Trazos y rostros de la Fe. Harold Segura
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PRESENTACIÓN
En estos trazos y rostros combino dos de mis gustos personales: el dibujo y la historia. Son eso: gustos, porque en ninguno de ellos soy experto. De niño rayaba toda pared que encontraba y cualquier papel que ponían a mi alcance. Lo sigo haciendo (hace poco pinte un árbol de la vida en la pared de la oficina de Marilú, mi esposa). Así crecí, entre lápices de colores, cuadernos de dibujo y el deseo de llegar a ser un dibujante con estilo. No lo logré; de aficionado, no pasé. En la escuela, después en la universidad y en el seminario, me convertí en caricaturista ocasional. Por ahí en mis viejos archivos guardo algunos recuerdos de los dibujos de mis profesores(as) y compañeros(as). También ellos guardan algunos.
¿Y la historia? Bueno, en la escuela y el colegio la historia no fue mi principal afición (pocos asuntos lo fueron, aparte del baloncesto y el dibujo). El interés llegó siendo ya joven, casi adulto, cuando comencé a descubrir los caminos de la fe y sus vericuetos históricos. Primero como católico (lo fui hasta los 18 años) y después como protestante evangélico. En mis años de seminarista aparecieron algunos de los rostros que ahora trazo en este pequeño libro. Mientras atendía las clases de mis profesores(as), dibujaba el rostro de mis compañeros(as) —y atendía mejor cuando dibujaba, ¡créanmelo!— Desde esos tiempos viene la ocurrente mezcla entre el dibujo y la historia.
Pues bien, ya pasados mis sesenta años, ofrezco estos destellos con interlocutores de la fe que siguen iluminado mi vida espiritual y alentando el seguimiento de Jesús. La lista escogida proviene desde los primeros siglos del cristianismo (padres y madres del desierto antiguo) y llegan hasta bien entrado el siglo XX (Dietrich Bonhoeffer y Monseñor Romero). Incluye rostros definidamente católicos (Teresa de Ávila), otros protestantes y evangélicos (Martín Lutero) y varios que no se podrían asignar a una sola familia confesional dada su universalidad (Francisco de Asís). Los veinticinco, vistos desde mi vocación ecuménica pertenecen a todas las confesiones por igual. Son cristianos y cristianas, así no más, que “dejándolo todo lo siguieron” (Lucas 5:11) y que con ese entusiasta y valiente compromiso nos invitan hoy a que le sigamos también, de acuerdo con lo que nos reclaman los nuevos contextos de hoy.
Se puede leer y se pueden ver1. A cada dibujo2 le acompaña una breve reseña biográfica del personaje, un texto tomado de sus escritos originales, un texto bíblico que se conjuga con las palabras del personaje y, al final, una pregunta de aplicación espiritual. Los escribo como pastor, teólogo y, aún mejor, como simple creyente, que cree en la riqueza que nos ofrece la historia de la espiritualidad y sus grandes personajes.
¿Cómo se puede usar este libro? Se puede ver y leer en forma individual o en grupos. Y se puede leer como recurso devocional y como cuaderno de introducción a algunos de los grandes personajes de la fe. Una sugerencia práctica es usarlo como un cuadernillo de diálogos espirituales en pequeños grupos. La cita del personaje, junto con el texto bíblico y la pregunta espiritual, son en particular un recurso que he elaborado para este ejercicio comunitario.
Mis agradecimientos a JuanUno1 Ediciones y a su Director de Publicaciones mi amigo Hernán Dalbes, por animarme a terminar este proyecto e invertir en él parte de mis noches, fines de semana y horas de vuelo dibujando, escribiendo, orando…y orando mientras dibujaba.
Dice J. Amando Robles (sacerdote dominico), mi profesor al que admiro y aprecio, que “la experiencia espiritual auténtica solo puede ser expresada poéticamente, mediante metáforas”3. Y así interpreto estos “garabatos” y textos: como una expresión metafórica y por lo tanto parcial e imperfecta del ser espiritual que soy y de la espiritualidad que procuro cultivar cada día.
Harold Segura
San José, Costa Rica. 1ro. de Noviembre de 2020.
(Día de todos los Santos, incluidos los que no están en el santoral)
Antonio Abad
(251-356)
Dijo Antonio:
“Señor, quiero salvar mi alma, pero los pensamientos no me dejan. ¿Qué hacer en mi aflicción? ¿Cómo me salvaré?”
Semblanza personal:
A Antonio Abad, o Antonio el Grande, se le reconoce como fundador del movimiento eremítico que estaba conformado por personas que, como él, cultivaban su espiritualidad en el desierto. Lo habían decidido así porque querían vivir su fe lejos del agitado mundo de las ciudades de la antigüedad y, sobre todo, distanciados de los centros de poder eclesial. Ante el avance inusitado del cristianismo institucional, aliado al poder imperial y apegado a sus propios intereses, Antonio y un gran número de cristianos y cristianas, decidieron huir. Él fue el primero. Su huida no era evasiva; era una forma consciente de resistencia espiritual y de protesta valiente ante la avalancha de éxitos que ya pregonaba el cristianismo de Roma.
El movimiento iniciado por Antonio se amplió después, más allá de los desiertos, a las montañas de Siria y a los centros de Italia, entre otros lugares. Eremita significó, entonces, no solo quienes vivían en esos lugares particulares, sino, más bien, quienes habían decidido vivir alejados y buscar de esa manera su fe. Antonio optó por una fe sencilla y, de alguna manera, una vida cristiana discreta. Para él fue más importante salvarse a sí mismo (de las tentaciones del poder, la ambición y el desenfreno), antes de esforzarse por salvar a los demás.
Para él, la primera batalla que había que ganar era contra sí mismo. Esto era a lo que llamaba salvación: liberarse de los pensamientos que se oponían a la voluntad del Señor, de sus caprichos egoístas, en resumen, de los demonios de su propio corazón. Por eso se preguntaba “¿Cómo me salvaré?” Antonio encontró esa salvación en el desierto, donde vivió por quince años. Después, empezó una labor pastoral con decenas de discípulos que iban hasta el desierto para buscar orientación y consejo. Así vivió hasta su muerte, cerca del Mar Rojo, con más de cien años de edad, según se cree.
Atanasio (296-373), obispo de Alejandría, escribió Vida de Antonio1, una biografía considerada el documento más importante del