ORCAS Supremacía en el mar. Orcaman

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Sólo las crías poseen bulbos olfativos; en el odontoceto adulto, los reemplazan los quimiorreceptores que se ubican en la base de la lengua y le permiten detectar cambios químicos en el agua. Esa información le facilita la detección de presas, el contacto con el grupo (a través de los desechos fisiológicos), la ubicación de hembras en celo y la determinación de preferencias en su alimentación.

      Entre muchas adaptaciones a la vida acuática, los cetáceos redujeron su anatomía externa para evitar la fricción con el agua. Por ejemplo, el pene del macho se esconde en el abdomen, en forma de S, con su punta dentro de la cobertura prepucial, y sólo es visible cuando está erecto; también las glándulas mamarias de las hembras están ocultas y se revelan únicamente cuando están amamantando.

      Es difícil distinguir a simple vista el sexo de una cría o un ejemplar juvenil de orca: en esas edades, la forma de la aleta dorsal es igual en ambos sexos. La identificación sería más fácil si se pudiera observar la zona central del vientre, donde se ubican los surcos genitales: en las hembras se observa un largo surco longitudinal (el ano está junto a los genitales), flanqueado por un surco más pequeño a ambos lados (que esconden las glándulas mamarias); los machos presentan claramente dos surcos consecutivos (el ano está separado de los genitales).

      Poco sabemos con certeza acerca del origen de los cetáceos. Todavía se lo investiga y nuevos descubrimientos aportan fundamentos o dudas que cambian las teorías. Se estima que se originaron en el período Paleoceno, unos 63 millones de años atrás. Sin embargo las evidencias más antiguas los ubican hace 54 millones de años: Maureen A. O’Leary y Mark D. Uhen ubican entonces a un mamífero terrestre, con pezuñas y parecido a un perro, que por causas desconocidas comenzó a alimentarse con peces. Este inicio probable para la evolución de los cetáceos los considera parientes de los actuales ungulados artiodáctilos: ovejas, vacas y otros mamíferos con pezuñas.

      Tuvieron que pasar dieciocho millones de años para que ballenas barbadas y dentadas habitaran los mares, en la época Oligocena. Y aún hubo que esperar otros veinticuatro millones de años (tiempo impensable para nosotros pero corto para los valores evolutivos para que aparecieran los delfines verdaderos, a cuya familia pertenecen las orcas.

      Al cruzar la línea costera e invadir el territorio ecológico del mar, debieron sustituir su pelaje ancestral por una gruesa capa de grasa gelatinosa, que los protegería de las bajas temperaturas y reduciría la resistencia al agua que produce el pelo. Así adquirió un cuerpo hidrodinámico con una piel lisa cubierta por un flujo laminar (pequeñas gotas de lípidos) que facilita el desplazamiento. Durante su estado fetal los cetáceos poseen pelo; una vez nacidos, sólo mantienen mínimos vestigios de pelo en algunas partes del cuerpo. Sus extremidades posteriores se fueron perdiendo mientras se desarrollaba una poderosa cola horizontal y las extremidades anteriores se modificaban (aunque sin perder su estructura ósea) en aletas nadadoras; únicamente en su estado fetal los cetáceos mantienen cuatro patas, la pelvis y una cola. Por último, la mayoría de las especies desarrolló una aleta dorsal como ayuda para la estabilidad y navegación.

      El oído de los cetáceos también debió adaptarse a la vida bajo el agua. El Pakicetus inachus, hasta el momento el más primitivo antecesor de este orden, vivió hace 54 millones de años en las costas de lo que es hoy Pakistán y se presume que podría haber llevado una vida anfibia: tenía una ampolla timpánica probablemente adecuada para la audición subacuática; sin embargo, un estudio que Zhexi Luo realizó en 1998 muestra que esa estructura no podía recibir sonidos subacuáticos, sino solo aéreos. También se discute si la ecolocalización (función auditiva que permite evitar obstáculos y capturar presas) es otra adaptación exclusiva de los odontoceti o si también los mysticeti cuentan con esa capacidad.

      Los cetáceos con dientes son más diversos que los mysticeti: en los cráneos fósiles, los dientes son lisos o serrados, robustos o pequeños, e inclusive inexistentes. Los delfines con dientes similares a los de tiburón (escualodóntidos), que vivieron entre quince y 35 millones de años atrás, tenían características de los actuales odontoceti: por ejemplo, los espiráculos, orificios respiratorios retraídos hacia la región posterior del cráneo. Sus dientes triangulares afilados, con bordes serrados y superficie arrugada, indicarían un tipo de vida de carnívoro activo; es decir, costumbres de alimentación parecidas a las de la orca. Estos delfines desaparecieron hace unos diez millones de años.

      Del Plioceno de Italia se descubrieron dientes que habrían pertenecido a orcas o a especies muy emparentadas. Entre los hallazgos se destaca gran parte del esqueleto post-craneal de Orcinus citoniensis (Capellini, 1983), de menor tamaño que el de Orcinus orca (un largo de cuatro metros) y dos hileras dobles de catorce dientes proporcionalmente menores que los de la actual especie.

      En el Museo Paleontológico Egidio Feruglio de la ciudad de Trelew, Chubut, se expone el cráneo de un Prosqualodon australis, cetáceo del Mioceno de Patagonia cuya antigüedad se estima en unos veintitrés millones de años y sus hábitos alimenticios se suponen parecidos a los de las actuales orcas.

       (Agradezco la revisión de este capítulo al Dr. Mario A. Cozzuol)

      

       9

       CÓMO SURGIO LA LEYENDA

       El desconocimiento, junto con el miedo

       a lo desconocido, genera leyendas.

       JCL

      Este gran delfín presumiblemente atrajo la atención del hombre desde el mismo momento en que se dejó observar por primera vez. Si en el siglo XXI nos estremecemos al mirar el salto de una orca o al vernos reflejados en sus ojos, ¿que habrá pasado por la mente de quienes hace 9.000 años dibujaron la imagen de una orca en una roca de la costa de Noruega septentrional (el dibujo de un cetáceo más antiguo que se conoce) o los nativos nazca? Estos habitantes de los valles de la costa sur del Perú incluyeron en su arte espléndidas representaciones de orcas, aunque vivían a 35 kilómetros del océano y no las contaban como presencias cotidianas.

      Para este pueblo agricultor la orca era una poderosa deidad que ayudaba a dominar a los espíritus malignos que –según su cultura– vivían bajo el mar. La vinculaban con la provisión de agua y, por ende, con la fertilidad agrícola: el agua que hacía posible la vida en esa árida región no pertenecía a los agricultores sino a la divinidad que vivía en el océano. Desde allí, creían los nazcas, la orca lanzaba el agua hacia la cordillera andina para que bajase por los ríos, se filtrara en la tierra y se encausara por los pukios, red de galerías subterráneas construidas para regar los campos y hacer prosperar los cultivos.

      Cuando llegaban los secos meses de invierno, la relación entre los agricultores nazcas y la orca se tornaba inestable. Era el momento de renovarla. Como los nazcas identificaban el escurrimiento del agua con el derramamiento de sangre, realizaban sacrificios para pagar a la diosa: practicaban cortes en el cuello de humanos, quienes luego eran decapitados. Una vez aplacada su sed de sangre, la orca les proveía el agua –creían– y les aseguraba el éxito de la producción agrícola.

      Hacia el siglo cien antes de Cristo, los nazcas construyeron templos dedicados a la orca; de la misma época data el dibujo de una impresionante orca de sesenta y cinco metros de longitud con la cabeza de un hombre retenida por su aleta pectoral que se halló en los gigantescos geoglifos de Pampa de Ingenio. Pero recién en el 2015 y gracias a Johnny Isla Cuadrado del Ministerio de Cultura en la provincia peruana de Ica, su equipo con la utilización de drones pudieron localizar una serie de geoglifos en la zona de Palpa-Nazca entre los que

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