Los cinco minutos del Espíritu Santo. Víctor Manuel Fernández

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Los cinco minutos del Espíritu Santo - Víctor Manuel Fernández Espiritualidad

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por el Padre. Por eso, el Espíritu nos hace clamar Padre junto con Jesús (Gál 4,6; Rom 8,15).

      El Espíritu Santo, que es inseparable del Padre y del Hijo, y que todo lo recibe de ellos, está siempre pendiente de ellos dos como un infinito enamorado; por eso, no nos hace quedar en su Persona, sino que desea imperiosamente llevarnos a Jesús y al Padre.

      13 ¿Le falta Espíritu a tu familia? ¿Le falta Espíritu a tu lugar de trabajo? ¿Le falta Espíritu a tu barrio?

      Entonces estás llamado a realizar dos cosas: En primer lugar, a invocar insistentemente al Espíritu Santo para que se haga presente allí, en cada persona y en cada tarea, de manera que vuelva a reinar el diálogo, el entusiasmo, la paz y la alegría.

      Pero no basta orar, porque el Espíritu Santo no quiere que seamos pasivos. Es necesario que le ofrezcamos alguna cooperación de nuestra parte, porque él nos regaló muchas capacidades que podemos utilizar para cambiar las cosas: nuestra imaginación, nuestros intentos, los gestos que podamos realizar, las palabras que podamos decir.

      El Espíritu Santo quiere que seas su instrumento para que, como decía Francisco de Asís, allí donde haya odio pongas el amor, donde haya ofensa pongas el perdón, donde haya tristeza pongas alegría, y donde haya tinieblas pongas su luz divina.

      14 “Ven Espíritu Santo, para que aprenda a vivir con libertad interior.

       Ayúdame a desprenderme de mis planes cuando la vida me los modifique.

       Toca mi corazón para que confíe en tu protección amorosa.

       Serás mi poderoso salvador en medio de toda dificultad.

       Derrama en mí tu vida, intensa y armoniosa, para que no me resista al cansancio, al desgaste, a los cambios, y para que no busque falsas seguridades.

       Enséñame a aceptar con serenidad y fortaleza los límites variados de cada día y las cosas imprevistas.

       Libérame de toda resistencia interior contra la realidad.

       Ayúdame a confiar, Espíritu Santo, sabiendo que también de los males puedes sacar algo bueno.

       Enséñame a vencer mis nerviosismos y tensiones, para enfrentar con calma y seguridad interior todo lo que me suceda.

       Destruye toda desconfianza para que pueda descansar en tu presencia, entregarme en tus brazos, sin pretender escapar de tu mirada de amor.

       Vive conmigo Señor, enfrenta conmigo los desafíos y las dificultades que ahora tengo que resolver.

       Porque contigo todo terminará bien.

       Ven Espíritu Santo. Amén.”

      15 Me pregunto si en mi oración personal están realmente incorporadas las tres Personas de la Trinidad, si invoco al Espíritu y me dejo llevar por él hacia Jesús y hacia el Padre.

      Puedo hacerlo así: Imaginar a Cristo y detenerme a contemplar la herida de su corazón. Reconocer el amor inmenso que se expresa en esa herida: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20). Así, le pido que desde ese corazón abierto derrame en mi vida el fuego del Espíritu Santo.

      Imagino al Espíritu que brota para mí, y penetra en mí, desde el corazón de Jesús resucitado.

      Luego, poco a poco, le entrego al Espíritu Santo todas las áreas de mi ser: mis pensamientos, mi cuerpo, mi imaginación, mis deseos, mis planes, etc. Pido que derrame su luz y su fuego purificador en todos los detalles de mi existencia y que me haga más parecido a Jesús en mis reacciones, palabras, actitudes, etc.

      Después le pido la gracia de entrar con confianza en el corazón de Cristo para que allí se sanen todas mis heridas, se sacie mi necesidad de amor, se llenen de luz y de vida todas las cosas buenas que pueda haber en mí y se quemen todas las semillas del mal.

      Sintiéndome profundamente unido a Jesús, digo la oración que Jesús nos enseñó, el Padrenuestro, tratando de expresarla con los mismos sentimientos que tiene Jesús hacia el Padre, y dejando que el Espíritu grite en mí “¡Padre!”.

      16 El Espíritu Santo quiere hacerse presente en todos los momentos de nuestra vida, no sólo en los instantes de gozo y bienestar, sino también cuando las cosas no van bien, cuando nos sentimos inquietos, inseguros, tristes o perturbados por los problemas que tenemos con los demás o por las cosas que no nos gustan en las actitudes ajenas.

      Porque en la vida de todos los días también hay oscuridad y vacío, no todos los momentos ni todas las experiencias son luminosas y felices. Cuando vemos en el mundo tantas pequeñeces humanas, intereses egoístas, falsedades, incomprensión y envidias, se hace muy difícil reconocer allí una presencia de Dios que sea alimento y luz. Muchas veces tenemos esa sensación de que todo es falso, superficial, pura apariencia, engaño y vanidad.

      Pero tenemos que recordar que Dios creó este universo, que el Espíritu Santo está en todas partes, que él actúa en medio de la debilidad de los seres humanos, que nos llamó a vivir como hermanos y no a despreciarnos; que tenemos una misión que cumplir para el bien de los demás en lugar de escapar del mundo.

      Podemos convencernos de eso, para no aislarnos del mundo. Pero al mismo tiempo, todo eso que nos deja sensación de vacío, nos invita a buscar algo más profundo, a tratar de no caer en la superficialidad. Tenemos que estar en el mundo sin ser del mundo, y poner en el mundo el amor, la entrega, la fidelidad y la honestidad que no encontramos. Eso no significa dejarnos llevar por la negatividad; porque si vivimos mirando lo malo, nos convertiremos en seres impacientes, incapaces de comprender, y entonces tampoco le aportaremos algo bueno a la sociedad. Para eso necesitamos invocar al Espíritu Santo, de manera que no nos dejemos llevar por la negatividad y siempre actuemos en positivo.

      17 Te propongo que hagas un pequeño instante de profunda oración para que trates de reconocer al Espíritu Santo en tu interior y así descubras que la soledad no existe, porque él está.

      Es importante que intentes hacer un hondo silencio, que te sientes en la serenidad de un lugar tranquilo, respires profundo varias veces, y dejes a un lado todo recuerdo, todo razonamiento, toda inquietud. Vale la pena que le dediques un instante sólo al Espíritu Santo, porque él es Dios, y es el sentido último de tu vida.

      Trata de reconocer en el silencio que él te ama, que él te está haciendo existir con tu poder y te sostiene, que él te valora.

      Siente por un instante que su presencia infinita y tierna es realmente lo más importante. Y quédate así por un momento, dejando que todo repose en su presencia.

      18 “Me regocijo en ti, infinito y glorioso Espíritu.

       Tú que penetras en lo más íntimo de mi ser, sana las raíces de mi tristeza profunda.

       Llega hasta el fondo de mis males para que pueda recuperar la verdadera alegría.

       Eso espero de tu amor, mi Señor poderoso.

       No dejes que me entregue en los brazos enfermos de la melancolía, no permitas que beba del veneno de los lamentos, las quejas, el desaliento. No valen la pena.

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