No me toques el saxo. Rowyn Oliver

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No me toques el saxo - Rowyn Oliver

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      Casi estoy por llamar a Marina e Irene, para decirle todos los halagos que he recibido de mi profesor de saxofón. Pero a estas horas estarán trabajando. Marina castrando algún gato, que ni idea tenía que iba a perder los testículos ese día. E Irene utilizando sus altos conocimientos sobre órganos colegiados. No importa, esperaré a la cena.

      En mi cabeza resuenan los elogios de mi profesor.

      —Si lo haces así de bien, en la prueba los vas a dejar a todos impresionados.

      Ya puedo visualizarlo, yo sobre el escenario con mi saxofón tenor de latón.

      —Larara la la la...

      Mi saxo consta de 23 orificios y algunas de sus llaves de tacto están decoradas con nácar. Tiene la boquilla de metal, que me costó más de dos meses de alquiler, pero lo hace especial... le da un sonido único, “más brillante”. Mi abuelo odió las de plástico porque decía que no daban un buen timbre, aunque yo pienso que es por culpa de su tamaño. Sigo su colección de boquillas, a las que he incorporado cerca de una docena, algunas de ebonita, caucho y porcelana, hasta conseguí una de hueso. Al recuperar mi saxo le he quitado la boquilla de ese usurpador y le he puesto mi cóncava. Mi saxo volverá a ser clásico, con una caña más dura y de boquilla estrecha. Y, por supuesto, la lengüeta es de caña común, nada de fibra de vidrio. Miro el estuche y asiento complacida.

      Quiero a mi saxo.

      Le quiero, si querer a un hombre fuera tan fácil como querer ese saxo, otro gallo cantaría. Pero los hombres son traicioneros, cómo fiarme de ellos cuando no me he podido fiar ni de mi propio padre que vendió mi querido saxo a un desconocido.

      Detrás de mis gafas de sol, y porque sé que la gente no puede verme le guiño un ojo al estuche. Sí, estoy loca, pero todos los artistas y músicos tenemos algo de locura, si no, seríamos demasiado aburridos.

      Me encanta mirarlo, de noche lo pongo en su soporte y lo miro hasta que me duermo, otras simplemente lo meto en la cama conmigo. Sí, también estoy un poco enferma, pero al segundo día me entró la paranoia de que el robasueños entrara por la ventana abierta y me lo quitara de nuevo.

      Me encojo de hombros, hay gente que duerme con sus gatos y les habla como si fueran sus hijos y eso no puede ser, todo el mundo sabe que los gatos son hijos de Satán. Lo sé porque son los que me hacen tener cara de Lucifer, por la alergia que me dan, cada vez que se me ponen cerca. Así que si hay gente que duerme con sus gatos y perros, bien puedo yo dormir con mi saxo.

      Mis sandalias con cuña pisan con buen ritmo el asfalto. Un par de calles más y llegaré a mi coche. Me voy directa a casa, hoy es viernes y desde luego pienso salir. No voy a quedarme en casa solo porque tenga miedo de encontrarme con el saxofonista de los Bright lemons, el señor Lito Vallori.

      Mi mente vuela a la semana pasada, a la noche en que dejé al pobre desnudo y corriendo detrás de mí y el saxo que jamás va a recuperar.

      No siento pena.

      Hago una mueca, es inevitable y suspiro ante mi mentira. Sí que siento un poco de lástima, al fin y al cabo, no fue culpa suya que mi padre le vendiera el saxo de mi abuelo. Quizás incluso el hombre sea lo suficientemente bueno en saxos como para darse cuenta de la joya que tenía entre manos.

      Era mono… y por primera vez no me refiero al saxo. Àngel es un tío guapo, quizás debería sonreír más, pero entiendo que a muchas de las mujeres pueda parecerle irresistible. A mí me lo parecería, si no… quisiera arrancarme la cabeza por haberle humillado como nadie más podrá volver a hacerlo. Irene tenía razón: robarle el saxo, sin ninguna explicación... no es digno de mí. Pero me consuelo pensando que quizás no haya hecho algo tan malo. Es más que probable que él no apreciara esta joya y que se pudiera permitir otro saxo más moderno y mejor.

      Otra mueca y un poco más de culpabilidad. Ojalá, deseo que así sea.

      —En fin —me recrimino con desgana. Lo hecho, hecho está. Así que no pienso darle más vueltas.

      Y eso era algo que estaba más que dispuesta a cumplir si no fuera porque en ese momento, al otro lado del semáforo estaba el hombre que haría muchas de mis pesadillas realidad.

      —¡Tú!

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