Las cosechas son ajenas. Juan Manuel Villulla

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Las cosechas son ajenas - Juan Manuel Villulla Tierra indómita

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interna de la que ya no volvería atrás, que separaba a los braceros manuales que nutrían las seccionales de FATRE, y a los operarios más calificados que se replegaban al aislamiento de los grandes establecimientos agropecuarios y la residencia rural.

      Sólo entre 1947 y 1952, alrededor de 60.000 jornaleros estacionales dejaron el campo para siempre (Gallo Mendoza y Tadeo, 1964; Bisio y Forni, 1977). El éxodo graficó la precariedad y la naturaleza limitada de la contención estatal a los obreros rurales. Con las sequías como telón de fondo, cuando la crisis obligó al gobierno a jerarquizar la productividad agrícola, relajó tanto su hostigamiento hacia las patronales del campo como la defensa de los peones (Lattuada, 1986). Para colmo, su acuerdo con los Estados Unidos habilitó el levantamiento del boicot y posibilitó la importación y producción local de maquinarias ahorradoras de mano de obra, como tractores y transporte automotor (Barsky y Gelman, 2001; Rapoport, 2007). En el mismo sentido, menos resonantes que las concesiones a las demandas obreras de 1947, fueron las cláusulas de la nueva legislación que prohibieron a los jornaleros la paralización de las labores en la agricultura, es decir, el derecho a huelga (Ascolani, 2009). Eso no significa que los peones fueran a cumplirlas, pero expresó la doble perspectiva con la cual el gobierno se involucró en la cuestión laboral agraria. Es decir, por un lado, este buscó en la clase obrera rural un punto de apoyo económico y político (Murmis y Portantiero, 1971; Martínez Dougnac, 2010). Pero por otro, en el marco del estancamiento agrario, no se propuso irritar a los agricultores más allá de lo que indicara la necesidad de proveerse de divisas a través de sus exportaciones de granos (Lattuada, 1986), por lo que se comprometió con los empleadores a garantizar a toda costa la continuidad de producción.

      Como parte de este equilibrio de concesiones, la ley 13.020 también permitió a los chacareros utilizar algo de su mano de obra familiar, y a los empleadores a buscar algunos de los peones que necesitaban fuera de las Bolsas de Trabajo. Estas licencias referían muy específicamente a maquinistas y tractoristas de cosecha y trilla, es decir, la capa superior de obreros agrícolas de oficio. En efecto, más allá de la legislación de 1947, este sector de operarios podía conseguir ocupación sin tener que acudir a las Bolsas de Trabajo. Por regla general, sus habilidades habían sido siempre algo escasas entre los jornaleros agrícolas y aún respecto a la mano de obra familiar. Además, su función en el proceso de trabajo seguía siendo necesaria, de modo que su oficio los hacía no tan fácilmente reemplazables. Esto los diferenciaba de la masa proletaria que constituía la base de las Bolsas de Trabajo, la cual muy lejos de ser imprescindible, caminaba por una delgada línea entre la desocupación y el trabajo rural, que mantenían algo artificialmente gracias a su persistente acción sindical y la oportuna tutela del Estado. Por lo tanto, si esas Bolsas eran la reserva organizada del proletariado rural pampeano y basaban su ligazón con sus miembros casi exclusivamente en pos de la búsqueda de empleo, los maquinistas y tractoristas de cosecha y trilla no tenían demasiados motivos para participar de ellas y se alejaron de la organización gremial.

      Esto operó una lenta mudanza subjetiva en estos obreros de oficio. Más que un colectivo de trabajadores que visualizara sus intereses en común, tractoristas y maquinistas se constituyeron en una suma de individuos que dependían de sí mismos y sus habilidades para conseguir trabajo y negociar sus condiciones. De ahí en más, la conflictividad proletaria y el sindicalismo rural quedaron restringidos a una fracción de trabajadores sin aptitudes precisas, que no podían hacer pesar otro oficio que el de su fuerza física, su férrea organización colectiva, y su integración al primer justicialismo como cobertura política de sus demandas. Seguramente sin proponérselo, la ley 13.020 solidificó esta división trascendental entre los obreros de la agricultura pampeana. Como resultado, si en el proceso de construcción de la hegemonía peronista los sindicatos eran su “columna vertebral”, los tractoristas y maquinistas más calificados que no acudían a la Bolsa quedaron por fuera de esta polea de transmisión política e ideológica.

      No obstante, más allá de sus esfuerzos de resistencia, en el año 1960 los censos registraron que dese 1937 ya 250.000 braceros habían abandonado el campo. Por el contrario, en el mismo lapso de tiempo los tractores se habían cuadriplicado, pasando de 19.935 a 83.852 unidades. Los modelos que se conseguían en el mercado a principios de los años ‘60 eran siete veces más potentes que los primeros, y con ellos los agricultores podían sembrar una hectárea en cuatro veces menos tiempo que en la era del caballo (Tort y Mendizábal, 1980; Coscia y Torchelli, 1968). En simultáneo se difundieron las cosechadoras-trilladoras autopropulsadas para cosechar el trigo, y con ellas el sistema de carga a granel. Este método venía a reemplazar el de las bolsas, que además de llenado requería tareas de costura y estiba que ocupaban a miles de braceros manuales (Coscia y Cacciamani, 1978).

      En la misma línea, la cosecha mecánica de maíz fue el cambio más drástico operado a principios de la década de 1960. Las nuevas maquinarias podían ser operadas por dos o tres obreros que hacían el trabajo casi diez veces más rápido que antes —de 100 a 11 horas hombre por hectárea—, ya sin necesidad del concurso de decenas de braceros que levantaran el maíz de los surcos con sus propias manos, ni que operaran la monumental desgranadora después de juntar las mazorcas (Coscia y Torchelli, 1968; Balsa, 2004). Por último, la introducción de herbicidas reemplazó labores manuales por procesos químicos, gracias a los cuales una hectárea de maíz pudo prevenirse de malezas con sólo media hora de trabajo, mientras tradicionalmente podía demandar un mes, y por lo tanto, necesitar de muchos hombres y mujeres para terminar la tarea a tiempo (Coscia y Torchelli, 1968).

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