No me toques el saxo. Rowyn Oliver
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Carlos protesta y yo sé por qué. Me largo antes de que intente hacerme olvidar a Patricia con una de las grupis que nos siguen de concierto en concierto.
—Lo siento.
Patricia es mi ex. Nunca he tenido demasiado tino con las mujeres. Quizás porque aparento algo que no soy. Un hombre demasiado seguro de mí mismo, cuando en realidad nado en un pozo de inseguridades del que no conseguí desprenderme ni con terapia. Por eso se me hace extraño desear de nuevo a una mujer, cuando sé que en mi caso es más que probable que se rían de mí y no me aporten nada bueno.
—Quédate tío, es muy pronto.
Meneo la cabeza.
—Vamos —me dice Eduard guiñándome un ojo—. ¿Seguro que quieres irte sin intentar ver a tu amiga?
Vacilo.
Todos sabemos de quién habla, pero saludarla, lamentablemente no entra en mis planes.
—Mmmm...
—Te lo estás pensando, ¿eh? —me anima Carlos.
Tiene razón, es muy pronto y con mi insomnio crónico no estaría mal escuchar a nuestros compañeros de Ses Bubotes que ya han calentado motores con un par de canciones.
—De acuerdo, pero voy a dejar el saxo en la furgo —les digo.
Me despido de ellos sin asegurarles que volveré, aunque es probable que lo haga.
Tras el escenario y a un par de calles, me adentro en el descampado donde he aparcado mi furgoneta. Es un campo de tierra, lleno de rastrojos, mal iluminado por los focos que ha puesto el ayuntamiento. De todas maneras, se debe dar gracias por ello, pues el pueblo se llena de coches de aquellos que llegan de los demás pueblos de la isla y aparcar es prácticamente misión imposible sin colapsar las estrechas calles.
Avanzo por el improvisado parquin. Hace calor y vuelvo a tener sed. No es de esas noches de bochorno desmesurado, pero sí que no me vendría mal estar delante de un ventilador o bien posicionado frente al aire acondicionado de mi habitación.
A escasos metros veo el todoterreno de Carlos. En él podrán guardar el equipo sin preocuparse y volver tranquilamente a casa a la hora que les dé la gana.
Son las tres de la madrugada y mientras sostengo en la mano el estuche de mi saxofón decido que no debería buscarme problemas... definitivamente me voy a casa.
Podría intentar buscar a la chica de ojos negros y rostro pálido, pero ¿para qué? Con la suerte que tengo con las mujeres, seguro que es una lunática que acaba abrazada a uno de los poderosos muslos del cantante de Ses Bubotes.
Paso, el amor no es para mí.
Llego a la furgoneta y meto la llave en la puerta trasera dispuesto a abrirla y guardar mi preciado estuche, con mi saxofón dentro.
Abro la puerta y levanto la mano derecha para dejar el saxo en el interior. Apoyo el estuche en el suelo de la furgo, pero soy incapaz de soltar el asa. Mi cuerpo se ha quedado tan paralizado como mi cerebro. Pero... ¿qué demonios está pasando?
Sucede lo impensable.
Mi mano sigue estirada, pero poco a poco, mientras hago un intento de tomar aire, suelto el asa del estuche. Mis ojos se han abierto como naranjas y admitamos que por un momento se me hace difícil respirar.
El saxofón y mis cosas no es lo único que está en la parte trasera de la furgo.
—¡Tú!
3
Pillada
Cristina
¡Pillada!
No me lo puedo creer. Estoy arrodillada en la parte trasera de la espaciosa furgoneta. Apenas veo nada. Voy palpando, palmo a palmo, toda la superficie del suelo en busca del saxo que tanto deseo. Pero no lo encuentro.
No me resigno a largarme sin él, por lo que vuelvo a revisar toda la superficie de nuevo. Encuentro algunos estuches, los abro, pero ninguno contiene lo que estoy buscando.
Casi se me para el corazón cuando he escuchado el ruido de unas pisadas sobre los rastrojos. Sin apenas respirar, el seguro de las puertas ha saltado y esta vez, no solo la trasera, que es la que he forzado para colarme allí dentro.
Joder, ¿cómo una puede tener tan mala suerte?
Contengo el aire cuando la puerta se abre y ante mí aparece la peor de mis pesadillas materializada en hombre.
¿Cómo después de repasar cada detalle de mi plan ha podido sucederme esto? Seguramente porque los cubatas de más han hecho mella en mis sentidos y no estoy tan ágil como debería para convertirme en una ladrona profesional. ¿Qué ha sucedido? Esta vez no ha dejado el saxo directamente después del concierto, o es que el alcohol ha hecho que perdiera la noción del tiempo.
Escucho su voz, o lo que intenta ser una construcción de una frase coherente, pero creo que debe estar tan conmocionado como yo, pues no veo que lo consiga.
—Eeeeeh... mmmm...
Sí, mi chico no es muy elocuente, pero ya me parece bien. Mientras él vacila tengo tiempo de inventar una excusa o un plan de huida para no acabar mal parada.
Tomo aire despacio y encogida como estoy, intento parecer una buena chica, aunque no sé exactamente cómo lograr eso. Mmmm... No se me ocurre nada y tener tan mala suerte me pone de muy mal humor.
¿Por qué demonios esta noche no ha seguido la rutina de siempre? Lo primero que hace el idiota que tengo enfrente, después de cada concierto, es largarse a poner su saxo en la furgoneta hortera que tiene, luego se toma una cerveza con sus colegas y sigue la fiesta, seguramente hasta la salida del sol. ¿Por qué esta noche no?, ¿por qué después de un mes de aprender sus rutinas de memoria va y las cambia?
Aprieto los dientes con rabia y respiro hondo por la nariz.
El saxofón debería estar ahí hacía rato y él agasajado por sus babosas fans verbeneras. El crápula que tengo ante mí siempre se queda hasta el cierre, seguro para ver si pilla alguna grupi desprevenida que pase por alto su bajo coeficiente intelectual.
No abro la boca mientras lo miro de arriba abajo y pienso que no debo ser tan dura con las de mi mismo sexo, si no fuera un ladrón, hasta podría resultarme guapo. ¿Qué digo guapo? Más que guapo. Metro ochenta y cinco, rubiales, ojos grandes y un talento impresionante para tocar el saxo que me saca de quicio. ¡Sí! Vale, está bueno, pero ser guapo no lo es todo, y este además de idiota tiene un saxo que no le corresponde.
— Eeeh… —¿Qué le digo? ¿Qué hago?
Me quedo paralizada. Se me está friendo el cerebro.
Solo sé, por sus cejas alzadas y su expresión de estupefacción que no puede venir nada bueno de este allanamiento de vehículo.
—Perdona —me dice con cara