Redes de innovación como factor de desarrollo. Daniel Goya
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Para analizar los factores que llevan al crecimiento, se tomará como base el Reporte de Competitividad Global, publicado por el Foro Económico Mundial en colaboración con el Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard y el Instituto para la Estrategia y Competitividad, de la Escuela de Negocios de Harvard. El reporte 2001-2002, en cuya elaboración participaron, entre otros, Michael Porter y Jeffrey Sachs, explica que el objetivo del Índice de Competitividad para el Crecimiento es evaluar la capacidad de las distintas economías del mundo de lograr un crecimiento económico sostenido en el mediano plazo, analizando sus estructuras, instituciones y políticas. Es decir, un enfoque más cualitativo que el modelo económico neoclásico analizado en el capítulo anterior, por lo que permitirá investigar en mayor detalle cuáles son los temas relevantes para economías en desarrollo como Chile.
Revisando los estudios existentes sobre crecimiento económico, se identifican tres mecanismos interrelacionados involucrados en este: la eficiente distribución de los recursos, lo que se basa en la competencia de mercado y una sofisticada división del trabajo; la acumulación de capital, el aumento de capital por trabajador (tanto físico como humano) tiende a una mayor productividad por trabajador; y el progreso tecnológico. Este último puede lograrse de dos formas, mediante la creación de nueva tecnología, o mediante la adopción y adaptación de tecnologías desarrolladas en otros países (McArthur y Sachs, 2002).
Los tres factores identificados son importantes, pero el progreso tecnológico ha sido el más importante en la historia moderna. Parte de su importancia puede entenderse por el hecho de que desplaza los límites a los cuales podría llegarse con los otros dos factores; si el nivel tecnológico permanece constante la distribución de los recursos y la acumulación de capital comenzarían a tener retornos decrecientes, tendiendo asintóticamente a un límite (McArthur y Sachs, 2002). El progreso tecnológico desplaza esta asíntota, permitiendo alcanzar niveles de crecimiento (y de desarrollo, si las políticas públicas son efectivas) cada vez mayores, mediante una mayor productividad de los recursos disponibles.
Como se vio en el capítulo anterior, el modelo de crecimiento neoclásico considera que el crecimiento no explicado por la acumulación de capital y trabajo se explica por un residuo denominado Productividad Total de Factores (PTF), el que depende de la productividad agregada de las distintas firmas participantes de cierta economía. En la figura 3.1 es posible observar la importancia de la PTF para explicar el crecimiento económico chileno entre 1986 y 2000.
Figura 3.1. Contabilidad del Crecimiento en Chile, 1961-2000.
Fuente: (Gallego y Loayza, 2002).
Se puede ir más allá y preguntar qué explica la PTF. Como es de esperar, la productividad de los países parece ser explicada por el esfuerzo en investigación hecho por las empresas. Benavente explica lo siguiente: “En un reciente trabajo empírico, Rouvinen (2002) muestra que efectivamente el gasto en Investigación y Desarrollo explica en buena medida cambios de la PTF en un grupo de 15 países de la OECD. Sin embargo, un aspecto de fundamental interés de este estudio es el hallazgo de que sería el gasto en I+D el que causa cambios en la PTF y no al revés. Este resultado elimina por tanto la posibilidad de que para aquellos países que han crecido más vigorosamente sea este último hecho el que explique tasas de inversión más alta de actividades científico-tecnológicas; es decir, la causalidad inversa” (Benavente, 2004).
Tomando la PTF y el gasto en I+D promedio durante los 90 para 55 países con información reciente, Benavente ajusta una regresión que sugiere que “para el caso de Chile, un aumento de un 10% en la proporción del gasto en I+D sobre el producto tendrían un impacto de mediano plazo (una década) de 1,8 puntos porcentuales en el crecimiento económico” (Ibíd.), como se aprecia en la figura 3.2. Esta es, sin embargo, sólo una primera aproximación al tema; en los dos capítulos siguientes se entrará en detalle de qué factores específicos están impulsando la productividad a nivel de la firma.
Figura 3.2. Relación entre Productividad Total de Factores y Gasto en I+D.
Fuente: (Benavente, 2004).
En Chile hace años se viene hablando de “dar el salto al desarrollo”. ¿Qué significa esto exactamente? Se supone que Chile tiene el potencial de pasar de ser un país “en desarrollo” a uno desarrollado, pero algo ha faltado, y sigue faltando. Ese algo es cuantificado en los últimos Reportes de Competitividad para el Crecimiento, en el reporte 2000-2001 mediante el “índice de creatividad”, y en el 2001-2002 mediante la distinción entre “economías núcleo” y “economías no núcleo”.
Basándose en el hecho de que lo que diferencia a los países que han logrado crecer sostenidamente a largo plazo de los que no, es la capacidad de tener altas tasas de innovación, se introduce este concepto en la elaboración del índice. Las economías “no núcleo” pueden lograr altas tasas de crecimiento mediante la inversión extranjera y la absorción de tecnología, pero a medida que se acercan en tecnología a las desarrolladas, la capacidad de crecimiento mediante absorción tecnológica va claramente disminuyendo, hasta llegar al punto en que el país necesita dar el salto y transformarse en un innovador, para no estar estancado esperando que le llegue la tecnología desde el exterior, sino que pueda sustentar su crecimiento en tecnología desarrollada dentro de la misma economía; esto es lo que caracteriza a las economías “núcleo”.
Para lograr este cambio, se han identificado una serie de factores importantes: la inversión en educación superior, una buena base de tecnologías de la información, altos niveles de gasto público en I+D, y leyes de propiedad intelectual efectivas que promuevan la investigación y el desarrollo (McArthur y Sachs, 2002).
Porter, con su “Ventaja Competitiva de las Naciones” planteó la idea de hablar de competitividad no sólo a nivel de firmas, sino que también de economías nacionales, lo que se ha continuado desarrollando por distintos autores. “Competitividad tiene distintos significados para la firma y para la economía nacional. La competitividad de una nación es el grado en el cual puede, bajo condiciones de mercado libres y justas, producir bienes y servicios que pasen la prueba de mercados internacionales y al mismo tiempo aumentar los ingresos reales de sus ciudadanos” (Cohen et al., 1985, citados por Castells, 2000).
En esta definición se conectan los bienes y servicios producidos por las distintas firmas con el nivel de competitividad nacional. Como lo complementa Castells, la competitividad, “tanto para firmas como para países, requiere reforzar las posiciones de mercado en un mercado en expansión. Así, el proceso de expansión de mercados mundial retroalimenta al aumento en productividad, dado que las firmas deben mejorar su rendimiento al encontrarse con competencia más fuerte de otras partes del mundo” (Castells, 2000). Acá entra en juego la globalización, como un factor crucial tanto por el hecho de que, inevitablemente, los países compiten unos con otros, como por el efecto amplificador sobre la productividad (y por tanto sobre la competitividad) causado por la participación en mercados globales.
De estos dos niveles de la competitividad se desprende que los Estados deben lograr crear condiciones de competitividad nacional, para que sus firmas sean competitivas a nivel internacional y de esta forma fomenten el crecimiento del país.
Sin todavía estudiar en detalle el tema de la innovación, lo que se hará en el capítulo 5, en términos de su potencial como impulsor del crecimiento, es posible distinguir entre los nuevos emprendimientos, que casi por