Magia en el mar . Maureen Child

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Magia en el mar  - Maureen Child Deseo

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elegantes trajes sastre como si hubiera nacido para ellos. Y debajo de ese traje azul oscuro de raya diplomática sabía que habría un cuerpo que parecía esculpido por los ángeles.

      El corazón le daba brincos y no era de extrañar. Lo había conocido y se había casado con él en cuestión de dos meses, y aunque el matrimonio había durado técnicamente solo nueve, sabía que podría tardar años en olvidar a Sam Buchanan.

      –¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó él.

      Mia frunció el ceño.

      –Vaya, qué agradable bienvenida, Sam. Gracias. Yo también me alegro de verte.

      –¿Qué pasa, Mia? ¿Por qué está mi exesposa en este crucero?

      Era más «esposa» que «ex», pensó Mia, aunque de eso ya hablarían más adelante.

      –Porque necesitaba verte a solas el tiempo suficiente para hablar.

      Él se pasó una mano por su precioso pelo.

      –¿En serio? ¿Es que no podías haber levantado el teléfono simplemente?

      –¡Por favor! ¿Crees que no lo he intentado? Tu asistente no hacía más que darme largas diciéndome que estabas en una reunión o en el jet de la empresa volando hacia Katmandú…

      –¿Katmandú?

      –O algún sitio exótico muy lejano y, al parecer, fuera del alcance de mi teléfono.

      Sam se metió las manos en los bolsillos.

      –¿Así que vas a hacer un crucero de quince días?

      Mia se encogió de hombros.

      –En su momento me pareció una buena idea.

      –Con Maya.

      –Y con su familia.

      Sam miró hacia el pasillo y después hacia la puerta cerrada, como esperándose que Joe y los niños salieran de su escondite.

      –Es una broma.

      –¿Por qué iba a bromear?

      La puerta se abrió y ahí estaba Maya, mirándolo.

      –¿Por qué no iba a traerse a su familia como apoyo para enfrentarse a ti? –preguntó Maya.

      –¿Apoyo? –Sam se sacó las manos de los bolsillos, se cruzó de brazos y miró al reflejo exacto de Mia–. ¿Por qué narices iba a necesitar apoyo?

      –¡Como si no lo supieras! –contestó Maya con brusquedad–. Y te voy a dar otra noticia: mamá y papá también están aquí y no están muy contentos.

      Sam miró a Mia.

      –¿Tus padres están aquí?

      Ella levantó las manos con gesto de impotencia. No había invitado a su familia a acompañarla al viaje, simplemente había cometido el error de contarle a su gemela lo que tenía planeado y Maya había hecho el resto. Su familia estaba cerrando filas para protegerla y evitar que volvieran a hacerle daño.

      –¿También están aquí Merry y su familia? ¿Primos? ¿Amigos?

      –Merry no se fiaba de lo que pudiera hacer al verte –respondió Maya.

      Gracias a Dios que Merry, su hermana mayor, hubiera decidido quedarse en casa con su familia porque de lo contrario las cosas se habrían puesto mucho más feas. Resultaba reconfortante ver que al menos un miembro de su familia era sensato.

      –Maya –dijo Mia con un suspiro–, no estás ayudando. Cierra la puerta.

      –Vale, pero estaré escuchando de todos modos –advirtió y cerró la puerta con tanta fuerza que el sonido resonó por el pasillo.

      –Merry se ha quedado en casa para ocuparse de la panadería. La Navidad es nuestra época de más trabajo.

      –Sí, lo recuerdo.

      –Siempre estamos muy ocupados estos días –continuó como si él no hubiera dicho nada–. Mi madre y mi padre irán hasta Hawái, pero luego volarán a casa desde allí para ayudar a Merry.

      –No lo entiendo.

      –¿Qué parte?

      –No entiendo nada –Sam la agarró del brazo y la apartó de la puerta porque sabía que Maya estaba escuchando todo lo que decían–. Sigo sin saber por qué estás aquí y por qué pensaste que necesitas un ejército para hablar conmigo.

      –No es un ejército. Solo es gente que me quiere.

      Se soltó el brazo porque el calor que le estaba produciendo su mano resultaba toda una distracción. ¿Cómo iba a centrarse en lo que había ido a hacer allí cuando él era capaz de disolverle el cerebro con tanta facilidad?

      Y esa era precisamente la razón por la que su familia la había acompañado.

      –Tenemos que hablar.

      –Sí, eso ya me lo había imaginado –respondió él mirando hacia la puerta aún cerrada.

      Estar tan cerca de Sam estaba despertando todo su interior y sabía que iba a necesitar a su familia como parapeto porque su impulso natural era acercarse a él, rodearlo por el cuello y acercarle la cara para que le diera uno de esos besos que había estado anhelando los últimos meses… e intentando olvidar.

      Pero eso no solucionaría nada. Seguirían siendo dos personas vinculadas solo por un papel. Nunca habían estado casados del modo en que lo estaban sus padres. Los Harper eran una unidad, un equipo en el mejor sentido de la palabra.

      Sam y ella, por el contrario, habían compartido una cama pero poco más. Él siempre estaba trabajando y cuando no estaba en el trabajo, estaba o encerrado en su despacho repasando documentos y haciendo llamadas o de viaje para reunirse con clientes y constructores de barcos y… con cualquiera menos con ella.

      La pasión aún bullía entre los dos, pero Mia había aprendido por las malas que una vida no podía edificarse sobre el deseo. Necesitaba un marido con quien poder hablar y reír, y eso ellos apenas lo habían hecho. Quería un hombre que no estuviera oprimido por sus propias normas internas y Sam no sabía ser flexible. No sabía ceder.

      Ella lo había intentado. Había luchado por su matrimonio, pero se había rendido al darse cuenta de que era la única que lo estaba haciendo.

      Si Sam se hubiera mostrado dispuesto a trabajar en su matrimonio, aún seguirían juntos.

      –Vale, pues hablemos –dijo él mirando aún hacia la puerta con recelo como si esperara que Maya fuera a aparecer en cualquier momento–. Pero no aquí donde Maya pueda oír todo lo que decimos… –se quedó pensativo y añadió–: Por cierto, ya de paso, tengo que reunirme con parte de la tripulación y comprobar unas cosas…

      Ella suspiró.

      –¡Cómo no!

      –Sabes

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