Arraianos. Xosé Luis Méndez Ferrín
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Arraianos - Xosé Luis Méndez Ferrín страница 5
Señor tío: por mucho que lo enoje a Ud. he de decirle lo que aquí todos pensamos, digo piensan todos los vecinos: que efectivamente Turelo mató a Nicasio Remuñán por celos de que estuviera cortejando a su mujer y que el espíritu del capador efectivamente entró en el cuerpo abierto de Obdulia para poder estrechar a su deseada Dorinda y que, por fin, efectivamente, Turelo se dispuso a matar de nuevo a tan persistente rival dándole muerte a su propia hermana. Naturalmente, el juzgado de Bande se inclinó por la hipótesis del suicidio y don Plácido Mazaira hizo el intento de no darle tierra sagrada a la difunta, pero desistió enseguida, encogiéndose de hombros, al parecer temeroso de la reacción de los populares de Lobosandaus.
Quiera recibir mi tío el más cariñoso saludo de su sobrino fidelísimo.
XIII
20 de diciembre
Bienquerido tío y protector:
Todo el villar de Lobosandaus y las aldeas de muchas leguas en redondo asisten con sorpresa a lo que está aconteciendo. Los días son cada vez más claros y más fríos. Los pequeños acuden cada vez menos a la escuela. Los que asisten parecen reflexionar profundamente sobre el contenido de mis lecciones, pero en realidad duermen en el pupitre con los ojos abiertos. Ojos redondos, abultados, vacunos, como los de la comunidad en la que vivo y en la que paso ansiedad, señor tío. En la cocina de casa Aparecida ya no hay tertulias ni reuniones al anochecer, y sólo se escucha, por momentos, la voz infantil y angélica de Clamoriñas, que canta al hacer las camas con una cadencia y una dulzura maligna que me asusta. Miedo tuve esta misma mañana, cuando me ponía jabón en las mejillas para afeitarme. Creí ver en mis ojos, por un instante, el volumen muerto y frío de los ojos de las gentes de Lobosandaus. El viejo Hixinio pasa las horas inmóvil, sin saberse para dónde mira, y ha envejecido muchos años de golpe. Ya no se ríe. Las gentes de aquí casi no se mueven de sus casas porque un acontecimiento nuevo los tiene a todos retraídos y recelosos.
A los pocos días de haberse Turelo encamado en la casa de sus padres, decidió levantarse y todo el mundo pudo comprobar que en él se había operado una notable transformación. Empezó a pisar fuerte, y a erguir aquella cabeza que siempre se inclinaba hacia abajo. Tal domingo se presentó a la salida de misa y, tomando violentamente a Dorinda por el brazo, la puso a caminar delante de él hacia casa. Ella obedeció mansamente y hombre y mujer se han puesto de nuevo a vivir juntos. Turelo parece que ya no piensa en cruzar la Raya. Dorinda estaba sumisa, humillada, muelle como una gallina cuando relaja las plumas después de que el gallo la gallee. Dormían juntos largas siestas de invierno hasta la puesta de sol. Después cenaban y los de Lobosandaus oían risas, a través de la ventana de la cocina, como de fiesta. Turelo ha empezado a ponerse leggings bien ajustados en el tobillo, y zapatón herrado de Vilanova, y a calzar espuela, diciendo por ahí que pensaba bajar a capar marranos a A Merca cuando llegara la sazón.
Ahorro decirle, señor tío, que en esta tierra dejada de la mano de Dios todos andan comentando que Turelo ha sido poseído por el espíritu del tío Nicasio Remuñán aprovechando el punto y hora en que estaba su cuerpo abierto a consecuencia de la paliza de la Guardia Civil, a fin de que el viejo cabrón (pido disculpas) pudiera fornicar libremente a la deseada Dorinda mediante el procedimiento ideal de apoderarse del cuerpo del propio marido de ella.
Pero es el caso, señor tío, que, si así fuese, el espíritu de Turelo, que tuvo corazón para dar muerte dos veces a su enemigo, no parece ahora dispuesto a soportar la invasión del capador, y a veces vemos todos a Turelo vagando por ahí al estilo Nicasio, altivo y majo, valiente y charro como nadie, y otras veces, nos parece que vuelve a su ser, de vista caída y caminar furtivo pegado a las paredes. Hoy dice Turelo, en voz susurrada apenas, que está preparando un viaje a Amarante, para mañana contradecirse y ordenarle a su mujer que lleve una empanada de la carne de un corzo, que él mismo ha matado en la Serra Grande, al horno, para comérsela los dos sin testigo, en casa. Como efecto de la lucha que se libra dentro de su cuerpo abierto, Turelo por momentos se araña la cara y se revuelca por el suelo como si quisiera violentarse a sí mismo. Aparecida no deja de llorar y Luís Pardao ha perdido el habla y anda por los caminos como un fantasma.
Esto es todo lo que pasa y yo así se lo cuento, señor tío, aun a riesgo de que Ud. atribuya mi relato a factores tales como la sugestión ambiental o cualquier otro de los que yo, constantemente, a mí mismo me represento con el fin de conjurar esta pesadilla.
Tenga siempre presente, señor tío, mi cariño y mi respeto.
XIV
25 de diciembre
Tío:
Sin esperar su carta le envío ésta, estando este su sobrino al borde de la confusión. Esta mañana me despertaron los gritos de dolor de Aparecida, a los que pronto se sumaron los de muchas mujeres en la cocina de casa. Turelo apareció, al rayar el día, ahorcado en un árbol del soto de cerezos, donde el río. La nieve lo cubre todo y apaga las voces de la gente. El sol luce y relumbra haciendo guiñar los ojos, los ojos vacunos y abultados que todos tenemos en Lobosandaus. Aquí todos sabemos el porqué de lo ocurrido. Turelo, para librarse de alojar en su cuerpo al capador Nicasio, se arrancó la vida. Se mató por no vivir con el querido de Dorinda dentro. Me duele la cabeza y tengo fiebre. No sé por qué, me he mudado al cuarto de la finada Obdulia. Acabo de ver que Dorinda, al cruzarse conmigo en la galería, de vuelta del retrete, no llora. Y me ha sonreído, señor tío. Al darle yo mi saludo, me enseñó los dientes y las encías blanquecinas, y me sonrió con un aquel de llamada que me encendió la sangre y me puso las partes de abajo endurecidas, señor tío. Yo siento horror, noto a alguien en el cuarto y deseo a Dorinda y creo que va a volver la desgracia a Lobosandaus y que habrá otra vez cuerpos abiertos.
Venga por mí, señor tío; por el amor de Dios, venga a buscarme y lléveme consigo a Ourense.
MEDIAS AZULES
A Flores Carballa y Paco Taboada
Llevábamos los caballos al paso de andadura. Él, el criado de Xixín, conocía el lugar. Era una cabaña triste, con el poniente pegándole por detrás. Situada la casa en medio de los pinos, parecía un animal derribado. En la techumbre, brillaba un águila de hojalata. Relucía el águila y, de lejos, venía el fragor del Arnoia rompiendo por canales y cascadas indecisas. Ningún perro ladraba. El camino que nos había traído pasaba al pie de la choza. Estaba hecho de piedras grandes y antiguas, aquel camino. Poco antes de llegar, el camino se demorara en una vuelta en la que las piedras mostraban carriles labrados por eternidades de carro, y pisamos un puente altísimo en el que nuestros caballos hacían sonar ecos secos, toscos, estrechos, de mil años.
Nada —había dicho días antes el criado de Xixín.
Nada, que tenemos que ir a mozas a donde yo me sé. Que son dos hermanas, he oído hablar. Que son buenas mozas y de pelo amarillo. Blancas, blancas —decía el criado de Xixín, y al pronunciar la palabra blancas abría la boca con deseo y gula y dentro le brillaba una saliva