El color de su piel (versión latinoamericana). John Vercher
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Читать онлайн книгу El color de su piel (versión latinoamericana) - John Vercher страница 2
Luis y Bobby aceleraron el paso.
—Eh, Bobby, ¿adónde vas? —dijo el sujeto.
Bobby se detuvo. Cuando se volvió, se quedó boquiabierto, con el cigarrillo pegado en el interior del labio. Aaron se había afeitado la cabeza por completo. Sus brazos pálidos estaban cubiertos de tatuajes, ahora ocultos por la oscuridad. Prendió un encendedor y la llama iluminó su rostro, revelando la topografía de un pasado violento. Una cicatriz en relieve se extendía por la parte inferior de un ojo, otra ascendía formando una curva desde el labio hacia la nariz. Bobby quería mirar hacia otro lado, pero en vez de eso entornó los ojos para ver mejor. Aaron cerró la tapa del encendedor y su rostro volvió a sumirse en las sombras.
—Maldición —exclamó Bobby—. Este hijo de puta está hecho un Hulk.
Aaron sonrió mostrando unos dientes grandes y brillantes. Bobby movió la barbilla hacia atrás con sorpresa. Aaron apretó los labios y ocultó su sonrisa.
—Mueve ese culo y ven aquí —dijo y extendió los brazos.
Bobby fue hacia él y se dejó abrazar. Luego le dio un par de palmadas firmes en la espalda para que lo soltara, pero Aaron lo ciñó con más fuerza. Apestaba a cerveza y a sudor. Aaron lo besó en lo alto de la cabeza. Bobby se apartó y Aaron lo miró a los ojos.
—Te extrañé, hermano —agregó.
—Ya, ya —respondió Bobby. Lo empujó y rio—. Suéltame, marica.
—Basta con esa mierda —replicó Aaron y le dio un empujón en broma. Bobby captó algo detrás de la sonrisa desanimada de Aaron y recordó aquel primer día en la sala de visitas. “Estúpido”. Abrió la boca para disculparse pero Luis lo llamó desde la puerta abierta de su coche.
—¡Bobby! ¿Nos vemos mañana?
Bobby le hizo un gesto con la mano. Luis respondió con un gesto de impaciencia y entró en el coche. Aaron regresó con paso inseguro hasta la camioneta, en cuya cabina había un paquete de seis cervezas vacías y otro semivacío. Se sentó en el borde y deslizó la punta de su bota por la nieve. Bobby se sentó junto a él mientras Luis se alejaba.
—¿Ahora andas con mexicanos? —inquirió Aaron.
—¿Luis? Es un buen tipo —respondió Bobby y le dio un codazo en el brazo—. Es de los buenos.
—Seguro.
Bobby dejó de sonreír. Aaron le guiñó un ojo y le devolvió el codazo.
—¡Tres años! —gritó Bobby y le pegó en el hombro—. Dios, hermano, qué bueno verte.
Aaron se rio y se estiró para entregarle una cerveza. Bobby la rechazó.
—¿Aún no? —preguntó Aaron. Bobby asintió con la cabeza—. Ya eres mayor de edad, hermano, y todavía no empezamos a celebrar.
—Así estoy bien, hermano. Lo sabes.
—Vamos, una no te va a matar. Tres años, tú mismo lo dijiste. ¿Cuántas veces saldré de prisión?
—Esperemos que esta sea la única.
—Exactamente. Así que tómate una conmigo. Además, el alcoholismo no es genético, hermano.
—¿Eres retrasado? Sí, lo es.
—¿En serio? Quién hubiera dicho.
Aaron bebió su cerveza a grandes tragos y lanzó la botella vacía hacia el estacionamiento, donde se hizo añicos con un sonido musical. Ahora, bajo las farolas, Bobby estudió el rostro de Aaron. Su nariz parecía haberse roto más de una vez y la cicatriz debajo del ojo se veía abultada e hinchada, como si la hubieran cosido con alambre de púas. Pero en su rostro había algo más que el daño físico: un viso de tristeza, con sonrisas dolidas y falsas. Empezó a despegar la etiqueta de una botella llena. Bobby le apretó el hombro y lo sacudió un poco.
—¿Estás bien, hermano?
—¿No se me nota? —Otra sonrisa apretada.
Bobby se encogió de hombros.
—Eh… más o menos. —Dio una palmada sobre la camioneta—. Por cierto, esto es una belleza.
—Mi viejo la tenía guardada para mí. Un regalo de bienvenida.
—Es un gran regalo.
—Dijo que me la gané.
Ambos rieron. Aaron no había ganado mucho de nada desde que se habían conocido. Su padre era un banquero de inversión y un importante donante de las campañas de los funcionarios del gobierno local. Padre e hijo aprovechaban muy bien los beneficios resultantes. Las multas por exceso de velocidad desaparecían. Los arrestos por robar cómics de las tiendas se eliminaban de los registros permanentes.
Luego, posesión con la intención de distribuir. El tercer delito. Y había sido grosero con el juez. Le había aguardado un largo y difícil tiempo en prisión.
Y sin embargo, le habían dado apenas tres años. Pertenecer tenía sus beneficios.
—Mira, estoy feliz de verte y eso, pero hace un frío de mierda. Vayamos a algún lado, y dame las llaves porque ya estás borracho.
—Solo un par de minutos más, ¿de acuerdo? —suplicó Aaron—. He estado entre cuatro paredes más de mil días. Se siente tan bien respirar este aire, hermano. Allá el aire era diferente, hasta cuando nos llevaban al patio. Como si se ensuciara cuando atravesaba el cerco. —Quitó la nieve de la barandilla lateral de la cabina de la camioneta—. Esta cosa me hizo sentir como en un ataúd cuando venía para acá. Qué mierda, ¿la quieres? Es tuya.
Algunos de los chicos en la cocina estaban en el programa de reinserción laboral o en libertad condicional. Russell, el gerente general, había cumplido una condena cuando era más joven. Solía contar la historia de cómo había sobrevivido, cómo había salido y cómo no les iba a permitir que cometieran los mismos errores dos veces.
—Tienen que entender que este sistema está diseñado para mantener a los pendejos negros como ustedes adentro. Una vez que han sido encasillados, el olor de la prisión los perseguirá siempre. Nunca tendrán una oportunidad de verdad después de eso. En especial si son de los nuestros. Buscarán cualquier motivo para meterlos adentro de nuevo. ¿No pueden pagar los honorarios legales porque apenas ganan un sueldo mínimo limpiando la cámara de congelados? Adentro. ¿Los atrapan juntándose con un compinche que lleva droga encima? Adentro. Ustedes, hermanos más jóvenes, tienen menos de media oportunidad. La gente les hablará de responsabilidad, les dirá que carecen de ella. Que están enganchados con esa vida. Y si siguen volviendo adentro, eso podría terminar siendo verdad. Si están demasiado tiempo adentro, si les pasan cosas lo bastante malas, no sabrán qué hacer con ustedes mismos afuera y aunque se quieran convencer de lo contrario, de que no hay forma de que quieran volver adentro, la prisión se convertirá en el único hogar que conozcan.
Bobby no se creía eso de que el sistema quería atraparlos. Invariablemente, de tanto en tanto aparecían policías y se llevaban a la rastra a uno de los favoritos de Russell, mientras Russell