Magia en el mar . Maureen Child
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¿Por qué tenía que estar tan guapa y oler tan bien? Ese delicioso y sutil aroma a verano que había intentado olvidar seguía pegado a ella. ¿Sería su crema hidratante? ¿El champú? En realidad nunca se había parado a investigarlo porque no le había importado su origen, simplemente lo había disfrutado.
Y ahora volvía a invadirlo.
Volvía a perseguirlo.
–Y todo es culpa de Michael –murmuró.
De pie en la cubierta privada de su suite, sacó el móvil, dijo: «Llamar a Michael» y esperó impaciente a que su hermano contestara.
–¡Hola, Sam! ¿Cómo va todo?
–Sabes perfectamente cómo va todo –contestó con brusquedad.
Michael se rio.
–Ah… Así que ya has visto a Mia.
–Sí, la he visto. Y a su gemela. Y, al parecer, el resto de la familia también está a bordo. ¿En qué narices estabas pensando? –agarró con fuerza la barandilla. Quería sentir el viento contra su rostro esperando que eso lo calmara–. No me puedo creer que hayas hecho esto. Soy tu hermano. ¿Qué pasa con la lealtad?
–¿Por qué no iba a haberlo hecho? Me gusta Mia. Y me gustaba quién eras cuando estabas con ella.
–¿Qué significa eso?
Su hermano suspiró.
–Significa que era buena para ti. Por entonces te reías más.
–Sí, y todo fue genial hasta que dejó de serlo.
Tal como había sospechado, lo suyo con Mia no había durado. Pero aun sabiendo que probablemente la relación terminaría mal, se había casado porque no había logrado imaginarse la vida sin ella. Se había arriesgado a fracasar y había fracasado. Y ahora además de no tener a Mia, los recuerdos lo asfixiaban durante las largas y vacías noches.
–Estamos divorciados, Michael. Ha terminado. Que hayas organizado esto no ayuda en nada.
–Ayuda a Mia. Además, si ha terminado, ¿por qué te está agobiando tanto?
«Buena pregunta».
–Mira, no sé para qué tiene que verte, pero cuando me pidió el favor, por supuesto que hice lo que pude.
Por supuesto que Michael se había ofrecido a ayudar. Así era él.
Parte de la furia que lo invadía se esfumó mientras pensaba en lo distintos que eran su hermano pequeño y él. Cuando sus padres se divorciaron, Michael se marchó a Florida con su madre y Sam se quedó en California con su padre.
Aunque los habían separado, se habían esforzado por mantenerse unidos incluso a pesar de que solo se veían cuando les correspondían las visitas establecidas por el juez. Su padre había sido un hombre severo con normas estrictas que habían marcado el modo en que Sam vivía su vida y su madre había sido una mujer bondadosa incapaz de vivir con ese hombre tan duro.
Por eso Sam había crecido pensando que el matrimonio era una trampa y que nunca duraba; después de todo, su padre se había casado cuatro veces. Como padre no había mostrado mucho interés por él y apenas se había percatado de su existencia. Michael, por el contrario, había visto el otro lado de las cosas, con una madre que con el paso del tiempo se había vuelto a casar y lo había hecho con un hombre que lo quería como si fuera su propio hijo.
Ahora Sam estaba divorciado y Michael comprometido, y sinceramente esperaba que su hermano pequeño tuviera mejor suerte que él en el terreno matrimonial.
–¿Por qué no disfrutas de la situación?
Sam se quedó mudo un breve momento.
–¿Que disfrute de tener a mi ex y a su familia, que por cierto me odia, viajando conmigo durante las dos próximas semanas? Eso es imposible.
Michael se rio.
–¿Es que te dan miedo los Harper?
–No.
Sí.
En su momento no había sabido cómo tratar con una familia en la que se defendían los unos a los otros, en la que se escuchaban y se preocupaban por los demás. Y aún seguía sin saber cómo hacerlo.
Su hermano lo conocía demasiado bien. Una vez se habían hecho mayores, se habían preocupado de sacar tiempo para estar juntos, de construir la relación que podrían haber perdido por el modo en que los habían criado. Y cuando su padre murió y heredaron el negocio, habían diseñado una solución práctica y factible para los dos.
Michael se encargaba de los cruceros de la Costa Este y Sam, de la Costa Oeste. Juntos tomaban las decisiones importantes y confiaban el uno en el otro y en que ambos siempre harían lo mejor para el negocio.
–De acuerdo, admito que tener a su familia ahí puede resultar algo problemático.
–Sí, podría decirse que sí.
–Bueno, pues ignora a la familia y disfruta de Mia.
¡Cómo le encantaría disfrutar de Mia! Su instinto le pedía a gritos que fuera a buscarla, la metiera en su cama y no la dejara salir jamás, pero ir por ese camino no era beneficioso para ninguno de los dos. Durante su breve matrimonio había quedado claro que Mia quería más de lo que él podía darle. En definitiva, no estaban destinados a estar juntos y los dos se habían dado cuenta de ello en menos de un año. ¿Por qué remover las ascuas solo para volver a quemarse?
–Por Dios, Sam –continuó Michael–. Hace meses que no la ves.
Era bien consciente de ello.
–Sí, bueno, pronto vendrá a decirme por qué está en el crucero.
Y estaba deseando oírlo. ¿Había planeado que coincidiera con su aniversario o había sido solo una casualidad, tal como había dicho? De cualquier modo, su aniversario no era una celebración, sino más bien un recordatorio de los errores cometidos.
Jamás debería haberse casado con Mia y lo sabía. Pero lo había hecho de todos modos y al hacerlo le había causado mucho dolor. No había sido su intención, pero al parecer había sido inevitable. Tal vez por eso estaba ahí. Para dejarle claro que estaba preparada para seguir adelante con su vida.
¿Pero por qué iba a querer decirle eso?
Y aun en el supuesto de que Mia quisiera que lo supiera, ¿por qué iba a reservar un crucero simplemente para decírselo?
Mirando hacia un océano al que no le importaba qué estaba sintiendo o pensando, oyó la voz de Michael como en la distancia.
–Es genial. Habla con ella de lo que sea que quiera hablar y después sigue hablando.
–¿Y qué digo?
–¿Eres mi hermano mayor y no sabes cómo hablar con una mujer con la que has estado casado? –Michael respiró hondo y suspiró–.