelos.
Él suspiró de impaciencia.
—No estoy bromeando, Cassandra. ¿Os hizo algo en el pasillo?
Ella casi le confesó que la había tocado y que le había propuesto una excursión a la abadía, así como lo incómoda que la había hecho sentir, pero prefirió seguir bromeando para aligerar su propio malestar.
—Cuidado, caballero, cualquiera pensaría que estáis celoso.
No supo si fue porque ella casi había dado en el blanco con sus palabras, ya que le había molestado sobremanera que Joseph la tocara y ella no se apartara, o por su mirada burlona, pero Benedikt le agarró el brazo con una fuerza excesiva dadas las circunstancias, y la acercó a sí hasta que sus miradas estuvieron a escasos centímetros la una de la otra.
—Olvidáis que Joseph y sus hombres también iban vestidos como nosotros la noche del baile —dijo él con voz ronca e innecesariamente agresiva.
Ella se zafó de su mano y se frotó el brazo allí donde la había tocado. No le había hecho daño, pero necesitaba hacer algo con las manos, algo que ocultara su temblor.
—Eso es absurdo —murmuró furiosa, incapaz de mirarle—, él se retiró mucho antes de que sucediera lo de mi prima. Si hay alguien de quien jamás podría sospechar, es de Joseph.
—Cassandra… —comenzó él—, no debéis fiaros de nadie.
Ella alzó una mano y la plantó ante su rostro.
—No, no quiero hablaros, no quiero veros. Si no debo fiarme de nadie, tampoco voy a fiarme de vos y de vuestro odio insensato por un hombre que no ha hecho nada malo. Dejadme sola, por favor.
Benedikt apretó los dientes, sin saber cómo defender su postura. Era cierto que tenía motivos para culparle de parcialidad, ya que no comprendía nada de lo que había ocurrido en Rultinia antes y durante la guerra. En cuanto al ataque de Iris, tendría que investigar si era cierto que todos los hombres de Joseph se habían retirado temprano, tal y como ella aseguraba.
—Lamento que penséis que pueda juzgar a un hombre por falsas premisas. Os juro por mi honor que todo lo que sé de Joseph está basado en pruebas, pero quién soy yo para intentar convenceros de nada —añadió con una risa irónica.
Cassandra no lo vio, pero escuchó el entrechocar de sus tacones antes de que él abandonara la casa, quizás rumbo a los establos.
—Los hombres y su honor… —masculló ella entre dientes, prefiriendo centrarse en su enfado hacia sir Benedikt que en la desconfianza que comenzaba a sentir en el interior del pecho. Porque, como él decía, empezaba a pensar que ya no podía fiarse de nadie.
Cassandra subió las escaleras hasta el piso superior para reunirse con su prima. Le había prometido reunirse con ella antes de la comida y acompañarla en todo momento, y por ahora le estaba fallando estrepitosamente. Estaba tan alterada por su encuentro con Joseph y su posterior discusión con sir Benedikt que no se dio cuenta de que Iris no estaba sola hasta que fue demasiado tarde.
—¡Oh, Dios santo! Lo… lo siento mucho —exclamó, volviéndose de espaldas al ver que estaba interrumpiendo una escena íntima entre la joven y el conde Charles, que la besaba de una manera nada fraternal.
Cogidos in fraganti, los dos se separaron como tocados por un rayo, aunque fueron incapaces de romper del todo el contacto entre sí, y permanecieron con las manos unidas.
—Cassandra, por favor. No vayas a pensar nada malo. Charles… el conde y yo…
Cassandra, sin volverse, alzó una mano y la agitó como para quitarle importancia a sus palabras.
—Siempre que tú hayas aceptado libremente sus atenciones, lo que hagas no es asunto mío, pero recuerda que estás en un lugar de paso público y que tu padre podría veros.
Iris soltó a Charles y se acercó a su prima, que parecía incapaz de mirarlos.
—Querida prima, no entiendo tu vergüenza. Creía que tú eras más mundana que yo en estos asuntos, y más todavía después de lo que vi anoche, a la luz del fuego. ¿Qué diría padre si supiera que estuviste con un hombre en camisa en mi dormitorio? —le susurró al oído con una sonrisa casi demasiado inocente.
Cassandra abrió los ojos de par en par y se volvió hacia ella, las mejillas encendidas en rubor. ¿Era posible que Iris hubiera presenciado el momento en que sir Benedikt y ella habían estado a punto de…?
—¿Cómo