Atrapa a un soltero - La ley de la pasión. Marie Ferrarella
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Atrapa a un soltero - La ley de la pasión - Marie Ferrarella страница 13
—Sí —afirmó él.
—Estará enseguida —le prometió ella. Salió de la sala seguida por los perros.
De todos menos uno, Winchester. El pequeño pastor escayolado se quedó atrás, sentado junto al sofá como si estuviera de guardia. Ladeó la cabeza y consiguió ponerla bajo la mano de Alain.
—No eres muy sutil, ¿verdad? —rió él.
Empezó a acariciar al perro. Un segundo después, Winchester empezó a golpear el suelo con la pata trasera derecha. Intrigado, Alain pasó de acariciar a rascar. La pata de Winchester respondió golpeando con más fuerza, como si tuviera una mente propia.
—Creo que tu perro está a punto de ponerse a bailar —le dijo Alain a Kayla.
Ella volvió con la cafetera en la mano, con el asa envuelta en un trapo viejo. Le sonrió, o tal vez sonriera al perro, Alain no lo sabía con seguridad.
—Has encontrado su punto débil.
Alain se preguntó qué haría falta para encontrar el de ella.
—¿Eso es bueno? —preguntó. La pata golpeaba el suelo con frenesí. Casi temía que el perro se cayera de lado.
—Muy bueno, desde el punto de vista de Winchester —miró el morro del perro—. Creo que está sonriendo.
—Los perros no sonríen —refutó Alain, pensando que le estaba tomando el pelo.
—Oh, sí, claro que sí —lo dijo con tanta convicción que él empezó a creer que hablaba en serio—. Si pudiera encender el ordenador, te mostraría toda una galería de perros sonrientes —dejó dos tazones en la mesita y sirvió algo que parecía asfalto líquido. Alzó una taza y se la ofreció a Alain—. Aquí tienes. Café solo.
Sus dedos se rozaron cuando Alain aceptó la taza. Él habría jurado que sintió una chispa de electricidad entre ellos, aunque faltara en todo el resto de la casa.
Afuera el viento había dejado de aullar, pero la lluvia seguía golpeteando contra las ventanas como si no fuera a parar nunca.
—¿Cuánto tiempo suele durar la lluvia aquí? —preguntó Alain, señalando la ventana con la cabeza.
—Hasta que para —Kayla ocultó su sonrisa tras el tazón de café.
—¿Y cuándo podría ocurrir eso? —insistió él, sin aceptar la derrota.
—Cuando se vayan las nubes —contestó ella con inocencia.
—No puedo quedarme aquí indefinidamente —dijo él, pensando que se creía muy graciosa.
—No. Pero menos de veinticuatro horas no es «indefinidamente» —dijo Kayla. Sabía que él no esperaba esa clase de respuesta, pero pensó que necesitaba aprender a relajarse un poco. Señaló con la cabeza a Winchester, que no se había movido un milímetro—. Prueba a acariciarlo otra vez —sugirió—. Está demostrado que acariciar a un perro o a un gato es muy tranquilizador.
—¿Para quién? —la retó Alain, con ese deje de sarcasmo que parecía surgir en su voz sin esfuerzo alguno—. ¿Para el perro o para el gato?
—Para el humano, aunque estoy segura de que el animal también disfruta —miró a la perra que estaba más cerca de ella, Ariel, y acarició su noble cabeza. Ariel se inclinó contra su mano—. ¿Verdad, chica?
Alain habría jurado que la perra suspiraba, pero pensó que podía ser el sonido de la lluvia.
Empezaba a sentirse mejor y más fuerte tras haber comido algo. Su deseo de volver a la carretera se incrementaba por momentos.
—No necesito tranquilizarme, tengo que ponerme en marcha —dijo—. Tengo que hacer que transcriban un atestado, por no hablar de una cita mañana.
—Ella esperará —contestó Kayla con seguridad.
Dios sabía que ella habría esperado, si formara parte del mundo de él; descartó esa idea de inmediato. Kayla había aprendido que su mundo era el que habitaba en esos momentos. Las ciudades estaban bien para una visita, pero no había nada mejor que la calidez de un pueblo lo bastante pequeño para que la gente la conociera por su nombre.
—No es una «ella» —dijo Alain.
—Oh —Kayla pensó que debía de ser de la otra acera. No tenía nada de malo, pero era una gran pérdida para el género femenino—. Entonces, él esperará.
—Tengo una reunión con mi jefe —aclaró Alain, consciente de que ella pensaba que se refería a una cita social—. Una reunión de toda la empresa, durante el almuerzo.
—Si es durante el almuerzo, no será tan importante —dijo Kayla, preguntándose si equivaldría a una especie de picnic anual para un bufete.
La boca de él se curvó. Ella estaba mostrando sus raíces provincianas.
—Nunca has formado parte del mundo empresarial, ¿verdad?
—No. Por suerte.
Era obvio que la reunión era importante para él y dudaba que su coche pudiera circular antes de que transcurrieran varios días.
—Te diré lo que vamos a hacer. Como no hay línea telefónica, después conduciré hasta el pueblo vecino, para ver si Mick puede acercarse.
—¿Mick?
—Es el mejor mecánico de la zona.
Alain no estaba dispuesto a aceptar eso sin más.
—Deja que adivine. Es el único mecánico de la zona.
—Te lo he puesto demasiado fácil —Kayla se rió y asintió—. Pero lo digo en serio, Mick es bueno.
—Antes dijiste que la carretera estaba intransitable.
—Así es. Pero conozco un camino secundario.
—Puede que la lluvia escampe —dijo Alain. Por mucho que deseara volver a casa no estaba dispuesto a llevar la muerte de esa mujer en la conciencia.
—Siempre escampa —concedió ella con una sonrisa—. La cuestión es cuándo. Podemos darle unas cuantas horas más y ver qué pasa —sería mejor esperar, sin duda.
—De acuerdo —Alain desvió la mirada. Se había dado cuenta de que no apartaba la vista de su boca mientras ella hablaba, y su mente le hacía pensar en otras cosas, además de sus labios, que a ella no le harían ninguna gracia.
—Así tendrás más tiempo para descansar —fue hacia el otro lado del sofá y ahuecó la almohada.
—No es que me haya agotado levantando el tenedor —dijo él. Se sentía bastante cansado, pero no pensaba admitirlo.
—También te has vestido —añadió ella, sonriente—. No olvides que te has vestido.