Los cinco minutos del Espíritu Santo. Víctor Manuel Fernández
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Es bueno recordar que toda la belleza de Jesús, de su mirada, de sus palabras y de sus acciones, ha sido obra del Espíritu Santo, que lo formó admirablemente.
Por eso, nosotros podemos pedirle al Espíritu Santo nos forme de nuevo en el seno de María, para renacer a una vida mejor, transformados, embellecidos, y liberados de todo lo que arruina nuestra existencia. De esa manera, él nos hará nacer de nuevo, más parecidos a Jesús.
26 “Ven Espíritu Santo, entra en mi pequeño corazón para que pueda reconocer la grandeza del Padre Dios, y no le dé tanta importancia a mi imagen. Regálame una gran sencillez, para que reconozca claramente que yo no soy, ni puedo ser, el centro del universo. Entonces, los demás no tienen la obligación de estar pendientes de mí, girando a mi alrededor.
Prefiero girar alrededor del Padre Dios, para adorarlo, y alrededor de los demás, para servirlos. Dame la gracia de ser más sencillo para vivir feliz cada momento sin estar pendiente de mí mismo y de la mirada ajena.
Toma, Espíritu Santo, todos mis orgullos y vanidades, y quema todo eso con tu fuego divino.
Dame la sencillez de los santos, la alegría humilde de Francisco de Asís, la generosidad desinteresada de Teresa de Calcuta.
Ven Espíritu Santo, y regálame esa profunda sabiduría de la sencillez interior. Amén.”
27 Sería bueno que estuviéramos más atentos a todo lo que el Espíritu Santo siembra en el mundo, en todas partes, aun en aquellos que no tienen fe. El Señor nos invita a un diálogo con el mundo, y nos propone también descubrir los signos de esperanza que hay a nuestro alrededor. No todo está perdido, porque el Espíritu Santo actúa siempre y en todas partes; y aun a pesar del rechazo de los hombres, él logra penetrar con sutiles rayos de luz en medio de las peores tinieblas.
Entonces, la actitud del hombre del Espíritu no es la de señalar permanentemente lo corrupto, sino también la de descubrir y alentar los signos de esperanza.
Ojalá cada uno de nosotros pueda dar un paso maravilloso: salir de la tristeza, de la queja amarga, del rencor, y tratar de descubrir qué ha sembrado el Espíritu Santo en sus amigos, en sus vecinos, en su lugar de trabajo, en su comunidad. Y dedicarse a fomentar, a alentar esos signos de esperanza.
¡Cuánto bien hacen esas personas que son capaces de descubrir y de estimular las cosas buenas que hay a su alrededor! Más que luchar por destruir las sombras, se desviven por alimentar la luz. Y a través de ellos el Espíritu Santo se derrama como lenguas de fuego.
28 “Ven Espíritu Santo, y toca mi interior con tu divina luz para que pueda descubrir que no todo es negro, porque existes tú, hermosura infinita. No puedo verte con los ojos de mi cuerpo pero tu gracia me permite reconocerte con la mirada del corazón.
Tú eres maravilloso, Espíritu de vida. Quiero adorarte con todo el corazón por la multitud de tus maravillas, porque todo lo que hay de bello y de bueno en este mundo es obra tuya. Te adoro, porque en ti hay belleza y amor sin confines. Bendito seas. Gloria a ti, que estás en todos los lugares y en cada cosa, que todo lo superas por encima del tiempo y espacio, y todo lo penetras con tu poder invisible. Te alabo porque por todas partes se refleja tu hermosura, porque tú eres un abismo ilimitado de gracia y de esplendor. Pero vives sobre todo en los corazones simples que saben amar. Ven Espíritu Santo. Amén.”
29 “Una vez más quiero llegar ante ti, Espíritu Santo.
Aquí estoy, pequeño, pero importante porque tú me amas.
Débil, pero firme en la esperanza.
Preocupado por el sufrimiento de muchos hermanos, pero ofreciéndome para acompañarlos en su camino.
Inmerso en un mundo competitivo, pero dispuesto a la comunión y al perdón.
Conmocionado por la pérdida de valores, pero anunciando un mensaje que cambia los corazones.
Aquí estoy invocándote, Espíritu Santo.
Sopla, para que se desplieguen las velas de mi barca y me atreva a remar mar adentro.
Ven Espíritu Santo. Amén.”
30 Una vez más, intento contemplar con una mirada positiva a la gente que hay a mi alrededor, para descubrir los carismas que hay en mis compañeros, familiares, amigos. Es necesario repetir frecuentemente este ejercicio, para que la mirada no se nos vuelva demasiado negativa.
Doy gracias al Espíritu Santo por cada uno de esos carismas que él derrama en los hermanos, y me pregunto cómo puedo ayudarlos para que esos carismas den mejores frutos para bien de todos. Es hermoso dedicarse a regar las semillas buenas que hay en los demás, y ser como el jardinero del Espíritu Santo.
Me detengo a pedir al Espíritu Santo que me libere de los egoísmos y me ayude a hacer un acto de amor sincero y generoso hacia alguna persona. Trato de pensar en alguien que no me despierta simpatía a flor de piel, y me propongo regalarle un momento de felicidad, algo que lo haga sentir bien. Recuerdo que en esa experiencia de amor tendré un encuentro íntimo y profundo con un amor que me impulsa hacia el infinito, con el Espíritu Santo. Vale la pena intentarlo.
31 El Espíritu Santo es el término, el fruto del amor entre el Padre y el Hijo, y por eso es el gran regalo que nos hacen el Padre y el Hijo, derramándolo en nuestros corazones.
El Espíritu que el Padre y el Hijo nos regalan es también el principio de nuestra santificación. Por eso San Buenaventura considera que el Espíritu Santo es la Persona que se relaciona más directamente con nosotros, y de algún modo es el “más inmediato” a nosotros, el más íntimo (I Sent., 18,5, ad 3). Él es quien, poco a poco, puede hacernos verdaderamente santos.
Por eso la Escritura habla del “Espíritu de la gracia” (Heb 10,29), o de “la acción santificadora del Espíritu” (2 Tes 2,13; 1 Pe 1,2). Él es quien nos va convirtiendo en nuevas creaturas, y va reformando poco a poco los aspectos enfermos de nuestra limitada existencia.
¿Qué es lo que quisieras que el Espíritu Santo cambiara en tu vida?
¿Qué tipo de santidad te gustaría alcanzar?
Abril
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