No me toques el saxo. Rowyn Oliver

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No me toques el saxo - Rowyn Oliver

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      Vamos, Cristina, piensa algo, que tenemos el culo plano, pero al menos de cerebro podemos presumir.

      —¡Te estaba esperando! —Eso es lo primero que le suelto.

      ¿En serio?, ¿te estaba esperando? Sí, eso me he escuchado decir.

      En mi imaginación, un enano saltarín me da en toda la cabeza con una pala. Por idiota. Pero a él no le parece una respuesta del todo surrealista.

      —¿Y por qué? —me pregunta sin comprender.

      Yo comprendo aún menos, pero sí que me parece una gran pregunta.

      Piensa Cristina, me apremio.

      Él parpadea esperando esa explicación, que seguro es más que razonable, para que una tía esté en la parte de atrás de una furgoneta, a las tres de la mañana después de un concierto. Y como existe la explicación más simple, yo la encuentro.

      —Ya sabes…

      —¿Ya sé?

      ¿Qué vas a saber tú?, si eres tonto.

      En mi mente resoplo como un toro de lidia.

      Qué mal me cae el guaperas y la cosa va a más al sentirme presionada para darle una explicación.

      —Quería… —Le señalo y guardo silencio, luego me señalo a mí—. Ya sabes… hacérmelo contigo.

      ¡Un aplauso! ¡Plam! ¡Plam! ¡Plam!

      ¿¡Hacérmelo contigo!? ¡Señoras y señores, qué ingenio!

      Bravo, Cristina, ¿esa es la mejor explicación que se me ha pasado por la cabeza? ¿Qué hace una loca metida en la furgoneta de un músico? ¡Esperarle para echar un polvo! Si es que está cantado. Ahora solo me falta saber cómo salgo de esta.

      Mi ingenio es sorprendente, digno de admirar. Y sorprendido ha sido como se ha quedado al escuchar mis palabras. Más que sorprendido parece estupefacto y algo incrédulo.

      Frunzo el ceño, de hecho... hasta parece que tiene miedo.

      ¿Miedo? A mí no me engaña. Seguro que no es la primera vez que una grupi se intenta colar en su furgoneta para que le haga una sesión privada. ¿Por qué no? Conozco a más de una que lo haría sin problemas. Pero yo... con él... como que no.

      Mi abuelo se avergonzaría de mí, pero creo que he resultado superconvincente. Incluso puedo asegurar que lo estoy haciendo bastante bien, cuando el pobre no puede apartar la mirada de mí y sus ojos casi se le salen de las órbitas.

      —Emmm… no sé qué decir.

      Sonrío. Sí, me gusta que esté noqueado, eso me da seguridad. Alzo una ceja y asiento con la cabeza.

      —Pues sí, montármelo contigo. ¡Ea!

      Le repito por si no le ha quedado claro. Le miro con una sonrisa forzada que seguro a él le parece genuina. No obstante, sigue con cara de desconcierto, algo que me sorprende a mí también, porque estoy más que segura que no soy la primera tía que le espera cerca de su furgoneta para echar un polvo. Puede que no dentro, pero cerca… seguro que tiene que quitarse a las fans de encima a sablazos.

      — Bueno, yo… esto es nuevo para mí.

      ¡Venga ya! ¿Esa es su técnica para atraer a las chicas? ¿Parecer inseguro y casi asustado? ¿Me está diciendo que las chicas no se le tiran encima después de los conciertos? No me lo creo, pero tampoco voy a preguntar. Mi mente está demasiado ocupada intentando salir del embrollo donde yo solita me he metido.

      Entonces mis ojos se deslizan por su cuerpo hasta llegar a su mano, donde en algún momento ha vuelto a coger el asa del estuche que ya descansa sobre el suelo de la furgoneta.

      Se me ilumina la cara y respiro hondo. ¡Estás ahííí!

      Ver que estoy tan cerca de conseguir mi objetivo me da valor para seguir adelante.

      Me siento tan contenta que empiezo a hablar sin control.

      —Vamos, no me dirás que las chicas no hacen cola para conocerte después de un concierto. —Él me mira fijamente, pero no dice nada—. Seguro que con lo guapo que eres… esos bíceps… —Alargo mi mano e intencionadamente toco su brazo—. Ese talento que tienes...

      Las palabras salen de mi boca sin que apenas piense en lo que digo, estoy demasiado ocupada mirando el estuche donde está mi tesoro. Mis dedos se deslizan por su antebrazo y suben hasta tocar su bien formado bíceps, lo aprieto con una sonrisa y... entonces me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Y si me he dado cuenta no es por lo ridícula que me siento con esta actitud totalmente falsa, sino porque tocar a ese hombre... nunca va a ser una buena idea. Y mucho menos después de que mi estómago se encoja de algo muy parecido al deseo.

      Debo salir corriendo de aquí. Y por un instante pienso en hacer literales esas palabras. ¿Y si salgo pitando? No funcionaría. Él tiene las piernas muy largas y es demasiado atlético como para pensar erróneamente que puedo correr más que él.

      Ángel da un paso atrás y yo ladeo la cabeza. ¿Lo estoy asustando?

      Está en silencio absoluto. Ni siquiera tiene intención de decir nada o balbucear. Cuantos más segundos pasamos mirándonos, más tengo claro que lo estoy asustando. Como mínimo incomodando, porque yo me siento igual de desubicada.

      Reflexiono mirándole a los ojos por primera vez desde que ha aparecido.

      Al final parece reaccionar y después de tomar aire, me suelta:

      —No sé si es la primera vez que una tía me espera después de un concierto, pero te juro que eres la primera que ha conseguido abrir mi furgoneta.

      Otra vez levanta una ceja y yo hago lo mismo.

      Menudo zasca acaba de darme. Un zasca en toda la boca.

      Muy elegantemente me está acusando de ladrona y por lo que veo, ni aunque le pusiera muy cachondo, cosa que dudo, no iba a liarse con una loca que ha forzado su furgo para Dios sabe qué intenciones ocultas.

      Cómo explicarle que he tenido que perfeccionar mis habilidades abriendo coches ese último mes. De ahí que hubiera tardado tanto en decidirme a poner en práctica mi plan. Un mes entero de seguimiento, ¿y para qué? Si me ha pillado en el primer intento.

      El silencio incómodo hace que el asunto se vuelva cada vez más serio.

      —Estaba desesperada por conocerte.

      ¡Di que sí, Cristinita! Alimenta su ego que eso siempre les pone.

      —¿De verdad?

      —Sí... y bueno, aquí estoy.

      Él parece asentir ligeramente, pero su cara demuestra lo flipante que le parece todo.

      —He pensado que no te importaría que te esperara. ¿Me he equivocado mucho? —le pregunto con una voz sensual que no sabía que pudiera poner.

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