No me toques el saxo. Rowyn Oliver

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No me toques el saxo - Rowyn Oliver

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un suspiro y es que su actitud me parece buena señal.

      Está relajándose.

      Entonces tímidamente posa su mano sobre mi hombro. Yo no me aparto. Me toca, es un contacto normal, sin carga erótica, o eso pienso yo hasta que se me calienta la piel donde él ha puesto la mano. La desliza hacia mi cuello y finalmente va a parar a mi nuca.

      Por un momento nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos.

      ¡IT'S A TRAP!

      ¡Mi plan! ¡Tengo que seguir mi plan!

      Arrastro el culo sobre el suelo de la furgo y entro del todo hasta que mi espalda choca con una de las paredes laterales metálicas.

      Él me sigue, preocupado.

      —Vamos fuera —me dice tendiéndome la mano para que la coja y así poder salir a tomar el aire.

      ¡Ni de coña! Yo no me bajo de aquí sin mi saxo.

      Me muevo hacia la salida, sin darle tiempo a retroceder. Me inclino sobre la puerta trasera y la cierro de golpe dejándonos a los dos dentro, a oscuras y con un calor insoportable.

      Por la oscuridad que se cierne sobre nosotros ahí dentro, no puedo ver su cara de sorpresa, pero estoy segura de que es de pura estupefacción.

      Antes de que él pueda abrir la puerta y disuadirme para que me baje, lo empujo haciéndole perder el equilibrio. Su espalda va a parar contra el suelo. Quizás el plan de coger el saxo y echar a correr no esté perdido del todo. Solo tengo que distraerlo el tiempo suficiente para echar a correr sin que pueda perseguirme. Pero por alguna razón, mientras toco su pecho con mis manos extendidas para que se quede quieto, esa deja de ser una prioridad.

      Siento su piel caliente bajo la camisa y mi respiración se entrecorta.

      ¡Cristina! No hagas nada de lo que te arrepientas. Coge el saxo y lárgate de aquí. Mi conciencia me grita, pero es tan fácil ignorarla cuando él ha levantado la mano para acariciar mi cintura.

      A nuestro lado, contra el lateral, está el estuche del saxo, lo tengo vigilado. Sé que puedo cogerlo. Sé lo que pesa. Puedo abrir la puerta y llevarme mi trofeo conmigo antes de que él pueda reaccionar y perseguirme.

      Frunzo el ceño cuando intenta incorporarse.

      —¿En serio crees que es una buena idea? —me pregunta algo preocupado—. Mejor será que salgamos a tomar un poco el aire.

      ¡Ah, no! Eso no va a pasar.

      Con un ronroneo estudiado me pongo a horcajadas sobre él.

      No puedo ser una ilusa. Seguro que corre como Usain Bolt, está fuerte y parece atlético. No, tendré que… distraerlo primero de algún modo.

      Sonrío, o bien porque soy lo suficientemente idiota como para creerme un genio, o bien porque a pesar de que había decidido que lo odiaría hasta el fin de los tiempos, estar ahí, con él, sintiéndome deseada es una experiencia única que bien vale la pena disfrutar.

      4

       ¡Corre, Forrest!

       Cristina

      Me inclino sobre él y le doy un fugaz beso en los labios.

      Se me dispara el corazón y vuelvo a darle otro tan suave como el primero, pero que dura un segundo más. Puedo jurar y juro que le beso porque es una estrategia fantástica de distracción, no porque me gusten sus besos.

      Otro beso y esta vez lo hago durar. Atrapo su labio inferior entre mis dientes y mi lengua juguetona no puede resistirse a pujar para entrar en su interior. Suelto un pequeño gemido y muevo mis caderas sobre él.

      ¡Vale! Igual sí me gusta besarle, pero solo un poco. Y es poco a poco que nuestros ojos se adaptan a la oscuridad.

      Sigo a horcajadas y cuando me levanto, mis manos se apoyan en su pecho. Él, sin embargo, tiene las suyas en mi cintura, no en mi culo, ni en mis tetas, sino en mi cintura como si esperara que en cualquier momento cambiara de opinión.

      Está desconcertado, pero no me aparta, ni intenta disuadirme de nuevo de que lo mejor sería salir fuera para que me dé el aire.

      Me inclino hasta quedar tan cerca que nuestros alientos se entremezclan y mi nariz puede tocar la suya.

      Me estiro sobre su cuerpo y él parece estar tan excitado como yo.

      Veo cómo me mira a pesar de la escasa luz que entra por las ventanas. Me muevo sobre él y froto mis caderas contra las suyas. Puedo ver lo que hay en sus ojos: deseo y expectación. Como si no supiera qué puede hacerle a una grupi loca en la parte de atrás de la furgoneta.

      —Esto…

      Él intenta hablarme, pero le pongo un dedo en los labios y le hago callar.

      Ha llegado el momento de apretar el acelerador.

      Sitúo mis codos a ambos lados de su rostro y me apoyo estirándome cuán larga soy sobre él. Mi boca va al encuentro de la suya.

      Le beso como quiero, apasionadamente y con la boca abierta, porque él me deja.

      Mis caderas se mueven como si tuvieran vida propia. ¡Vaya! Quién podría haber dicho que el saxofonista provocara semejante reacción en mí.

       Quizás tú misma, Cristina, cuando sabes que le miras a los ojos y sientes cómo se te encoge el estómago. Mi conciencia es muy lista. Debería hacerle caso más a menudo.

      Uno o dos besos más y me voy.

      Pero a medida que nuestras bocas se buscan con intensidad, él baja la mano de mi cintura y acaricia mi trasero. Aprieta mis nalgas con fuerza y no puedo recordar haber estado tan cachonda en mi vida.

      —Vaya, vuelve a hacerlo.

      Él me besa más entregado que antes y aprieta mis nalgas, esta vez con ambas manos. Jadeo y me retuerzo contra él, al notar la dureza de su erección.

      Me doy cuenta de que quizás no tenga toda la prisa que debería tener.

      ¿Sabéis en las pelis cuando la protagonista escucha la orquesta sinfónica en su cabeza al besar al tío de la peli? Pues siempre me han parecido chorradas. A una puede acelerarse el corazón por una arritmia o un amago de infarto, pero por un beso…

      ¡Pues sí, joder! ¿Cómo es posible que descubra que lo que sucede en las pelis es cierto en el momento más inoportuno? ¡Con el chico más inoportuno! Ciertamente no escucho la filarmónica, pero sí un buen ritmo de jazz que me acelera el pulso y está a punto de hacerme olvidar algo que debería tener muy presente. El por qué estoy aquí.

      Él profundiza el beso y yo vacilo. Me aparto unos milímetros de su boca. No es un beso baboso, es un besazo apasionado que pagaría por volver a sentir.

      —¿Todo bien?

      ¿Bien? No, está todo mal.

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