La covid-19 y la integración ante los desafíos de un nuevo orden mundial. Isabel Clemente Batalla
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Los cambios favorables implican un rediseño del proceso de globalización, no tan centrado en la economía de mercado y la libre especulación del sistema financiero, con pésimos resultados en la distribución del ingreso y el agravamiento de las inequidades sociales. Se pretende, más bien, un modelo de reafirmación de la conveniencia de un Estado de bienestar, que otorgue importancia a las políticas de salud pública y que acelere el cumplimiento de los objetivos de la Agenda para el Desarrollo Sostenible, 2016-2030.
Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, señala lo siguiente a propósito de este asunto:
Esta pandemia no significará el fin de la globalización. Pero pondrá en cuestión algunas de sus modalidades y de sus presupuestos ideológicos, en particular, el famoso tríptico neoliberal: apertura de los mercados, retroceso del Estado y privatizaciones. Este cuestionamiento ya había empezado antes de que estallara la crisis. Se acentuará después de ella. (Borrell, 2020)
El planteamiento central de este primer capítulo es que los impactos de la pandemia pueden ser de tal magnitud que la humanidad deberá replantear soluciones globales efectivas en su proceso globalizador, e incluso repensar sus ideales y propósitos. Se parte del supuesto de que el confinamiento creó nuevas condiciones para las relaciones interpersonales e intersocietales, con elementos favorables para la profundización del trabajo solidario y ético. Dentro de los temas por replantear, existen algunos de gran significado en los campos geopolítico, geoeconómico y de integración, como el realineamiento de liderazgos mundiales, el auge del autoritarismo, la gobernabilidad mundial, la reestructuración de las organizaciones internacionales, la recomposición de las cadenas globales de valor y las políticas de salud pública y de transición energética y ecológica.
En particular, se aborda el papel que puede desempeñar la integración en esta coyuntura, por considerarla preferible al manejo aislado, con el que buena parte de los países ha actuado en respuesta a la pandemia. Se sostiene que es importante el aporte de la integración, como herramienta de trabajo comunitario, consensuado, multilateral y solidario, para relanzar políticas sociales y económicas, que brinden oportunidades de recuperación en las condiciones de desarrollo de América Latina.
Impacto en lo geopolítico
La pandemia deja a Estados Unidos y a la República Popular China más enfrentados que antes, en temas tecnológicos y comerciales, en la manera de responder a las pandemias, en formas de Gobierno democrático o autoritario, en el liderazgo mundial. Existe incluso el peligro de una eventual confrontación bélica, resultante de los niveles de exposición a un error en la medición de fuerzas alrededor del territorio chino4.
La inserción en la escena internacional ha sido contraria en los dos países en años recientes. En el caso de los Estados Unidos, se trata del autoaislamiento del Gobierno Trump en lo que Haas (2017) ha llamado “la diplomacia de la retirada”, al proceder a marginarse de las decisiones globales que debe tomar el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y al retirarse del Acuerdo Transpacífico, del Acuerdo de París sobre el Calentamiento Global, del Pacto nuclear con Irán, del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (inf) con Rusia y, recientemente, de la Organización Mundial de la Salud (oms). Además, se distancia de la Organización Mundial del Comercio (omc) y hace críticas a la Corte Penal Internacional (cpi) y a organizaciones de integración como la Unión Europea (ue), aspectos que el nuevo presidente Biden ha prometido rectificar.
China ha aprovechado estas circunstancias para tratar de posicionarse como vencedora en la lucha contra la covid-19, pero desde una posición autoritaria e ideológica del multilateralismo, del cual pretende ser país defensor, y que maneja como instrumento de dominación según sus intereses de potencia imperial. Aprovechando el marginamiento de Estados Unidos bajo el Gobierno del presidente Trump, China ha reforzado su participación en las organizaciones internacionales, apoyándolas siempre para que no sean contrarias a su posición, por ejemplo, frente a Taiwán, y expandiéndose físicamente con islas artificiales en el mar Meridional. China participa activamente en el proceso globalizador si se acomoda a sus intereses, y ha ampliado su presencia internacional mediante foros multilaterales como la “Iniciativa de la Ruta de la Seda” lanzada en el 2013, el Fondo de la Ruta de la Seda creado en el 2014 y el Banco Asiático de Inversión y Desarrollo fundado en el 2016.
Dada la aceleración de la cuarta revolución industrial y la importancia que mostraron las tecnologías de comunicación durante la pandemia, es previsible una mayor competencia tecnológica entre Estados Unidos y China, en particular en el desarrollo de la tecnología 5G. Y ya es motivo de la guerra comercial entre los dos países: la interrupción, por parte de Estados Unidos, de transferencias tecnológicas desde China y de cadenas globales de valor, lo cual impulsará a esta a utilizar componentes propios. Así se prevé en el programa Made in China 2025 (mic2025), que desarrollará sectores de tecnología de información, robótica, biofarmacéutica y energía limpia para aumentar el contenido doméstico a un 70 % ese año (Institute for Security and Development Policy [isdp], 2018).
Este enfrentamiento se produce en la pospandemia, momento en que el mundo necesita de liderazgos claros y respuestas consensuadas, y que se pregunta por quién o quiénes pudieran asumirlos. Al respecto, el excanciller sueco Carld Bildt señala lo siguiente:
Con Estados Unidos ausente y la credibilidad de China afectada, existe una urgente necesidad de que alguien asuma el deber de liderar y comience a movilizar una respuesta coordinada, sea a través de la oms u otra vía […]. ¿Podría la Unión Europea dar el paso, o también se encuentra consumida en sus propios problemas? ¿Se podría forjar una coalición completamente nueva para dinamizar las cosas o el orden internacional está condenado a involucionar más todavía a un amasijo de multipolaridad y luchas de poder, donde el único fenómeno verdaderamente global es un virus letal? (Bildt, 2020)
De no lograrse en la pospandemia consolidar liderazgos, reorganizar las organizaciones internacionales, revalidar lo multilateral en un mundo global, es posible que se asista al fraccionamiento geopolítico en zonas de influencia de la Unión Europea, de Rusia y de naciones emergentes en sus áreas de influencia (Turquía, India, Suráfrica, Brasil). En tal caso, el regionalismo asumiría las responsabilidades de actuar en un entorno mundial global y la integración tendría un papel relevante por desarrollar.
El telón de fondo de los cambios geopolíticos son los conflictos entre el mundo occidental y otros grupos civilizacionales del planeta; las confrontaciones religiosas por interpretaciones fundamentalistas; la falta de principios éticos y la mayor corrupción, con pérdida de credibilidad en los sistemas políticos y en los principios democráticos; los problemas de gobernabilidad por obsolescencia de instituciones, sin actualización desde la Segunda Guerra Mundial; las crisis de liderazgo, y las tendencias nacionalistas y neoproteccionistas.
En el campo civilizacional, el error de Occidente fue creer que la comunidad internacional acogería su modelo de globalización del capitalismo posindustrial triunfante —con planteamientos como los de Francis Fukuyama del fin de la historia y de los grandes conflictos en el planeta—, en el que la imposición sobre el comunismo permitiría ingresar en “un mundo de euforia y armonía” (Fukuyama, 1992). Sin embargo, no ocurrió así. Las diferencias