Magia en el mar . Maureen Child
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Él se rio.
–¿Aun sabiendo que odio los cruceros navideños?
–Sí, porque eso te ayuda a evitar tener que estar en casa pasando unas «no Navidades».
Sam odiaba la Navidad.
Durante la celebración de su boda se había visto rodeado de hojas de acebo, flores de Pascua y guirnaldas de pino, y después había accedido a que Mia pusiera en casa un árbol, luces y una guirnalda, pero de no haber sido por ella, en su casa no se habría celebrado la Navidad.
Por el contrario, la familia de Mia comenzaba la temporada navideña el día después de Acción de Gracias. Ponían las luces y villancicos, compraban y envolvían los regalos, y sus sobrinos escribían a Santa Claus.
Había intentado que le contara por qué odiaba tanto esas fiestas, pero como era de esperar, Sam no le había dicho nada. ¿Y cómo podía llegar hasta un hombre si cada vez que traspasaba sus muros él los construía más altos?
Por todo ello había sabido que Sam haría el crucero para evitar estar en una casa carente de alegría navideña. No le había visto mucho sentido hasta que se había dado cuenta de que, aunque para él la decoración navideña no significara nada, una casa desprovista de esos adornos le haría recordar que era distinto a la mayoría de la gente; que había elegido vivir en un mundo gris mientras los demás estaban de celebración.
–Estos cruceros se reservan con meses de antelación. ¿Cómo has conseguido suites para toda la familia?
–Mike se ha ocupado.
–¿Mike? ¿Mi propio hermano?
–Me estaba ayudando, no traicionándote. Espero que ahora no la pagues con él.
–¿Qué crees que le haría? –le preguntó indignado.
–¿Quién sabe? ¿Volar hasta Florida y arrojarlo al océano? ¿Pasarlo por la quilla? ¿Encerrarlo en una mazmorra? ¿Encadenarlo a un muro?
Él abrió los ojos de par en par y soltó una carcajada.
–Vivo en un ático, ¿lo recuerdas? Y por desgracia no viene equipado con una mazmorra.
Sí, claro que recordaba el ático: espectacular y con unas vistas increíbles del océano al otro lado de una pared de cristal. Aunque también recordaba haber pasado demasiado tiempo sola en ese lujoso y espacioso lugar porque su marido había preferido sumergirse en el trabajo.
Ese recuerdo la ayudó a no flaquear.
–Bueno, entonces arreglado. No le des la lata a Mike por esto.
–Ni tampoco le daré la paga de Navidad –murmuró Sam.
–Es tu socio, no tu empleado. Se lo vas a hacer pasar mal de todos modos, ¿verdad?
–Estaba de broma.
–¿Sí?
–Prácticamente. ¿Sabes? Olvídate de Mike –la miró fijamente a los ojos y le preguntó–: ¿Por qué estás aquí, Mia? ¿Y por qué te has traído a tu familia?
Necesitaba el apoyo de su familia porque, sinceramente, no se fiaba de lo que pudiera hacer estando a solas con Sam. Solo con mirar su cara y su cuerpo se le nublaba la mente. Tenía que ser fuerte y no estaba segura de poder serlo sin ayuda. Pero eso a él no se lo diría.
–Querían hacer un crucero y yo tenía que venir a hablar contigo, así que hemos decidido venir todos juntos.
–Sí, claro, qué feliz coincidencia. ¿Y para qué tenías que verme?
–Esa va a ser una conversación más larga.
–¿Incluye el motivo por el que has elegido nuestro aniversario para tenderme una emboscada en mi propio barco?
Si en ese momento hubiera tenido delante a su gemela, le habría dado un puntapié.
Que Maya le hubiera deseado a Sam un feliz aniversario no había sido muy apropiado. Le encantaba que su familia fuera tan protectora con ella y que estuvieran tan furiosos con Sam, pero era su vida y tenía que manejarla a su modo.
Por cierto, ¿Sam había mencionado lo de su aniversario únicamente porque Maya acababa de recordárselo? De pronto la enfureció pensar que hubiera podido olvidarlo. ¿Tan fácil de olvidar era su breve matrimonio? Desde luego, ella no había olvidado nada del tiempo que habían pasado juntos.
Solo recordar aquellas noches en sus brazos hacía que se le acelerara el corazón y le ardiera la sangre. ¡Qué duro era estar tan cerca de él y no acercarse para besarlo! O para acariciarle la mejilla o apartarle el pelo de la frente.
Contuvo un suspiro.
Todo habría sido mucho más sencillo de sobrellevar si no fuera tan guapo.
Desde el momento en que se conocieron en uno de sus cruceros, se había sentido atraída por él. Había sido como una atracción eléctrica y, al parecer, eso no había cambiado. Esos ojos azules claros aún la miraban como si fuera la única mujer del mundo, su boca aún le provocaba ganas de mordisquearle el labio inferior y el recuerdo de esos brazos fuertes y musculosos rodeándola… ¡Ay! ¡Le encantaría volver a sentir todo eso aun sabiendo que sería un error enorme!
–¿Estás bien?
La pregunta de Sam despertó a su cerebro de una maravillosa fantasía.
–Sí, estoy bien. No elegí a propósito la fecha de nuestro aniversario, surgió así, sin más. Y, como te he dicho, tenemos que hablar y no creo que este pasillo sea el lugar más apropiado para hacerlo.
–Tienes razón –Sam miró hacia la puerta cerrada tras la que, sin duda, estaría acechando Maya–. Pero tampoco pienso hacerlo con tu hermana delante.
Mia se rio.
–No. No es un buen plan. Iré a buscarte cuando me asegure de que mis padres están instalados y ayude a Maya con los niños…
–De acuerdo. Una vez estemos en mar abierto, dame una hora y después ve a mi suite.
Lo vio irse y se le secó la boca. Odiaba que su instinto le pidiera seguirlo y abalanzarse sobre él. Lo había estado haciendo muy bien hasta ahora y ya solo soñaba con él unas tres o cuatro veces a la semana, pero volver a verlo y pasar las dos próximas semanas juntos en el mismo barco iba a reavivar las fantasías y el deseo.
Y no había ningún modo de evitarlo.
Capítulo Dos
Que Mia estuviera a bordo de ese barco había afectado a su concentración. Durante una hora habló con el capitán, estudió las condiciones meteorológicas con la oficial de la navegación y tuvo una reunión