La covid-19 y la integración ante los desafíos de un nuevo orden mundial. Isabel Clemente Batalla
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Además del fortalecimiento del Estado de bienestar, es recomendable lograr el de la institucionalidad de los procesos latinoamericanos de integración (Vieira, 2019). Sería conveniente hacer una revisión del desempeño y de las posibilidades de atender la pospandemia en materia de integración, de los múltiples organismos encargados de los procesos. Así sería posible proceder con las reformas necesarias, bien sea para su mejoramiento y mayor eficiencia, para su fusión o para contemplar su eventual desaparición, concentrando los costos operativos en aquellos organismos que realmente puedan responder al difícil entorno de la pospandemia. Es incomprensible e inaceptable la falta de respuesta comunitaria a la covid-19 de los procesos de integración, considerando que en Suramérica se había dado un Consejo Suramericano de Salud en la Unasur, y que, en la Comunidad Andina, con medio siglo de existencia y décadas de contar con el Convenio Hipólito Unanue para la salud, se deberían haber definido acciones consensuadas entre los ministros del ramo. El Mercosur, por su parte, está paralizado por las desavenencias ideológicas de sus dirigentes, y solo el sica ha respondido como proceso de integración en Centroamérica.
En la medida en que hubiera voluntad política para reaccionar con un vuelco profundo en las estructuras institucionales existentes, la coyuntura especial creada por la pospandemia permitiría reconsiderar el proyecto adelantado en la década de los noventa para la creación de un organismo de integración continental: la Comunidad Latinoamericana de Naciones (clan). Este proyecto, que no alcanzó resultados en aquel tiempo, cubre los diecinueve países de habla española y portuguesa, con Cuba y República Dominicana como países caribeños, los países continentales, como México, y los países centro-americanos y suramericanos10. Sería más difícil actuar con eficiencia en medio de tantos procesos subregionales de integración (Mercosur, can, sica y Alianza del Pacífico), de organismos de alcance regional (aladi, alba y Prosur, reemplazante de Unasur) y de organismos continentales con funciones adicionales a las de la integración (por ejemplo, la celac)11.
Una acción realizable a corto plazo es definirle compromisos específicos y puntuales a la Asociación Latinoamericana de Integración (aladi). Su permanencia depende de que los Gobiernos decidan llevar a cabo los compromisos que esta ha venido arrastrando sobre convergencia, mandato establecido en el artículo 3.º del tratado constitutivo de 1980 (aladi, 2011; Garnelo, 2011; Vieira, 2020). Se podría contar con un organismo de alcance continental que, en la coyuntura de recesión ocasionada por la covid-19, concentre un accionar unificado, y agrupe a los países centroamericanos y a República Dominicana, pues Cuba y Panamá ya pertenecen a la aladi.
Su actividad se centraría en la convergencia pronta de los diferentes compromisos de los procesos subregionales de integración, y podría intentarse incorporar también con la armonización de políticas sociales y productivas correspondientes a una integración multidimensional, indispensables para la recuperación de los perjuicios de la pandemia. La obtención de estos resultados exige decisión y voluntad política por parte de los Gobiernos latinoamericanos acorde con el problemático contexto existente.
Si se lograra concentrar el manejo de la integración en una aladi ampliada al continente, con mandatos claros a ejecutar, o acordar el establecimiento de la Comunidad Latinoamericana de Naciones (clan) en corto y mediano plazo, sería posible pensar en la desaparición de organismos regionales de integración que no muestren una reacción adecuada para relanzar los compromisos de integración y enfrentar las crisis de la covid-19. Esta acción serviría incluso para disminuir costos y desgastes en acciones dispersas, en momentos de estrecheces económicas de los Gobiernos con motivo de la pandemia.
De no haber acuerdo político para estas medidas de mayor compromiso, se podría buscar al menos concentrar la integración suramericana en un solo proceso que fusione al Mercosur con la Comunidad Andina y/o la Alianza del Pacífico. Centroamérica continuaría con el Sistema de la Integración Centroamericana, que incluye a República Dominicana, y se podría invitar a Cuba a incorporarse, pues los miembros del Caricom poseen un contexto geopolítico muy distinto, en cuanto son excolonias británicas, francesas u holandesas.
Finalmente, ante la existencia de intereses distintos y contradictorios imperantes en América Latina, otra opción sería acudir a propuestas pragmáticas de compromisos de geometría variable, que atendieran esas diferencias, como lo planteaba el entonces director de la División de Comercio Internacional e Integración de la Cepal, Osvaldo Rosales: “A lo mejor es el momento de buscar pragmáticamente fórmulas de convergencia entre lo que hay, sin abandonar el objetivo integracionista, adoptando fórmulas flexibles, de geometría variable para —en una etapa posterior— generar una fase de agrupación más avanzada” (Rosales, citado por Leiva, 2008, p. 36).
Respecto al tema del proteccionismo, cabe señalar que la continuación de tendencias neoproteccionistas pone en peligro la integración, al tiempo que el autoaislamiento de los dos mayores países latinoamericanos, Brasil y México, podría estar ejerciendo un liderazgo en la integración. El aislacionismo es perjudicial. Lo recomendable es mostrar que la profundización de la integración es una herramienta efectiva para desarrollar el espíritu de solidaridad y alcanzar la recuperación económica y social del continente. Lo peor que podría suceder es regresar a formas de regionalismo cerrado o proteccionista, pues el aislamiento hará más difícil superar los impactos negativos de la pandemia.
En cuanto a las políticas por armonizar, las de calentamiento global y el desarrollo de energías alternativas limpias y sustitutivas de las energías fósiles y contaminantes son un reto para trabajar de manera conjunta, multilateral y solidaria. Con esto se aseguraría la habitabilidad del planeta, y se superaría la condición de productores-exportadores de commodities minero-energéticos y la dependencia excesiva del comercio exterior de algunos países. En este sentido, se debería trabajar en la modificación del relacionamiento tradicional de América Latina como proveedor de materias primas a los mercados internacionales. Al respecto, la Cepal (2020a) considera que “como nunca en los últimos 30 años, hoy está abierto a discusión el modelo dominante de inserción de la región en la economía internacional, basado en la especialización en materias primas, manufacturas de ensamblaje y turismo de sol y playa” (p. 19).
En la pospandemia, el comercio exterior se abre a la posibilidad de hacer un importante desarrollo de las cadenas globales de valor (cvg). En el proceso de globalización iniciado en la década de los noventa, muchas empresas realizaron la deslocalización productiva de bienes y de servicios a través del planeta, pero principalmente las grandes compañías transnacionales. En las nuevas condiciones establecidas por la pandemia, que implican un repliegue territorial hacia lugares más cercanos a los centros de consumo, se presenta la gran oportunidad para que los procesos de integración latinoamericanos, tan retrasados en este asunto, desarrollen cadenas globales de valor y aseguren encadenamientos productivos entre empresas de los países que integran los procesos subregionales y regionales. En particular, es una gran oportunidad para la convergencia de acciones tangibles entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico, y en el interior de cada uno de estos procesos subregionales, para asegurar un mayor encadenamiento y tejido empresarial.
En cualquiera de los dos escenarios de la pospandemia, se necesitará actuar como bloque, de manera multilateral. El orden internacional se debe basar en una gobernanza más participativa, que requiere la preservación de un sistema multilateral de comercio internacional (Peña, 2020). Si el mundo evoluciona favorablemente hacia mecanismos comunitarios y solidarios, una América Latina actuando en bloque tendrá mejor acceso y aprovechamiento de las condiciones de ayuda que se establezcan de manera global. Y necesitará actuar unida mucho más y en bloque si se generaliza el “sálvese quien pueda” y el enfrentamiento feroz de un capitalismo salvaje, para reposicionarse en la escena internacional, en la que muy pocos países latinoamericanos tienen condiciones de hacerlo por sí solos.
La pospandemia representa una oportunidad histórica para dar un salto hacia adelante y concretar las metas y objetivos aplazados de