Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster Top Novel

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miró el corte que tenía en la frente, que afortunadamente había dejado de sangrar debido a la venda adhesiva, y después los otros moratones de su rostro.

      —Me has visto en peores condiciones después de algunos combates.

      —En realidad, no —escrutó su rostro—. Armie, yo…

      Él la interrumpió en voz baja:

      —Lo sé. Hablaremos mas tarde, ¿de acuerdo?

      Merissa se volvió hacia su hermano.

      —¿Sabes lo que hizo?

      —Logan me lo contó.

      Armie resopló escéptico.

      —No fue nada. Y ahora vámonos. Se me está enfriando el trasero aquí.

      Estaban atravesando el aparcamiento cuando ella le preguntó:

      —¿Qué harás con la camioneta?

      —Me la recogerá alguno de los chicos. O quizá Cannon vuelva para llevármela. No te preocupes.

      —Está bien —después de mirarlo largamente, le entregó las llaves de su coche… y luego lo sorprendió al darle un abrazo

      Estúpidamente anonadado, Armie aspiró profundo, vaciló, pero no pudo resistirse a devolverle el abrazo. Nunca, ni en un millón de años, olvidaría el miedo que le había atenazado ante la posibilidad de perderla. Incapaz de evitarlo, la tomó de la nuca y le apretó la mejilla contra la suya.

      Olía a piel cálida, a champú de flores y a puro reclamo sensual, un aroma que, era seguro, lo tendría algo más que inquieto durante el resto de aquella noche.

      —¿Armie? —susurró—. Gracias. Por todo.

      Dado que carecía de palabras para describir lo que sentía, asintió, retrocedió un paso y se quedó viéndola subir al coche. Se sentó en el asiento del copiloto.

      Cannon miró a Armie con ojos entrecerrados.

      —¿Seguro que te encuentras en condiciones de conducir?

      —Sí —empezó a alejarse—. Os veo allí —su intención era devolverle las llaves y marcharse luego, dándoles tiempo suficiente para hablar.

      En cuanto a él, necesitaba un poco de intimidad… para desmoronarse a su vez.

      Capítulo 3

      Merissa adoraba a su hermano. Siempre lo había visto como un supermán, un gigante, una roca a la que agarrarse cada vez que lo necesitaba. Solo era un par de años mayor que ella, pero, desde que tenía memoria, siempre lo había visto como un adulto, alguien maduro y responsable.

      En aquel momento, supermán estaba en su cocina, insistiendo en servirle un refresco cuando lo único que ella era quería era quedarse a solas para poder llorar a gusto. Sabía que, si se derrumbaba en su presencia, Cannon nunca se largaría de allí.

      —Toma —volvió con un vaso de cola con hielo y la urgió a sentarse en el sofá. Le apartó luego delicadamente la melena, con la mirada clavada en el moratón.

      Sí, le dolía. Pero la incomodidad física no era nada comparada con el miedo.

      Y ella que se había prometido a sí misma, tanto tiempo atrás, que nunca volvería a convertirse en aquella clase de víctima…

      Pero aquel miedo… aquel miedo estaba relacionado más bien con la imagen de Armie protegiéndola con su cuerpo como un escudo. Y arriesgando su propia vida.

      Deseoso de morir.

      —Tómatela —Cannon le tendió una aspirina.

      Ella ensayó una sonrisa burlona.

      —Esto me resulta tan familiar…

      Él se quedó inmóvil y sacudió luego la cabeza.

      —No pienses en eso.

      No puedo evitarlo. Habían perdido a su padre cuando ella solo tenía dieciséis años. Como propietario de un bar de barrio, se había resistido a dejarse extorsionar por unos matones locales, negándose a pagar la tarifa exigida a cambio de su «protección». Una madrugada estaba cerrando el local cuando unos tipos lo mataron a golpes.

      Destrozada pero decidida al mismo tiempo a seguir adelante, su madre casi había cavado su propia tumba para mantenerles a flote. Merissa podía recordarlo todo como si hubiera sucedido apenas el día anterior. Los matones la habían presionado para que vendiera el negocio, pero ella se había negado.

      Hasta que uno de ellos había acorralado a Merissa a la salida del instituto.

      —Es lo mismo. Tú mimándome, haciéndote el fuerte de los dos.

      —Eras una niña entonces.

      —Solo me llevas dos años —le recordó dándole un golpe flojo en el hombro—. Tú también eras un chiquillo.

      —Tal vez. Recuerdo haberme sentido tan terriblemente impotente…

      —¿Como ahora? —conocía a su hermano, sabía que había seguido desviviéndose por facilitarle a toda costa la vida cuando ella era ya un ser adulto y responsable—. Ya no soy una niña, Cannon. Puedo soportarlo.

      —No tienes por qué.

      —Sí que tengo por qué —replicó con tono suave—. Porque no quiero que mi hermano mayor vuelva a hacerse cargo de mí, como siempre.

      Él le tomó la mano.

      —Sabes que disfruto haciéndolo, ¿verdad?

      Su propia risa le sonó patética. Demasiado bien recordaba cómo su madre había terminado cediendo por causa de ella. Pero Cannon había localizado a aquellos tipos y, aunque solo había tenido dieciocho años en aquel tiempo, se lo había cobrado a puñetazo limpio… por causa de ella.

      De alguna manera, ella lo había influenciado para que se convirtiera en luchador.

      Y era por eso por lo que había formado la patrulla de barrio. Todo el mundo adoraba a Cannon, pero ella era la primera.

      —Supermán —se burló—, esta vez te prometo que me las arreglaré bien sola.

      Un ligero golpe en la puerta le hizo dar un respingo.

      —Es Armie —le apretó cariñosamente un hombro—. Voy a abrir.

      Asintiendo, pensó de nuevo en la manera en que Armie se había colocado delante de ella, dispuesto a dejarse llenar el cuerpo de balas en caso necesario.

      La emoción le desbordó el pecho, ahogándola, matándola.

      Rápidamente se tomó la aspirina e intentó serenarse.

      Armie se asomó precavido a la

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