Magia en el mar . Maureen Child
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–Sí, lo recuerdo. ¿Y alguna vez le preguntaste por qué?
–La razón no importa. Se marchó y yo seguí con mi vida. Punto.
–Pero habla con ella de todos modos. A lo mejor os sorprendéis el uno al otro.
–No me gustan las sorpresas.
–¿En serio somos hermanos?
Sam sonrió ante el comentario de su hermano.
–Es algo que me sobrepasa. No le encuentro explicación.
–Yo tampoco –respondió Mike riéndose–. Buena suerte en el crucero. Espero que Mia te vuelva loco.
–Gracias.
–No hay de qué. Ah, y ¡feliz Navidad, Sam!
–No tiene gracia.
–Sí que la tiene, sí –respondió Mike aún riéndose mientras colgaba.
Y Sam se quedó a solas con el viento, el mar… y el sonido de los villancicos que subía desde la cubierta inferior. Perfecto.
Los cruceros Buchanan eran mucho más pequeños que los megabarcos fletados por la mayoría de las compañías.
En lugar de miles de personas abarrotando un barco que en ocasiones ofrecía camarotes muy pequeños, en un crucero Buchanan solo había doscientos pasajeros en total y cada camarote era una suite que impedía que te sintieras como si las paredes se te echaran encima.
Para Mia también significaba sentir el movimiento del océano más que en los barcos más grandes. A algunos eso les daría igual, pero a ella le encantaba y lo había descubierto durante el primer crucero que había hecho. Cuando había conocido a Sam y toda su vida había cambiado.
Un año atrás se había enamorado y había sentido que el crucero era algo casi mágico. Ahora la magia había desaparecido, pero ella volvía a navegar en un barco con el hombre que había creído que sería su futuro. Había sido una tonta al pensar que el amor a primera vista era real y que los dos juntos podrían hacer cualquier cosa.
No había tardado mucho en darse cuenta de que ella era la única implicada en esa relación. Estaba en una casa preciosa con un hombre reacio a hacer lo que fuera por salvar su matrimonio.
–Señora Buchanan.
Mia levantó la mirada y sonrió al ver pasar a un miembro de la tripulación que conocía de otros cruceros.
–Es un placer tenerla a bordo.
–Gracias, Brandon –respondió sin molestarse en corregir el «señora Buchanan» porque hasta que Sam firmara esos papeles, seguía siendo la señora Buchanan.
El hombre prosiguió con su tarea y ella lo vio alejarse mientras se preguntaba a cuántos empleados conocería de su época con Sam. Por otro lado, sabía que incluso aunque Brandon fuera el único rostro familiar, cuando la travesía de catorce días a Hawái terminara, el Noches de Fantasía sería como una pequeña aldea insular donde todo el mundo se conocía.
–Eso tiene su lado bueno y su lado malo –murmuró mientras avanzaba por la cubierta hacia la escalera más cercana.
Sin duda, la gente hablaría de Sam y de ella, al igual que habían hablado un año antes en aquel primer crucero.
Sacudiendo la cabeza se obligó a dejar de pensar en él e intentar disfrutar del barco y del infinito océano; del viento en su rostro y su cabello, y de las risas y voces de los niños.
La Navidad envolvía cada rincón del elegante barco y sabía que eso tenía que estar enfureciendo a Sam. No le gustaba nada esa época del año y a regañadientes había accedido no solo a que celebraran una boda con temática navideña, sino también a que ella pusiera un árbol de Navidad en su piso.
Desde que era niño, la Navidad había sido para él un ejercicio de soledad.
Ahora que lo pensaba, Mia se preguntaba si el hecho de que no le gustara la Navidad era en parte la razón por la que su matrimonio no había funcionado. Y aunque tal vez no hubiera sido la razón, sin duda sí debía de haber sido una señal de lo que pasaría. A ella le encantaban la Navidad y la esperanza, la alegría y el amor que simbolizaba, mientras que Sam tendía más al lado oscuro.
Bueno, en realidad tampoco podía decirse que fuera una especie de ser maléfico, aunque sí que era un hombre cínico y predispuesto a ver siempre lo malo antes que lo bueno, lo cual resultaba extraño, ya que era un empresario magistral, y ¿no hacía falta ser optimista para dirigir una empresa de éxito?
De todos modos, era inútil intentar descubrir qué sentía o pensaba ese hombre, porque no permitía a nadie acercarse lo suficiente como para poder llegar a conocerlo bien.
–Ya has pasado meses intentando comprenderlo, Mia –se dijo–. Ahora es demasiado tarde, así que ríndete.
Respiró hondo y decidió desprenderse de esos pensamientos enrevesados. Aunque la razón por la que estaba haciendo el crucero no era muy agradable, no había motivos para no disfrutar de lo que la rodeaba.
Había maceteros con flores de Pascua anclados a la cubierta, guirnaldas de pino recorriendo las barandillas y los cojines de las sillas y tumbonas eran blancos y rojos. Sonrió para sí al pensar que todo el barco parecía una esfera de nieve, con los adornos navideños y la gente feliz atrapados dentro del cristal esperando a que una mano gigantesca la agitara.
Habría sido perfecto del todo si no tuviera que decirle a su exmarido que no eran tan ex como creían. Pero ya que estaba en ese barco para dejar el tema solucionado, lo mejor que podía hacer era ponerse manos a la obra.
Tenía planes para enero y debía ocuparse de este problema para poder llevarlos a cabo. Quería un futuro y solo lo conseguiría si ella misma se lo construía.
Se detuvo para contemplar el mar. Mientras oía las olas golpeando la quilla, inhaló el frío y salado aire y sonrió a pesar de la inquietud que la invadía.
Su familia estaba arriba en el atrio, y seguro que bien arrimados a la mesa de galletas y chocolate caliente. Sabía que Charlie y Chris, los hijos de Maya, ya tenían planeado explorar la sala de la nieve. Esa actividad con nieve artificial sería muy popular, sobre todo habiendo niños californianos que no tenían muchas oportunidades de jugar a lanzar bolas de nieve.
Siguió avanzando y subió por las escaleras porque desde el ascensor no se podía ver el océano.
Aunque, por mucho que se dijera que quería contemplar las vistas, la realidad era que estaba buscando modos de entretenerse para prolongar el momento todo lo posible. La idea de volver a ver a Sam la inquietaba. La desequilibraba. Siempre la había hecho sentirse así y, al parecer, nada había cambiado.
Una vez ya en la cubierta superior, fue hacia la suite del propietario. Sabía perfectamente dónde se encontraba porque se ubicaba exactamente en el mismo lugar en cada barco Buchanan. Cuanto más se acercaba a esa amplia puerta cerrada, más vueltas le daba el estómago y más se le aceleraba el corazón.
–Mierda.