Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros - Álvaro González de Aledo Linos страница 3

Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros - Álvaro González de Aledo Linos

Скачать книгу

ello hicimos una prueba de varada en la playa del Puntal, caracterizada por su arena blanda y limpia y habitualmente por la ausencia de olas, pues está orientada al Suroeste, justo a sotavento del viento predominante en Santander en verano que es el Nordeste. Hay que estabilizar el barco con un ancla en la proa y otra en la popa, de manera que quede perpendicular a la dirección que traerá el agua cuando suba la marea y no le coja de lado. Avanzando de proa a la orilla tiramos un ancla por popa con unos 40 metros de cabo (primero era de 20 metros pero se quedaron cortos y tuvimos que empalmar otro cabo igual de largo) y seguimos avante con la orza subida hasta que la proa se clavó en la arena. Pero ese día se daban las peores condiciones, porque contra lo que es habitual en El Puntal, había olas y viento de lado (del Oeste) que hicieron que, justo al tocar el fondo de la orilla, el barco estuviera dando choquecitos contra el fondo durante una media hora, hasta que el agua se retiró por completo y quedó apoyado en el quillote. Entonces vino la calma total, y al ser la primera vez nos hacía raro estar en un barco que no se movía absolutamente nada. Además de repente se calmaron el viento y las olas y es cuando pudimos desembarcar en la orilla para hacer unas fotos. Más tarde, con el repunte de marea todo fue como la seda. Sin darnos cuenta de repente el barco estaba flotando. Cazamos del cabo del ancla de la popa y enseguida estábamos en aguas profundas. Tras reflotar, y como ya nos temíamos, la orza se quedó bloqueada en posición subida, seguramente por haberse metido arena a presión entre ella y el quillote. Probamos todas las técnicas que conocemos para destrabarla (la más útil suele ser coger olas de frente para provocar pantocazos, por ejemplo las que produce un barco de motor) pero ninguna sirvió y hubo que destrabarla buceando. Este bloqueo fue una decepción pues supusimos que en Francia nos pasaría lo mismo y conocíamos la suciedad del agua de los puertos, sobre todo los de varada, lo que no hacía muy agradable la idea de bucear en ellos. Por suerte durante el viaje vimos que no era lo habitual, y solamente dos veces en los dos meses y medio que duró la navegación tuvimos que bucear para destrabar la orza.

      Además de adaptarlos en longitud hubo que encontrar acomodo para los puntales cuando no se usaban, lo que es difícil por su tamaño. Después de varias pruebas conseguimos situarlos en dos lugares. Mientras no se utilizasen irían colgados sobre la cabina de popa, justo en el realce del techo que corresponde por arriba a la brazola. Allí no estorban el uso de la cama de popa ni el acceso al pañol bajo la misma. Deben colocarse limpios y secos, y solo sirve para estibarlos entre las travesías o para el invernaje. Por el contrario cuando se utilizasen, que salen del agua sucios por el barro del fondo y llenos de algas y mojados, irían en la cubierta uno a cada lado de la cabina, sujetos por delante al cadenote del obenque y por detrás a uno de los candeleros. Aquí irían amarrados con el propio cabo que se usa para estabilizarlos hacia proa y popa cuando sujetan el barco. En este lugar se colocarían recién retirados, con toda su porquería, y luego se limpiarían in situ con baldes de agua o con la manguera en el pantalán. Como se situarían encima de las líneas de vida, tuvimos que revisar el recorrido de estas líneas para que el uso del puntal así estibado estorbara lo menos posible. No quisimos prescindir de ellas porque si una maniobra te obliga a usar las dos manos para la vela, solo te quedan para sujetarte al barco las pestañas.

      Como también íbamos a entrar en puertos de varada con fondos de basa blanda (en la cual el barco se hunde hasta la línea de flotación, sin necesitar puntales porque en realidad queda flotando en el barro) nos preocupaba que el barro obstruyera las válvulas y las tomas de agua del fueraborda y se averiase. Probamos varios sistemas para aislar la cola del fueraborda, incluyendo bolsas o recipientes de plástico que instalábamos desde la bañera a través del pozo del fueraborda, pero ninguno nos convenció. Finalmente decidimos que cuando entrásemos a uno de estos puertos sacaríamos el fueraborda antes de bajar la marea y lo estibaríamos en la bañera, lo que nos haría un poco más incómoda la vida a bordo pero serviría para revisar la hélice y el ánodo. Finalmente es lo que hicimos durante todo el viaje y no resultó tan complicado como pensábamos, dada la ligereza del fueraborda Selva, solo 27 Kg frente a 45 Kg más o menos los de la competencia de la misma potencia, 8 CV.

      En la vuelta a España llevábamos una tabla de surf para desembarcar remando, estibada en el triángulo de proa, pero la utilizamos poquísimo. Solo permitía desembarcar a uno y suponía una complicación adicional en la navegación. Había que cambiar la forma de estibarla según el rumbo: en ceñida hacía escorar y abatir al barco y la tumbábamos en cubierta, mientras que con el espí estorbaba la maniobra si iba tumbada y había que ponerla vertical contra los candeleros. Además estorbaba al fondear. Por eso para este viaje volvimos a intentar con una Zodiac. Probamos con una de las más pequeñas del mercado que nos ofrecieron prestada, pero anulaba completamente el triángulo de proa para las maniobras de fondeo o del espí, pesaba mucho para echarla al agua por encima del guardamancebos, y se tardaba un montón en desinflarla para meterla en su bolsa además de que no teníamos sitio para estibarla plegada. Por eso nos tuvimos que resignar a llevar como chinchorro un inflable de playa. Es una neumática Sevylor Karavelle KK65, de 228 cm de eslora con el fondo inflable, sin asiento y sin soporte para el fueraborda, por lo que solo se puede usar remando. Solo pesa 4,2 Kg, por su ligereza se puede secar en la botavara antes de doblarla, y se guarda en una bolsa más pequeña que una maleta de mano, lo que nos permitió estibarla en el pañol de la bañera. Aunque suficientemente segura para dos adultos (tiene hasta doble cámara y en teoría puede admitir hasta 165 Kg) no admite fueraborda y la posición para remar es incómoda, por lo que solo debe usarse en aguas muy abrigadas y para distancias cortas. Nuestra posición para remar era sentarnos enfrentados, o sea mirándonos, y remar uno hacia delante por una banda y el otro hacia atrás por la otra. Enseguida le cogimos el truco y hacíamos con facilidad las distancias desde el centro de una ría hasta la orilla, o en las islitas del golfo de Morbihan entre el barco (que siempre podíamos fondear muy cerca de la orilla) y la playa. Por supuesto no servía para desembarcar las bicis, aunque sí para transportar pequeños paquetes y la compra. Pero precisamente por su endeblez, en todos los sitios que necesitamos desembarcar las bicis y le explicamos al responsable de la marina nuestra dificultad, se apiadaba de nosotros y nos ofrecía llevárnoslas él al muelle.

      Para moverse por las ciudades y los puertos es imprescindible una bici. En la vuelta a España llevábamos una plegable. Nos hubiera gustado llevar dos, pero en aquel momento lo consideramos imposible en un barco tan pequeño. En aquella circunnavegación de la Península la estibábamos bien que mal en el cofre de la bañera y la usamos muchísimo, tanto para hacer los recados como por gusto en las pistas que corren paralelas al Canal de Midi. Dentro de los recados fue de especial utilidad para encontrar las gasolineras, pues cuando en un puerto no había una específica para los barcos debíamos buscar una de carretera, que habitualmente están en las afueras y andando significa media o una hora de paseo y cargando con los bidones. En el Canal de Midi sirvió como deporte y además para acelerar el tránsito por las esclusas (uno se adelantaba con la bici para tener la esclusa abierta) y en las ciudades que visitábamos para hacer más ágil la visita. Pero en toda la vuelta a España estuvimos lamentándonos de no tener dos, pues teníamos que repartírnosla y quedar a una hora intermedia para intercambiarla. Para la navegación a Bretaña conseguimos una bici extraordinaria, la Boomerang 3.7, de lo más pequeño del mercado, con ruedas de 14 ‘’. Solo admite pasajeros de hasta 70 Kg (yo los doy justitos) y es tan pequeña que tiene el centro de gravedad muy detrás y si arrancas con fuerza o llevas una mochila pesada la rueda de delante se levanta. Por supuesto no tiene cambios de marchas, pero es tan pequeña que plegada se guarda dentro de una maleta, y sin maleta le encontramos acomodo en el aseo, debajo de la repisa del lavabo y al lado del retrete químico. De esta manera llevábamos dos bicis, la “grande” en el pañol de la bañera como en la vuelta a España, y la “pequeña” en el baño. ¡Menudo lujo dos bicis en un barco de 6 metros! Las escalas han sido otra cosa, y hemos vuelto tan satisfechos que ahora defiendo que en la navegación de crucero vale más la pena llevar dos bicis que otro juego de velas, por ejemplo.

      En nuestras navegaciones anteriores habíamos carecido de nevera a bordo y la suplíamos con una caja de porespán y frigolines o cubitos de hielo. Pensábamos que la batería no daba para tanto, pues la nevera es uno de los principales consumidores de energía de barco. Los frigolines son unos rectángulos de plástico

Скачать книгу