Metamanagement (Aplicaciones, Tomo 2). Fred Kofman
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El momento crítico de la conversación es aquel en el que uno se da cuenta del contenido de su columna izquierda. Entonces se presentan tres posibilidades: reprimir los pensamientos y sentimientos, manifestarlos impulsivamente, o procesarlos conscientemente. Quien opera con el “piloto automático”, generalmente cae en alguna de las dos primeras rutinas. Quien ha desarrollado la habilidad de respirar-reflexionar-en-la-acción, puede elegir la tercera. Puede “parar la pelota” y reflexionar: “¿Qué estoy buscando, tener razón, o ser efectivo? ¿Me interesa más ganar, o cooperar en la búsqueda de soluciones? ¿Qué acciones son las más congruentes con mis valores en estas circunstancias?”.
3. Reflexión. El ejercicio de la columna izquierda es un ejemplo de reflexión. Con posterioridad a los hechos, uno puede revisar la conversación buscando oportunidades de aprendizaje y mejoramiento. Preguntas que ayudan a reflexionar son: “¿Qué podría haber hecho distinto?”; “¿Qué podría hacer ahora para corregir lo que pasó (reencarrilar la tarea, reparar el vínculo o restablecer mi integridad)?”; “¿Qué puedo aprender de esta situación que me sirva para mejorar mis futuras interacciones?”.
La reflexión es también el primer paso para la preparación de futuras conversaciones. Las oportunidades de mejora y aprendizaje descubiertas se convierten en el disparador de las próximas acciones e interacciones. Por ejemplo, al advertir que uno ha quedado insatisfecho por no haber manifestado su verdadera opinión, puede investigar qué lo contuvo y cómo podría expresar la esencia de su verdad en forma habilidosa. Luego, tal vez con la ayuda de un coach, podría practicar la nueva conversación y, si resulta adecuado, solicitar al interlocutor otra reunión para resolver sobre el tema.
De la conversación a la meta-conversación
A veces el problema no está en el texto de la conversación sino en su contexto. Por ejemplo, un clima de resentimiento puede teñir las interacciones de los participantes haciéndolas improductivas aun cuando usen “las palabras correctas”. Un principio conversacional básico es que aunque una conversación sea adecuada, si ocurre en el contexto inapropiado resulta una conversación inadecuada. Cualquiera que haya intentado razonar con alguien exaltado puede atestiguar sobre lo inútil del ejercicio. Igualmente, nos frustramos cuando tratamos de resolver un problema complejo en un pasillo. Por eso, si uno sospecha que hay factores contextuales que están afectando la conversación, conviene hacer un alto y proponer una meta-conversación, vale decir una conversación sobre cómo conversar.
La meta-conversación convierte al contexto en texto. El “clima” que tiñe y condiciona la conversación se torna en el “tema” de la meta-conversación. Por ejemplo, al advertir una cierta impaciencia en su interlocutor, uno podría comentar: “Me parece que tiene usted prisa. ¿Es éste un buen momento para conversar? Tal vez podríamos encontrarnos más tarde y hablar con más calma…”. O, sospechando que viejos temas pendientes están impidiendo avanzar en la conversación, decir: “Me pregunto si las dificultades que hemos tenido en el pasado no estarán influyendo sobre nosotros. Quizás podríamos agotar ese tema antes de abrir este. ¿Qué piensa usted?”.
En los casos más extremos, puede ser conveniente retirarse de la conversación completamente. Si la otra persona se desequilibra emocionalmente al punto de volverse agresivo (o si es uno el que se descubre “saliéndose de las casillas”) lo mejor es, quizás, hacer un alto y tomar distancia. Siempre es posible retomar la conversación cuando los ánimos se aquieten. Uno podría excusarse diciendo, por ejemplo, “Lamento haberte irritado. Te propongo que hagamos un espacio para reflexionar sobre el tema y volvamos a conversar mañana…”, o “No me siento cómodo discutiendo esto tan acaloradamente. Quisiera tomarme un respiro. ¿Qué tal si hacemos un recreo y seguimos dentro de media hora?”.
Proponer una meta-conversación es una acción osada, por lo cual requiere de tacto y pericia. Antes de aplicar las herramientas conversacionales al contexto, es conveniente desarrollar la habilidad de aplicarlas al texto.
La columna izquierda en el largo plazo
Hemos dicho que es imposible elegir los pensamientos que aparecen en la columna izquierda; debemos ahora calificar esa afirmación. Ciertamente, en el instante en que uno se descubre un sentimiento tóxico es imposible evitar experimentarlo: uno ya lo está sintiendo. Lo que sí es posible es entrenar la conciencia mediante una práctica diligente para minimizar la aparición de estos pensamientos y sentimientos, y para manejarlos más habilidosamente en el momento en que aparezcan.
Una metáfora para este proceso es lo que pasa con los músculos. Si en este preciso instante yo intentara levantar una pesa de 100 kg, con toda seguridad fracasaría; no tengo la fuerza suficiente. Aun aplicando toda mi voluntad, sería imposible lograr mi objetivo. Puedo decir entonces, que es imposible para mí levantar 100 kg. Esa imposibilidad, sin embargo, no es necesaria (como lo sería mi imposibilidad de levantar 1.000 kg) sino contingente. Por el momento mis músculos no son lo suficientemente poderosos para realizar la tarea; por el momento. Pero si me embarco en un programa de entrenamiento, al cabo de un cierto tiempo podría llegar a desarrollar la potencia muscular necesaria para lograrlo. Literalmente, el ejercicio es capaz de cambiar mi construcción física, aumentando mi masa muscular y produciendo cambios fisiológicos en mi organismo.
La clave es el tipo de programa de entrenamiento en el que me embarque. Si uso sólo “el poder de mi visión” y “el pensamiento positivo”, probablemente no alcance grandes resultados. Imagíneme frente al espejo todas las mañanas repitiendo durante cinco minutos la afirmación: “Mis músculos crecen momento a momento; me voy poniendo más fuerte día a día”. Es altamente improbable que ese único “ejercicio” dé el resultado esperado. No es que las afirmaciones sean inútiles −hay gran cantidad de investigaciones que validan el poder del diálogo interno para afectar a las personas− el problema es que este ejercicio es el único que hago. La voluntad debe traducirse en acción para generar resultados. Óptimamente, luego de mis afirmaciones, me iría al gimnasio donde trabajaría con un entrenador (coach) para alcanzar mis objetivos. Las buenas intenciones son efectivas cuando hacen de prolegómeno a las buenas acciones.
Con la columna izquierda pasa algo parecido. En el instante de la conversación es imposible cambiar mi constitución psicológica. Si me digo con todas mis fuerzas: “Soy una buena persona y no tengo sentimientos negativos”, probablemente empeore las cosas. Además de seguir albergando los sentimientos negativos, ahora tengo culpa por experimentarlos. Pero si me embarco en un programa de entrenamiento (con ejercicios conceptuales como los sugeridos en este libro) al cabo de un cierto tiempo podré modificar mi manera automática de responder a las situaciones. La capacidad reflexiva, la responsabilidad, la integridad incondicional, la compasión, el respeto y otras virtudes son tan desarrollables como los músculos. Para aumentar estas competencias es necesario tomar la vida como un gimnasio y dedicarse a entrenar permanentemente. De hecho, al encontrar un desafío, uno puede sonreír con satisfacción frente a la posibilidad de practicar con la “pesa” más pesada. Esta “pesa” es la más efectiva para generar “músculo”.