Drácula y otros relatos de terror. Bram Stoker

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Drácula y otros relatos de terror - Bram Stoker Colección Oro

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style="font-size:15px;">      26 de mayo.— Contad conmigo. Traigo noticias que harán que vuestros oídos os retumben.

      Arthur

      Capítulo VI

      Diario de Mina Murray

      Whitby, 24 de julio.— Lucy vino a buscarme a la estación, guapísima y atractiva como nunca, y fuimos a la casa del Crescent, donde se hallan alojadas ella y su madre. Aquello es maravilloso. El Esk es un pequeño río que fluye por un profundo valle, y se ensancha a medida que se acerca a su desembocadura y un impresionante viaducto lo cruza. El valle presenta un verde hermosísimo. Sobre el conjunto de casas de rojos tejados que constituyen el pueblo se emplazan las ruinas de lo que hace tiempo fue la abadía de Whitby. Son conocidísimas, de enormes proporciones y con muchísimos rincones bellos y románticos; recoge una leyenda que en uno de sus balcones aparece una dama vestida de blanco. El puerto queda debajo del pueblo, con una larga muralla de granito penetra en el mar, trazando una curva, en medio de la cual se levanta un faro; y algo más allá, otro.

      Guardo siempre esa imagen preciosa de la marea alta. Fuera del puerto se eleva una extensión de media milla, con un gran arrecife, cuyo abrupto borde queda recortado por detrás del faro sur. En la punta, siempre se encuentra la boya con su campana, que se balancea cuando hay mala mar y su sonido triste lo arrastra el viento. Dicen que de esta forma, cuando algún marinero se pierde en alta mar, puede guiarse por el sonido de la campana. Tengo que preguntárselo a un viejo lobo de mar que vive aquí…

      Es un anciano muy simpático, de muchísimos años, pues su cara es nudosa y retorcida como la corteza de un árbol. Él dice que tiene más de cien años. Creo que es una persona un poco escéptica, pues al preguntarle sobre las campanas de la boya y la Dama de blanco de la abadía, me contestó sin remilgos:

      —Yo no preocuparía demasiado por esas historias gastadas por el tiempo, señorita. Yo no digo que no sean verdad; solo que no sucedieron durante mi vida en este mundo. Todo eso está muy bien para los turistas y la gente que se encuentra de paso pero no para una linda damita como usted. Pensé que el anciano era la persona adecuada para preguntarle acerca de mil curiosidades, así que le pregunté si podía contarme algo acerca de la pesca de la ballena, sobre los métodos más antiguos.

      En el preciso instante en que comenzaba a narrar tan interesante historia, en el reloj de la iglesia tocaron las seis, después de lo cual se puso de pie y dijo:

      —Debo marcharme, encantadora señorita. Mi nieta se molesta cuando me tiene que esperar con el té servido en la mesa. El viejo se fue cojeando escalinata abajo. Yo también tendría que marcharme a casa, pues Lucy y su mamá ya habrán vuelto de las visitas que debían hacer por obligación.

      1 de agosto.— Ya hace una hora que estamos aquí con Lucy y hemos tenido una conversación de lo más interesante. Nos acompañaban mi viejo amigo y dos más que siempre van con él. Desde luego, de los tres, él es el centro de interés, y creo que de joven tuvo que ser de armas tomar, pues no admite ninguna sugerencia y lleva la contraria a todo el mundo. Si no puede convencerte por las buenas, intenta coaccionarte y luego hace un silencio absoluto, que sentencia la polémica a su favor. Abrí el debate de las leyendas y el viejo, inmediatamente, empezó con una especie de sermón. Intentaré ser lo más fiel posible a sus palabras:

      —Todo eso no son más que estupideces. Esas historias de duendes y aparecidos no hacen más que asustar a los niños y a las mujeres impresionables. Es cierto que se conservan señales, dibujos, huesos y otras cosas, pero el resto, todo fue inventado por los curas, los malévolos pedantes y los embusteros del ferrocarril para sacar dinero y provocar a la gente a hacer cosas que no harían de ninguna otra forma. Todo este montaje me asquea profundamente. El viejo hizo un silencio repentino; parecía orgulloso, mirando y buscando a su alrededor la aprobación de los demás contertulios. Pero yo intervine para animarle a que siguiera la conversación.

      —Señor Swales, seguramente no está hablando en serio. Todo el mundo cree estas leyendas como auténticas, como parte de su pasado y de su historia.

      —¡Bah! Solo son verborrea ¡Uy! Acaban de dar las seis en el campanario. Me voy. A su disposición, señoritas.

      Y el viejecito se marchó con su cojera.

      Lucy y yo nos quedamos un rato más allí sentadas y comenzó a hablarme de Arthur y de su próxima boda, lo cual me apenó algo, pues me hacía pensar en todo el tiempo que llevaba sin saber nada de Jonathan.

      El mismo día.— He subido sola, porque me siento un poco triste. Continúa sin haber carta para mí. Deseo que no le haya ocurrido nada malo. Han dado las nueve y desde aquí, veo las lucecitas salpicando todo el pueblo, a veces en forma de hileras señalando las calles; otras, muy distanciadas y solitarias, que ascienden hasta el río Esk y desaparecen en la curva del valle. A mi izquierda la visión queda limitada por la oscura silueta del tejado de una vieja casa cercana a la abadía. Ahora, las ovejas y los corderos balan en los campos que quedan detrás de mí. Percibo el ruido de cascos de un burro en el pavimento de abajo. La banda toca un vals en el rompiente; más allá del muelle, el ejército de salvación se encuentra en plena manifestación y ninguna de las dos bandas se escucha entre ellas, pero yo, desde este lugar privilegiado, puedo gozar de ambas. Me pregunto dónde estará Jonathan y si piensa en mí. ¡Ojalá ahora mismo estuviese a mi lado!

      Diario del Doctor Seward

      5 de junio.— El caso Renfield, cada día es más apasionante y con el tiempo he aprendido a entenderle mejor. Tiene algunas cualidades muy acentuadas, como el egoísmo, la discreción o la tenacidad, y no sé con qué función esta última, y estoy convencido de que existe, pero hasta ahora no he podido hallar cuál.

      La cualidad que le redime es su amor por los animales, aunque posee cambios tan extraños que no sé si no se tratará de otra cruel anormalidad. Sus animales favoritos, normalmente coinciden con los más raros. Hasta ahora, el deporte que más le gusta es la caza de moscas y coleccionarlas. Actualmente posee tan enorme cantidad que me he visto obligado a reñirle. Él, para mi sorpresa, no se encolerizó, como yo esperaba, sino que tomó el asunto con absoluta seriedad. Reflexionó durante unos minutos y a continuación me indicó:

      —Si me da tres días, me desprenderé de ellas.

      Desde luego concedí su petición. Debo atarle corto.

      18 de junio.— Ahora ha enfocado su atención en las arañas y guarda en una caja varios ejemplares de enormes dimensiones. Las alimenta con moscas, así que estas están padeciendo un exterminio masivo; aunque ha llegado a utilizar su propia comida para atraer más a su habitación.

      1 de julio.— Sus arañas son ahora tan molestas como sus moscas. Hoy le he dicho que tiene que deshacerse de ellas de una vez por todas, y al oírlo se ha quedado bastante triste; así que le he permitido que conserve unas pocas. Él ha asentido con alegría y le he dado el mismo plazo que la vez anterior. En una ocasión que estaba con él, me repugnó muchísimo algo: penetró una coromina en la habitación; una mosca enorme, carnívora, que pone sus huevos en la carne putrefacta. Volaba hinchada de alimento, con su zumbido que se escuchaba por toda la habitación, y él la atrapó con el índice y el pulgar y después, antes de que pudiese reaccionar, se la metió en la boca y se la comió. Le reprendí por ello y él argumentó sosegadamente que estaba muy rica, y que era muy sana; que estaba llena de vida y que le transmitía a él su vitalidad. Esto me hizo pensar que debía vigilarle mientras se deshacía de sus asquerosos insectos, ya que seguro que tramaba algo. Lleva una libreta donde siempre toma algún apunte; contiene páginas enteras llenas de cifras, generalmente números simples

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