Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey
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—Vuestra prima parece feliz, y también Charles. Todo ese asunto de la Dama Blanca ha sido una buena jugada por su parte.
Cassandra sintió que la ira la invadía. Al parecer, creía que Iris había planeado todo aquello para conseguir que Charles se decidiera a adelantar la boda. ¿Ese hombre era al que sir Benedikt consideraba justo? Si de verdad pretendía que él intercediera por Iris, pensando que la creía capaz de inventar estratagemas con tal de atrapar a un marido, dudaba que pudieran contar con él para hacer justicia.
Sus ojos buscaron inconscientemente a sir Benedikt como si este tuviera la culpa de las palabras que acababa de escuchar pronunciar a su señor y maldijo en su interior. De hecho, le faltó muy poco para decir algo muy impropio de una dama, pero se tragó las palabras al ver que su tío iba hacia ellos.
—Es una lástima que el conde no os haya elegido como padrino, Alteza —comenzó el anciano.
Cassandra aprovechó para despedirse. No creía poder soportar una charla entre su obsequioso tío y el príncipe, sabiendo lo que él pensaba sobre Iris. Se dirigió hacia su prima, que todavía charlaba con sir Benedikt.
—Ahí viene mi prima, señor. Estoy segura de que le encantará escuchar lo que pensáis sobre ramos de novias.
Él se sonrojó al ver la mirada interrogativa de Cassandra, a la que todavía no se le había pasado el enfado por las palabras de Peter. Hacía días que no hablaban y era una pena que la primera conversación que fueran a tener versara de algo tan absurdo. Cuando la miró, su furia era tan evidente que se preguntó qué le habría dicho Peter para hacer que sus ojos lucieran con ese brillo y sus mejillas estuvieran sonrojadas. ¿Acaso nadie más notaba que apenas podía contenerse para no gritar?
—No sabía que un hombre tan contrario al matrimonio como vos pudiera tener formada una opinión sobre un tema semejante —dijo tomando la copa que le ofrecía su prima y probándola sin fijarse siquiera en el contenido. Sus ojos se abrieron de sorpresa y estuvo a punto de escupir al notar el sabor del coñac—. Con franqueza, Iris, sé que quieres que sir Benedikt y yo nos llevemos bien, pero no hace falta que me emborraches para ello. Ni borracha llegará a gustarme jamás.
A pesar de que debería sentirse molesto por el hecho de que se riera de él, Benedikt no pudo evitar una sonrisa burlona. Era la primera vez que intercambiaban algo más que saludos tirantes desde el día en que le había pedido que no hablara con Joseph y el solo hecho de tenerla a su lado le hizo sentir una inexplicable calidez en el pecho. Se preguntó si más tarde podría intercambiar un par de palabras con ella a solas sobre sus progresos en la investigación del asunto de Iris. O sobre su falta absoluta de progresos, más bien.
—Un hombre de mundo debe tener una opinión formada sobre todo, mi señora. Y, como le estaba diciendo a vuestra prima, creo que un ramo de azahar será la solución perfecta, ya que representa la pureza —respondió ahogando una sonrisa, y evitando toda alusión a sus hirientes palabras, pues sabía que no eran ciertas. Por mucho que ella fingiera lo contrario, sabía que había cierta afinidad entre ellos y algún día tendría que admitirlo.
Tanto Iris como Cassandra lo miraron con pasmo, asombradas de que un hombre como él perdiera el tiempo hablando de flores y su significado oculto. A Cassandra no se le pasó por alto que él no hubiera hecho lo mismo por cualquier jovencita a punto de casarse. La cuestión era si lo hacía solo porque Charles era su mejor amigo o por algo más. Y tampoco se le pasó por alto el hecho de que había preferido evitar una confrontación directa y se mostraba amable y educado cuando ella le había insultado.
Como si leyera sus pensamientos, Benedikt la miró y le preguntó su opinión.
—Como buena conocedora de las flores y amante de la jardinería, seguro que tenéis alguna sugerencia para el ramo de vuestra prima.
—Todo el mundo sabe que odio mostrarme de acuerdo con vos en algo, pero en esta ocasión debo daros la razón, sir Benedikt —respondió Cassandra sin poder evitar una sonrisa—. Creo que el azahar será perfecto.
—¿Perfecto para qué? —intervino Charles tomando la mano de su prometida, que lo recibió con una sonrisa arrobada. Era obvio que había olvidado la angustia de esa mañana, cuando creía haber visto a la Dama Blanca.
—Sir Benedikt está diseñándole el ramo a la novia —dijo Cassandra con sorna.
Charles rio.
—Es obvio que tenemos que buscarte una actividad peligrosa, amigo, empiezo a pensar que Peter tiene razón y te estás convirtiendo en una vieja matrona. Dentro de poco te encontraré bordando con las mujeres.
Cassandra apretó los labios ante el desafortunado comentario del conde, pero no quiso llamarle la atención delante de su prima ahora que esta parecía más tranquila. Se disculpó alegando cansancio y enfiló el pasillo rumbo a su dormitorio. La tensión del día la había agotado y estaba deseando poder retirarse para descansar.
—Disculpad las estupideces que dice. Es joven y feliz, no se da cuenta de que a veces no es oportuno.
Cassandra se detuvo y se volvió hacia sir Benedikt, que la había seguido y la contemplaba, apoyado contra la balaustrada de la escalera. Descendió en silencio los peldaños que la separaban de él y le pidió que la acompañara hasta la biblioteca, pues temía que todo lo que tenían que decirse llegara a oídos indeseados.
Hacía frío allí. La chimenea hacía rato que se había apagado, y Cassandra se estremeció sin poder evitarlo. Se envolvió en su chal y lo miró reavivar las llamas con destreza.
—Os parecerá absurdo, pero el frío y la lluvia son dos de los motivos por los que dejé Escocia.
Ella lo miró con incredulidad.
—¿Habláis en serio?
Él rio.
—¡Oh, sí! Debo ser el único escocés del mundo que odia el frío y la humedad. Todo un desprestigio para la raza norteña.
Cassandra sonrió sin poder evitarlo. En ocasiones así parecía imposible permanecer seria, y no solo porque él la miraba con aquella sonrisa que la desarmaba. Al darse cuenta de que lo estaba mirando fijamente y con algo cercano al arrobo, apartó la mirada y le preguntó si había avanzado algo en sus averiguaciones.
La sonrisa en su rostro se borró al instante.
—Lamento decir que no he podido averiguar nada. Al parecer es cierto que todos los hombres de la guardia partieron aquella noche con el príncipe, he podido confirmarlo. Los demás invitados vestidos igual eran los hombres de Joseph, pero todo el mundo afirma que se retiraron temprano. Estamos ante un callejón sin salida. Solo vuestra prima podría reconocer a ese hombre, y para ello tendría que hablar con él.
—¡Nunca! Para ello tendría que enfrentarse a su atacante, y no estoy dispuesta a ello.
Benedikt frunció el ceño y se acercó a ella hasta que los separaron apenas un par de metros.
—Os aseguro que yo jamás la pondría en riesgo a propósito.
Ella esbozó una sonrisa feroz.
—Vos mismo me dijisteis que no confiara en nadie. ¿Por qué iba a confiar en vos?
—Maldita sea, olvidaos