Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey
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El príncipe asintió.
—De vez en cuando lo afligen terribles dolores de cabeza. Según él, es un mal familiar que también aquejaba a su madre, y le deja postrado a veces durante días. En general se recupera tras descansar y dormir unas horas. No tenéis de qué preocuparos, no es nada grave. Sus criados de confianza cuidan de él, Joseph no desea que nadie más se haga cargo de sus cosas.
El anciano decidió dejar pasar el espinoso tema y se volvió hacia Charles y Benedikt, que habían llegado ya al salón y se dirigían hacia ellos.
Los recién llegados saludaron a los presentes con una reverencia y agradecieron la hospitalidad de su anfitrión con amables palabras.
—Siempre es un placer para mí recibir tan agradable compañía, caballeros, como ya le dije a vuestro señor. Alguien que ha luchado como vosotros por defender nuestra patria y otras del yugo de esa rata infecta de Napoleón no merece otra cosa que honores, y yo haré todo lo que esté en mi mano para ofrecéroslos.
—Sois muy amable, lord Ravenstook —respondió el conde Charles con cierto embarazo, sin poder evitar que su mirada se desviara hacia Iris, que disimulaba su interés por la conversación comentando el menú con su prima.
—En absoluto, conde —siguió lord Ravenstook, ajeno al mudo duelo de miradas entre ambos jóvenes—. Os merecéis eso y mucho más. Es por eso por lo que he pensado en ofreceros un baile de disfraces, ya que supongo que unos jóvenes como vosotros habréis echado de menos las diversiones mundanas entre batalla y batalla.
Iris emitió un gritito de alegría que dejó en evidencia que estaba más que pendiente de lo que se estaba tratando entre ambos. El conde Charles sonrió y la joven, al notar la calidez de su sonrisa y de su mirada, se sonrojó y bajó la vista.
Benedikt puso los ojos en blanco, no había cosa que odiara más que los bailes de disfraces. Su mirada se paseó por los demás integrantes del grupo, notando que Cassandra Ravenstook parecía como mínimo tan feliz por la idea como él.
—Yo aceptaré encantado si estas hermosas jóvenes me reservan un baile cada una —dijo el príncipe con una galante reverencia.
—Será un placer para mí, Alteza —respondió Iris que, sin embargo, no lo miraba a él al responder.
—¿Y vos, Cassandra, me concederéis el honor de bailar conmigo? —preguntó Peter con una sonrisa bailándole en los labios.
La joven morena lo saludó con una reverencia graciosa.
—Quizá dejéis de pensar que es un honor cuando ya no sintáis los pies a causa de mis pisotones —respondió, con un tono tan serio que Peter pareció desconcertado durante unos segundos, antes de romper a reír a carcajadas.
—Cualquiera diría que moveríais los pies con tanta agilidad como la lengua —comentó Benedikt con un guiño de sus ojos verdísimos.
—Lástima que nadie moviera el sable con tanta ligereza como vos movéis la vuestra —replicó Cassandra con una sonrisa que fingía dulzura, aunque sus ojos traslucían una fiereza tal que incluso lord Ravenstook pudo ver las chispas de animosidad en ellos.
Benedikt frunció los labios de disgusto y se llevó una mano al costado en un gesto inconsciente mientras trataba de morderse la lengua para no responder a semejantes palabras.
—Haya paz antes de la cena —dijo lord Leonard Ravenstook alzando las manos, pidiendo una tregua—, no querréis que Ursula se enfade y decida servirnos el pudin frío. Todo el mundo sabe que el pudin frío no sirve para otra cosa que para tapar las grietas entre los ladrillos.
El príncipe Peter rio y abrió camino hacia el comedor del brazo de lord Ravenstook. Charles aprovechó la ocasión para escoltar a Iris, de modo que Cassandra no tuvo otro remedio que aceptar el brazo de Benedikt, donde colocó apenas la punta de los dedos, como si temiera mancharse con su solo contacto. En cuanto llegaron junto a la mesa lo soltó y se colocó lo más lejos posible de él, aunque no fuera su lugar habitual junto a su tío y su prima.
Por el bien de la paz del hogar y la suya propia, procuraría hablar lo menos posible con ese caballero, no dejarse provocar, y si para ello era necesario aceptar compañeros de mesa desconocidos, lo haría. ¿Quién había dicho que fuera malo hacer nuevas amistades?
—¿Crees de verdad que el hermano del príncipe está enfermo? Se dice que evita todas las ocasiones en las que se reúnen los caballeros de Su Alteza por si estos hacen alguna alusión a su traición.
Cassandra dejó de cepillar su larga melena y se volvió hacia su prima, que ya se había preparado para acostarse y se estaba recogiendo el cabello en una trenza alrededor de la cabeza.
—Suena horrible esa palabra en tu boca, con lo bien que habías empezado eludiendo la palabra bastardo…
—¿Sabes una cosa? —preguntó Iris—. Yo creo que es un caballero amable y correcto. Esa historia de la traición puede ser un rumor malintencionado de personas que no le quieren bien.
Su prima se volvió hacia ella con una ceja enarcada.
—Esas personas que no le quieren bien tendrían que tener mucha imaginación para inventar algo tan grave como lo que se supone que hizo Joseph, Iris. Dicen que vendió a su hermano a cambio de la corona.
—Pero si el príncipe le ha perdonado quizás es porque no es cierto.
Cassandra suspiró y volvió a pasarse el cepillo por el cabello, mirando a Iris a través del espejo del tocador. A veces le sorprendía que Iris fuera tan inocente y se empeñara en ver siempre el lado bueno de todo el mundo.
—No voy a juzgar a nadie sin conocer todos los detalles de lo que ocurrió, y menos todavía teniendo en cuenta que no se trata de nuestro país, pero te concedo que se trata de un caballero guapo y atento —añadió con un leve gesto de la cabeza, y sonrió al ver cómo Iris se sonrojaba.
Iris le lanzó a su prima un cojín que esta esquivó con un ágil movimiento del ligero cuerpo.
—¿Cómo puedes ser tan malvada? Si sigues portándote como una cínica jamás encontrarás marido.
Cassandra se llevó una mano al pecho, fingiéndose escandalizada ante las palabras de Iris.
—¡Un marido! ¿Quién quiere uno? No me casaré mientras Dios no cree al hombre perfecto, que ni existe ni existirá jamás, por lo que ya puedes ir decretando mi soltería de por vida —añadió poniendo los ojos en blanco—. Y hablando de hombres perfectos, he visto cómo el conde Charles te hacía ojitos durante toda la noche.
Iris se dejó caer sobre la cama abrazada a una almohada. Sus ojos soñadores delataban que su prima no andaba desencaminada en sus sospechas de los últimos meses, Iris sentía algo por el joven caballero del príncipe Peter.
—Es tan apuesto y amable, Cass. Y se ha mostrado muy interesado por mis gustos y aficiones durante la cena.
Cassandra sonrió para sí. Lord Charles al parecer no deseaba disimular sus intereses, lo cual era bueno si sus intenciones hacia Iris lo eran también.
—Y supongo que tú te has interesado también hacia las suyas… Y, dime, Iris, ¿cuáles son los gustos de un joven de