Un diamante para siempre. Moyra Tarling
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Un diamante para siempre - Moyra Tarling страница 4
—Bien, hazlo a tu modo —dijo—. Ya me vengaré de ti en la pista de tenis.
Trataba de mantener el control.
—Trato hecho —respondió Tom, antes de hacerle una señal a las dos enfermeras para que lo llevaran a la cama.
—Gracias, Kate —le susurró Heather una vez fuera de la habitación.
Ya en el recibidor, Kate respiró profundamente, y trató de tranquilizarse. No podía ser posible que, después de tantos años y del injusto modo en que él la había tratado tiempo atrás, todavía se sintiera atraída por Marshall Diamond.
Kate decidió seguir con su trabajo y se dirigió hacia la recepción, donde Jackie estaba consolando a una mujer que lloraba.
Detrás de ellas dos, seguía la pequeña Sabrina, exactamente en el mismo lugar en el que la había dejado. Al ver a Kate, Sabrina pareció aliviada.
—Siento que hayas tenido que esperar tanto tiempo —dijo Kate.
—¿Ha visto a mi padre? —preguntó la pequeña ansiosa.
—Sí, pero solo durante unos minutos. Me he tenido que marchar en cuanto el doctor ha entrado.
—¿Está bien?
—Sí, pero tiene una herida en la cabeza y algunas magulladuras —le dijo a la niña, con toda la sinceridad que creía adecuada—. Seguramente, tendrá que quedarse en el hospital esta noche, para que el médico lo tenga en observación.
Trataba de prepararla para lo que pudiera venir, pero no quiso alarmarla contándole lo de la ceguera. Había visto casos como el de Marsh que se solucionaban en unas cuantas horas o de un día para otro.
—¿Me tengo que quedar aquí?
Kate sonrió.
—El policía con el que viniste ya habrá llamado a tus abuelos y les habrá contado lo del accidente. Seguro que ya vienen hacia el hospital.
—No quiero irme con ellos —dijo la niña con voz desafiante, y un gesto muy característico de su padre.
—Vamos a la sala de espera, por si hubieran llegado, ¿te parece? —Kate le ofreció la mano a la pequeña.
Sabrina miró la mano y dudó durante unos segundos. Por fin, abrazó a su osito y se agarró a ella.
Mientras se dirigían a la sala de espera, Kate pensó en lo aliviada que se sentiría en cuanto pudiera entregarle la pequeña a sus abuelos. No porque no le gustara Sabrina sino, muy al contrario, por la cantidad de sentimientos encontrados que le producía. Aquel breve encuentro con la familia Diamond le había dejado muy claro que debía evitar todo contacto con ellos en los meses venideros.
Al entrar en la zona de espera, Kate se dirigió hacia el policía.
—Me alegro de que todavía esté usted aquí —dijo ella al aproximarse.
—¿Está bien la niña?
—Sí, perfectamente. ¿Ha podido localizar a los abuelos?
—No, la verdad es que no. Acabo de hablar con el sargento y no hay nadie en el rancho, con la excepción del capataz. Al parecer, toda la familia voló hacia Irlanda ayer, para asistir a una feria de caballos de pura sangre.
—Vaya… —respondió Kate. Recordaba que la familia era famosa por sus caballos de pura sangre.
Sabrina le apretó la mano y Kate se puso de cuclillas junto a ella.
—No van a venir, ¿verdad? —preguntó la niña.
—No, pero es porque…
—Yo sabía que no vendrían —continuó Sabrina, con una voz fría y distante, que no correspondía a la forma de hablar de una niña de cinco años—. Mi mamá me dijo que no me querían.
—¡Sabrina, eso no puede ser verdad! —dijo Kate alarmada por el comentario.
—Mamá me dijo que mi padre tampoco me quería —continuó la pequeña con amargura—. Por eso nos marchamos. Pero ahora mi madre está muerta y tengo que vivir con mi padre.
—Pero Sabrina, tu madre no pudo decir algo así sobre tu padre o tus abuelos —dijo Kate, sin saber qué decir ante los espeluznantes comentarios de la niña.
—Pero me lo dijo.
Kate no sabía qué responder. La niña que parecía tan preocupada por su padre solo momentos atrás, de pronto mostraba una extraña dureza. Kate no entendía qué había provocado aquel cambio.
—Mi padre se va a morir, como mi madre. ¡Y me quedaré sola! —hundió el rostro en el suave material de su osito de peluche y se echó a llorar.
Kate la abrazó.
—¡Cariño, no llores! —dijo suavemente—. Tú padre no va a morir. Se va a poner bien, te lo prometo.
Agarró a la pequeña en brazos.
—¿Quiere que llame a los servicios sociales? —preguntó el oficial.
Kate sabía que aquel era el procedimiento habitual en una situación como aquella. Pero también sabía que no era lo más adecuado en las circunstancias en que se encontraba la niña. Estaba sometida a una gran presión emocional, después de la reciente muerte de su madre. Las declaraciones que acababa de hacer abrían, además, una brecha adicional.
Durante aquel lejano verano en casa de los Diamond, una de las cosas que había llamado la atención de Kate era lo unidos que estaban. Había entre ellos unos cálidos lazos que los unían y, como amiga de Piper, había podido disfrutar, aunque solo fuera un poco, de ellos. Incluso llegó a pensar que la habían aceptado como parte de la familia, hasta que Marsh demostró que, en realidad, no había nada de eso.
—No, no hace falta. Ya me encargo yo de ella —le aseguró Kate, y Sabrina la agarró con más fuerza.
Kate se dio cuenta de que no era asunto suyo lo que le ocurriera a Sabrina, pero su parte humana era demasiado fuerte. Recordaba cómo se había sentido ella cuando la habían llevado a un orfanato durante unos cuantos días. Había estado rodeada de gente buena y comprensiva, pero tan temerosa de no ver a su padre otra vez, que se había sentido aterrada.
Él era lo único que tenía y había querido quedarse con él a toda costa.
—Marsh, sé razonable. No te puedo dejar ir hoy. Lo que te impide ver es una pequeña contusión, pero esta ceguera es momentánea —dijo Tom Franklin. Cerró el informe y se acercó a la cama—. Eres un médico estupendo, uno de los mejores, y estoy de acuerdo con tu diagnóstico de que es una ceguera temporal…
—Entonces, déjame marchar de aquí —dijo Marsh rápidamente, aunque sabía de antemano que no tenía ninguna opción.
—Eres realmente cabezota —dijo Tom—. Pero no puedo dejarte ir. Créeme, si la situación empeora, me vas a decir que por qué te hice caso. Tú