La zanahoria es lo de menos. David Montalvo
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La zanahoria es lo de menos - David Montalvo страница 14
Ahí, en esa zona a la que a veces no queremos acceder, es en donde se marca la diferencia entre los que materializan lo que desean y los que solo observan lo que pasa, y atribuyen todo a la suerte o al destino.
Cuando ejercemos una acción automatizada, aprendida en el pasado y que en su momento funcionó, es como si durmiéramos a nuestra mente consciente y menguara el esfuerzo por hacer o pensar en cómo hacer algo, por lo que realizamos dicha actividad casi con los ojos cerrados.
«Me intriga que haya tantas personas con tanto miedo a la muerte que dejan de disfrutar la vida; están tan preocupados por el mañana que nunca ponen atención al presente».
Uno, por ejemplo, no hace un grandísimo esfuerzo o diseña un complejo mapa mental para cepillarse los dientes o para amarrarse las agujetas. Como decía mi madre cuando yo aprendía a andar en bicicleta: «Lo que bien se aprende, jamás se olvida».
Mientras no exista alguna situación que de forma abrupta interrumpa el comportamiento, o no haya un acto de conciencia que nos despierte de ese letargo mental, seguiremos actuando de la misma manera de siempre, creyendo inconscientemente que es la mejor y la más práctica forma de hacerlo.
Según el concepto de cerebro triuno —límbico, neocórtex o racional y repitiliano o primitivo— este último es el que se enciende y se ocupa de hacer, sin razonar tanto. Este cerebro no tiene la capacidad de pensar, ni de sentir, solo de actuar mediante impulsos o de forma instintiva.
Desde que abrimos los ojos al despertar por la mañana, hasta que los cerramos al concluir el día, estamos conectados con este cerebro por medio de hábitos y rituales, al grado de que son parte integral de nuestra personalidad. Estos van desde lo primero que hacemos al levantarnos de la cama, la forma de asearnos, el orden en cómo nos vestimos, si primero nos ponemos las calcetas y después el pantalón o viceversa, la preparación del café, la manera de conducir a nuestro lugar de trabajo, lo que comemos y cómo lo comemos, hasta la dinámica que utilizamos para ponernos la pijama antes de dormir.
En fin, a lo largo de toda nuestra vida realizamos una serie de cosas, algunas menos trascendentes que otras, en sentido automático.
Nadie nace con una serie de hábitos bien definidos o determinados. Algunos dicen que tenemos cierta predisposición a aprenderlos, pero la verdad prefiero creer que estos se van formando y adquiriendo con el pasar de los años, debido a las circunstancias y exigencias del entorno. Vamos integrando los hábitos que, en determinado momento, llegamos a creer que necesitamos para funcionar.
En esta vida acelerada o, como le llaman algunos, en esta «jungla de asfalto», basada en la competencia y en donde el más fuerte, el más inteligente y el que más corre es el que sobrevive, somos más propensos a adueñarnos de ciertas formas de comportarnos que pueden causarnos estragos a nivel interior, muchas veces sin advertirlo.
El verdadero reto en este detox emocional radica en traer a la superficie de la conciencia esos comportamientos que están un poco escondidos para poder calibrar cuáles siguen funcionando bien para nosotros y cuáles hay que comenzar a erradicar, todo con miras a seguir construyendo nuestra mejor versión.
El pH y la acidez emocional
En química existe un término llamado potencial de hidrógeno, el cual se abrevia pH.
El pH es la medida de acidez o alcalinidad en una disolución acuosa, según lo definió el bioquímico danés S.P.L. Sørensen a principios del siglo XX.
La escala tradicional del pH va del 0 al 14. Se considera una disolución ácida la que tiene un pH menor a 7, y alcalina la de pH igual o superior a 7. Del pH igual a 0 se dice que es neutro.
Hoy, en cuestión de salud, se le ha puesto gran atención al tema y se ha hecho una destacada labor para divulgar y propagar la importancia de equilibrar nuestro pH.
En esta vida acelerada, basada en la competencia y en donde el más fuerte, el más inteligente y el que más corre es el que sobrevive, somos más propensos a adueñarnos de ciertos comportamientos que pueden causarnos estragos a nivel interior.
El concepto se ha retomado también en los procesos de desintoxicación, ya que en esa búsqueda de balance muchas personas se interesan por alimentarse de forma alcalina, dado que normalmente nuestros hábitos tienden a acidificar el organismo.
Es importante conocer y ayudarnos en este proceso porque, por ejemplo, si se produce una alta acidificación interior, en las células, los tejidos, los órganos o en la sangre se genera un desequilibrio que es la antesala a diversas enfermedades. Por el contrario, cuando consumimos alimentos alcalinizantes, ese pH se equilibra para poder neutralizar la parte ácida.
Nuestro pH puede ser medido y lo podemos conocer con algunos aparatos especializados, tiras de papel indicadoras o con exámenes de laboratorio.
La recomendación es que estemos ligeramente alcalinos, 7.45 aproximadamente. Por debajo o por encima de este valor ya estaríamos hablando de una posible enfermedad. Este valor sugerido, con ligera tendencia a lo alcalino, contribuye a un mejor funcionamiento del organismo, nos mantiene sanos y además ayuda a retrasar el envejecimiento.
Algunos ejemplos de alimentos típicamente ácidos son el café, las harinas, el azúcar, algunas proteínas, edulcorantes artificiales, lácteos, embutidos y grasas.
Por otra parte, la mayoría de las frutas, verduras y vegetales como la manzana, el limón, el apio y las espinacas, así como los jugos verdes, las almendras, la canela, el jengibre, el té verde, el polen de abeja o el bicarbonato, por mencionar algunos, son ejemplos de alimentos altamente alcalinos.
Un ejemplo claro lo vemos en el desayuno: una persona que por la mañana come hot cakes con miel de maple (que incluye jarabe de maíz), crema batida y tocino, acompañados de varias tazas de café, estará acidificando su organismo; en contraste con alguien que desayuna un jugo verde que contiene piña, apio, espinaca, nopal y perejil.
Al consumir esto último, en lugar de los hot cakes, nos alcalinizamos y ayudamos a nuestro organismo a desintoxicarse, limpiarse y descansar, lo que se traduce en equilibrio.
Una vez explicado a grandes rasgos el concepto del pH desde la visión química, quiero compartirte que, como parte de este libro, he querido adoptar tal concepto pero desde la perspectiva de los comportamientos que usualmente tenemos.
A nivel personal, existen ciertos hábitos bastante ácidos que también producen ese desequilibrio, y que pueden convertirse en la puerta que permita al caos entrar e imponerse en nuestra vida.
Equilibrar nuestro pH emocional representa vivir en orden, saludables y con bienestar. La acidez emocional por lo tanto existe, y es un desequilibrio interior que se produce como consecuencia de vivir, consciente o inconscientemente, con comportamientos perjudiciales y contrarios a nuestra esencia.