Los cinco minutos del Espíritu Santo. Víctor Manuel Fernández
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Es importante incluir aquí todo tipo de carismas, aun los que parecen más insignificantes: la capacidad de dar alegría con una sonrisa, la capacidad de tocar un instrumento musical, de dibujar, etc. Entonces, tomo la decisión de ejercitar esos carismas hoy mismo, para gloria del Espíritu Santo que me los ha regalado.
7 “Cuando imaginamos al Espíritu como viento, dejemos espacio a la fantasía.
El viento hincha las velas y empuja la barca; juega con las arenas del desierto derribando y remodelando dunas; encrespa y hace retumbar las olas del mar; transporta nubes y polen; ruge, silva, se calla… Dejémonos conducir o arrebatar por el Espíritu como por un viento” (L. Alonso Schökel).
A veces queremos estar demasiado cómodos, y por eso preferimos que el Espíritu Santo no se meta demasiado en nuestra vida; queremos que todo se quede como está y que no haya sobresaltos. Pero eso es elegir la muerte.
Mejor dejemos que el Espíritu Santo nos lleve donde él quiera, y la vida tendrá mucho más sabor. Dejémonos llevar por el viento del Espíritu, y todo será mucho más interesante que resistirnos y defendernos.
8 Si hago un repaso de las distintas tareas que realizo, o de las cosas que hago y vivo durante la semana, puedo descubrir que algunos de esos momentos están llenos de espíritu. ¿Qué significa esto?
Tener espíritu no es simplemente hacer algo con ganas o con gusto; el asunto es que podamos vivir las cosas con profundidad, con un sentido. Por ejemplo, una enfermedad a nadie le gusta, pero se puede vivir sin sentido, o se puede vivir con profundidad.
Por eso es bueno detenerse cada tanto a descubrir si en la propia vida hay algunas cosas que no tienen espíritu, porque las hago sólo por obligación, porque no les encuentro sentido, porque me parece que no valen la pena, y sobre todo porque las hago sin amor. Entonces, habrá que pedirle al Espíritu Santo que se haga presente allí para derramar su luz. Porque cuando lo dejamos entrar, él se hace presente y todas las cosas tienen sentido. Así, la vida deja de ser un conjunto de cosas que toleramos, y empezamos a vivirla a fondo.
9 San Isidoro es uno de los Padres de la Iglesia, que la enriquecieron en los primeros siglos del cristianismo. Él nos dejó una hermosa oración, que podemos repetir para alimentar la confianza en el Espíritu Santo y comprometernos por un mundo más justo:
“Aquí estamos Señor, Espíritu Santo.
Aquí estamos en tu presencia.
Ven, y quédate con nosotros. Dígnate infundirte en lo más íntimo de nuestros corazones.
Enséñanos en qué tenemos que ocuparnos, hacia dónde tenemos que dirigir nuestros esfuerzos.
Haznos saber lo que tenemos que realizar, para que con tu ayuda podamos agradarte en todo.
Sé tú solo quien inspires y lleves a feliz término nuestras decisiones.
Tú solo, con Dios Padre y su Hijo, posees el nombre glorioso.
No permitas que seamos perturbadores de la justicia, Tú que amas la equidad en sumo grado.
Que la ignorancia no nos arrastre al mal, ni nos desvíe el aplauso, ni nos corrompa el interés del lucro, o la preferencia de personas.
Antes bien, únenos a ti de modo eficaz por el don de tu gracia.
Que seamos uno en ti y en nada nos apartemos de la verdad.
Y por hallarnos reunidos en tu nombre podamos mantener en todo la justicia, guiados por el amor, para que aquí y ahora no nos separemos en nada de ti...”
San Isidoro
10 Podemos decir que en la Revelación de las riquezas de Cristo hay una plenitud infinitamente más grande que los conceptos y esquemas de todos los teólogos y que la conciencia cristiana de cualquier época; sin embargo el Espíritu tiene la función de administrar y desplegar cada vez más esa plenitud del Resucitado.
En este sentido, la Iglesia está llamada a acoger las novedades con las que el Espíritu la impulsa a un futuro más rico. Pero para ello debe asumir una actitud de pobreza receptiva, más que una actitud de ostentación, por más que se sepa administradora de un depósito recibido de Cristo.
Lo que cuentan los Evangelios no abarca todo lo que dijo al hombre el Misterio insondable del Verbo encarnado, ya que él se reveló con miles de gestos y palabras que no han podido ser recogidos por escrito (Jn 21,25), aunque en el Evangelio escrito se diga lo esencial.
Además, hay cosas no dichas por Cristo, porque los discípulos “no podían con ellas” (Jn 16,12-13), pero que se expresaron plenamente en el acontecimiento de la Pascua, más que en las palabras. Es el Espíritu quien, tomando de la plenitud de ese Misterio, todavía no captada por nosotros, asombra constantemente a la Iglesia. Siempre nos quedamos cortos frente al Misterio inagotable de Jesús resucitado. Y el Espíritu Santo nos conduce dentro de ese Misterio del Resucitado que siempre nos supera. Por eso, nunca podemos decir basta. Y no es necesario que nos alejemos de Cristo para buscar novedades o riquezas desconocidas, ya que nunca lograremos agotar la interminable riqueza del Señor Jesús resucitado.
11 Es maravilloso pensar que el corazón humano del Señor Jesús está lleno, repleto de la luz, del fuego, del agua del Espíritu Santo. Y de ese Corazón sagrado, abierto por la lanza, brota para nosotros el manantial sublime del Espíritu. Si leemos el Evangelio de Juan, allí nos encontramos a Cristo prometiendo saciar nuestra sed con el agua del Espíritu que brota de su ser (Jn 7,37-39). Y luego, en la cruz, vemos que es el costado herido del Señor la fuente del agua viva (Jn 19,34). Pero a la vez, el Espíritu que brota de ese Corazón, nos envuelve y nos hace entrar en el misterio de amor de ese Corazón que quema. San Buenaventura lo expresaba con intensa belleza:
“Tu corazón fue herido Señor, para que tuviéramos una entrada libre...
Y fue herido también para que por esa llaga visible pudiéramos ver la herida invisible del amor. Porque quien arde de amor, de amor está herido...
Abracémonos a nuestro amado...
Roguémosle que encienda nuestro corazón y lo ate con los dulces lazos de su amor, y que
se digne herirlo con sus dardos quemantes...
Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer quien lo recibe; y nadie lo recibe sino el que lo desea, y nadie lo desea si no lo inflama en su intimidad el Espíritu Santo”
Vida Mística 4,5-6; Itin. 7,2
12 En el movimiento de atracción que realiza el Espíritu Santo, él va reformando nuestro ser enfermo y nos va haciendo cada vez más parecidos a Jesús; va logrando que nuestra forma de pensar, de actuar, de reaccionar, de mirar, sea cada vez más parecida a la de Jesús, hasta que podamos decir: “ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).