Metamanagement (Aplicaciones, Tomo 2). Fred Kofman

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Metamanagement (Aplicaciones, Tomo 2) - Fred Kofman

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      Cada persona tiene un discurso público, uno privado (que se reserva) y uno oculto (que ni siquiera él conoce). La interacción (flechas gruesas) parece ocurrir entre los discursos públicos, mientras que los otros se mantienen escondidos. No revelar los discursos privados y ocultos, sin embargo, no parece ser importante. Ellos son “pequeños” en relación a los discursos públicos.

      En realidad, las interacciones humanas se acercan más al diagrama 2. En él, el discurso público es el relativamente “pequeño” y al ocultar el discurso privado se sustrae una parte importante de la información relevante. Lo que ayuda (¿ayuda?), sin embargo, es que ocultar el discurso privado es imposible. Uno puede tratar de esconder o ignorar sus pensamientos y emociones perniciosos, pero se traslucen. Intentar tapar la columna izquierda (privada) con la derecha (pública) es tan imposible y frustrante como intentar cubrirse en una fría noche de invierno con una frazada de bebe. A veces los sentimientos y pensamientos más profundos (ocultos) resultan evidentes para el interlocutor mientras que permanecen en el punto ciego de la propia conciencia.

      El “cuatrilema” (dilema de cuatro dimensiones) comunicacional parece insoluble. Pero no todo está perdido. Un viejo proverbio sugiere una forma de salir de esta encrucijada: “Cuando te enfrentes a dos malas opciones…”, dice el refrán, “…elige una tercera”.

      Todo dilema nace a partir de una condición de contexto que se supone invariable. Al modificar esta condición, la “tercera opción” del proverbio sale a la luz. En el caso de la columna izquierda, el supuesto a reconsiderar es que los pensamientos y sentimientos tóxicos deben mantenerse en su forma original. Por eso, “decirlos” o “no decirlos” se presenta como única alternativa. Pero hay otra: “procesarlos”, destilando la columna izquierda hasta encontrar su esencia de pureza y efectividad. Al igual que al petróleo crudo, podemos refinar nuestra columna izquierda y transformarla en energía que impulse nuestra efectividad, nuestros vínculos y nuestra dignidad. La misma columna izquierda que genera las peores rutinas defensivas es la materia prima capaz de cimentar conversaciones más efectivas, amistosas y honorables.

      Las interacciones tóxicas pueden envenenar los vínculos. Pero como todos los venenos, las mismas toxinas conversacionales contienen los agentes necesarios para transformar los vínculos difíciles en inmensas oportunidades de aprendizaje. El desafío es desarrollar habilidades y sabiduría para aprovechar esas oportunidades.

      El objetivo de procesar la columna izquierda es crear nuevas formas de pensar, de ser y de interactuar que resulten más efectivas. Al tomar conciencia de los pensamientos y sentimientos que yacen debajo de la superficie, uno puede identificar qué es importante y por qué es difícil expresarlo. La experiencia de quienes han analizado estos casos, revela que generalmente lo que impide la comunicación es la forma superficial, no el contenido profundo. Al pulir la columna izquierda en busca de su expresión esencial, lo que se encuentra es altamente generativo. El problema es que este corazón precioso, como todo diamante en bruto, está recubierto por una capa de carbón tóxico. El secreto está en quitar la capa irritante y revelar el valioso centro.

      La columna izquierda está compuesta por reacciones automáticas: pensamientos y sentimientos evocados por la situación, que aparecen más allá de todo control voluntario de la persona. Como explicamos, esta capa reactiva es sumamente tóxica, por lo cual (sanamente) la mayoría de las personas intenta mantenerla fuera de la conversación. La estrategia más corriente es esconderla detrás de una capa de maquillaje que lo haga parecer a uno más civilizado. Pero, como dice el refrán: Aunque se vista de seda, la mona, mona queda. Aunque se cubra de urbanidad, la columna izquierda sigue siendo tóxica. Es por ello que tanto decirla (derramarla) como no decirla (taparla) son estrategias conversaciones fallidas.

      Cada una de estas capas corresponde a cierta porción de nuestra auto-imagen (Desarrollamos este punto más profundamente en el Capítulo 25, Tomo 3, “Identidad y autoestima”). La capa reactiva es quien uno cree (y teme) ser. En la intimidad de la propia mente, uno se ve como “naturalmente” tóxico. Ello genera vergüenza y miedo de ser descubierto. Por eso es que la máscara de la columna derecha no es sólo una estrategia para controlar la conversación; es también un intento de controlar la imagen que uno proyecta hacia el exterior. El afán es conseguir que los demás crean que uno es algo que realmente no es.

      La paradoja es que quien uno auténticamente es, en lo profundo de su corazón, es mucho más brillante aún que quien uno pretende ser en su fachada. La clave es sumergirse hacia lo más hondo de uno mismo, y encontrar el diamante en bruto que yace allí escondido. Procesando este diamante, es posible disolver el dilema operando simultáneamente con efectividad, respeto, honestidad e integridad.

      El primer paso del procesamiento es la toma de conciencia. Antes de ser auténtico con los demás uno debe ser auténtico consigo mismo. El mero hecho de escribir la columna izquierda implica un esfuerzo de auto-observación genuina. A esto le sigue el proceso de auto-aceptación. Necesitamos abrir la conciencia para aceptar incluso aquellas cosas que contrarían nuestra auto-imagen. Es imposible transformar en forma consciente aquello que permanece inconsciente. Aceptar, sin embargo, no quiere decir validar. Uno puede aceptar que experimenta un impulso automático de agredir a quien está en desacuerdo con lo que dice, pero eso no significa que sucumba (apruebe) esa tentación. El espíritu de aceptación no tiene nada que ver con el espíritu de indulgencia.

      El segundo paso es la asunción de responsabilidad. Hacerse cargo de que uno siempre tiene la posibilidad de responder a sus circunstancias. La clave de la transformación es sentirse protagonista, ser proactivo y encarar el esfuerzo de modificar la conducta propia como palanca para modificar situación. La persona responsable, mira con autenticidad su columna izquierda y se pregunta: ¿En qué medida estoy contribuyendo a la pobreza de esta conversación? ¿En qué medida puedo responsabilizarme

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