Buscando A Goran. Grazia Gironella

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Buscando A Goran - Grazia Gironella

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      a

      Goran

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      Cualquier referencia a personas o hechos de la vida real, es pura coincidencia.

      Copyright – 2017 Grazia Gironella

      Traducción del italiano: Elizabeth Garay

      Todos los derechos reservados. De acuerdo con las leyes de publicación, la reproducción, incluso parcial y por cualquier medio, no está permitida sin el permiso previo por escrito de la autora.

      La imagen de la portada fue tomada de Pixabay y reelaborada por la autora.

      Estoy despierto.

      ¿Qué significa eso? ¿Volver a mí mismo, a mi mundo? No ha sido así desde hace mucho tiempo.

      Debo abrir los ojos. Es un movimiento sencillo. Si tan solo los párpados no fueran una esclusa que me proyectara de una conciencia a otra, sin respeto, sin darme tiempo de recuperar el punto cero, quien yo soy.

      En el sueño, estaba nevando.

      GORAN

      Comparación entre pinturas chinas de las dinastías Ming y Ching.

      Comparación

      entre las pinturas chinas

      de las dinastías

      Ming y Ching.

      Comparación…

      Goran deslizó el ensayo sobre el escritorio con un suspiro de frustración. La lectura era de poca utilidad cuando los ojos y el cerebro iban por caminos separados. Dejó que su mirada vagara en busca de un punto de apoyo que lo devolviera a la realidad funcional.

      A la luz del otoño, el negocio que se encontraba debajo de su oficina, era un torbellino de polvo de oro, oro en los marcos y jarrones birmanos, en las mesas chinas y en las esteras que colgaban de las paredes, oro flotando en suaves remolinos en los rayos de luz que daban forma al espacio, como focos en un escenario. Entonces alguien apagó el sol y las motas finas y relucientes desaparecieron abruptamente, el oro se transformó nuevamente en polvo prosaico e invisible en el momento de un chasquido de dedos.

      Goran desvió su atención de la tienda e hizo algunos movimientos cautelosos con el cuello para disuadir el acechante dolor de cabeza. El entrepiso pavimentado con suelo de plexiglás transparente había sido idea suya para vigilar al personal y al flujo de clientes, desde una posición de control suspendida, casi sobrehumana. Más tarde, también tuvo la idea de extender alfombras al menos en el rectángulo de piso que albergaba el escritorio de caoba, solo para sentir algo menos insustancial bajo los pies. Exigencias diferentes, nacidas de diferentes momentos.

      Sobre su escritorio, un montón de papeles reclamaba su atención, anuncios, propuestas, facturas, catálogos en varios idiomas de lugares lejanos, que en teoría conocía bien. Era difícil mantenerse concentrado, sabiendo lo inútil que era ese trabajo para el Orient Express. Por supuesto que podía evaluarlo, hacer contactos; pretender que su voz tenía peso, y que en una semana Edoardo no le hubiera propuesto el mismo material en una nueva interpretación, su interpretación, la definitiva. La relación entre socios se convirtió en una cadena pesada cuando las ideas y elecciones pertenecían a una sola parte. Siempre asumiendo que todavía le importaba.

      El murmullo hipnótico de Antonia se filtró desde la planta baja, mientras discutía con un posible cliente sobre el problema de las falsificaciones en el mercado indio de muebles antiguos. Goran la vislumbró junto a la columna, erguida y un poco rígida con su traje de color gris paloma, su cabello castaño recogido en una cola tan apretada sobre sus sienes que daba a sus ojos un toque exótico. Quizás Antonia tenía una doble vida. No era la sobria mujer de unos cincuenta años que todo el mundo creía conocer, sino una anciana de rostro marchito, a la que solo la pinza de huesos mantenía en tensión. Quién sabe qué espectáculo daba en casa cuando se soltaba el pelo por la noche. ¿Habría alguien que la ayudaba, un marido, un amante, una andrajosa sirvienta?

      "Sr. Milani, necesito hablar con usted".

      Elisa vaciló en la puerta. Muy joven ella, con su moderna ropa de niña de las flores. Sus ojos pálidos eran casi transparentes bajo el grueso trazo de lápiz negro.

      "Entra, no estoy haciendo nada urgente".

      La chica cruzó el umbral y se detuvo a una distancia prudente, como si temiera por su propia seguridad. En su lugar, Antonia habría entrado como un gladiador. ¿Había sido por este contraste que unos años antes las había elegido como sus dependientas?

      "Quería preguntarle si puedo... si es posible... tener el día libre el próximo sábado". Elisa se mordió el labio y agregó apresuradamente. "Sé que no es el mejor momento, pero tengo varios días acumulados desde el año pasado, pero si es un problema, siempre puedo anticipar...".

      "No hay problema", la interrumpió Goran. "Tómate también el viernes, si lo necesitas".

      Elisa lo miró con los labios entreabiertos por la sorpresa.

      "El viernes...?".

      "Seguro. ¿Puedo saber a dónde vas?".

      La expresión de asombro de Elisa, la misma cada vez que le hablaba, lo devolvió inexorablemente a la realidad de su situación. Nada de lo que decía o hacía era igual que antes. Pasaban los meses, pero esas nimiedades, como esta, conseguían deprimirlo o enloquecerlo, según fuera el día.

      "No tienes que responder. Puedes hacer lo que quieras con tu tiempo libre".

      Ante su tono molesto, Elisa dio un paso atrás y luego sonrió tímidamente.

      "A la montaña. Voy de excursión".

      "¿Gran altitud y vías férreas, pernoctar en refugios, o una caminata más tranquila?".

      La niña se relajó visiblemente.

      "Un poco de todo, pero esta vez es un viaje de cinco horas, nada extenuante".

      "¿Adónde?".

      "Dolomitas, alrededor de los Tres Picos de Lavaredo. ¿Conoce usted la zona?".

      "No... al menos no lo creo".

      Elisa se sonrojó. "Disculpe, no quise decir...".

      "Lo sé, lo sé... entonces está bien para viernes y sábado. Le pediré a Giacomo que me ayude en la tienda. Lo ha hecho antes, no habrá problema".

      "Entonces… gracias".

      Con un gesto incierto de despedida, Elisa salió. A través del suelo transparente, Goran la vio girar a la mitad de las escaleras para lanzarle una última mirada de desconcierto. En ese momento, con la desenvoltura de un propietario, Edoardo irrumpió en la oficina.

      "Ran, sobre ese pedido de gongs tibetanos, yo lo veo diferente". Le puso algunas fotocopias frente a él, apresuradamente señalando los precios escritos junto a las fotos. "¿Quién compra estas cosas? Demasiado caro, demasiado voluminoso, demasiado... místico. ¿Los

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