La covid-19 y la integración ante los desafíos de un nuevo orden mundial. Isabel Clemente Batalla

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La covid-19 y la integración ante los desafíos de un nuevo orden mundial - Isabel Clemente Batalla

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que aún persisten. Internacionalistas como Samuel Huntington lo habían advertido: “La intervención occidental en asuntos de otras civilizaciones es probablemente la fuente más peligrosa de inestabilidad y de conflicto potencial a escala planetaria en un mundo multicivilizatorio” (Huntington, 1997, p. 374), y las consecuencias negativas de la pandemia pueden agravar el distanciamiento.

      Sería útil encontrar formas de acercamiento a la revalorización de las religiones que, junto con la reconsideración de principios éticos, permitan una gobernabilidad más transparente, un modelo económico más justo, la priorización de políticas públicas relacionadas con la salud pública y otros propósitos renovadores surgidos en la pospandemia. En los ajustes de un nuevo orden internacional, se debería partir de una nueva ética mundial, pues sin esta los cambios propuestos podrían quedar sin sustento para su implementación y respeto.

      También es importante examinar el tipo de Estado que se revaloriza con la pandemia, pues los valores democráticos se pueden ver alterados por derivas autoritarias o populistas que afectan la democracia, tal como anota el escritor Yuval Noah Harari: “En este momento de crisis, enfrentamos dos opciones particularmente importantes. La primera es entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano. La segunda es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global” (Harari, 2020; traducción propia). Por su parte, Borrell (2020) identifica tres narrativas: “La populista, la autoritaria —que coincide con la anterior en muchos puntos— y la democrática”; además, considera que la crisis de la pandemia impactaría la narrativa populista, “ya que pone de relieve la importancia de la racionalidad, la competencia y los conocimientos. Todos ellos principios ridiculizados y rechazados por los populistas, que los identifican con las élites”. Por otro lado, lo autoritario tendría posibilidades de imponerse en varios lugares del globo, pues en un contexto de miedo y de incertidumbre, hay inclinación a aprovecharse de la situación para limitar libertades y derechos.

      Con la crisis de credibilidad en la dirigencia pública y en la clase política, cualquier reconsideración del papel del Estado contemplaría formas de participación de la sociedad civil, mediante una gobernanza pública que permita “la participación, la negociación, la coordinación, los proyectos, el partenariado y el consenso” (Cabanes, 2004, p. 39). A raíz de la pandemia, se ha observado un mayor autoritarismo en muchos Gobiernos de diferentes lugares: con el pretexto de asumir responsabilidades en la lucha contra la covid-19, ejercen un mayor control político, usando el aislamiento, el cierre de fronteras y los avances tecnológicos, como los sistemas biométricos que controlan las poblaciones. Es el caso de China, donde el Gobierno ha empleado tecnologías de punta que le permiten tener control total del movimiento de sus ciudadanos. Harari (2020) lo describe así:

      Al monitorear de cerca los teléfonos inteligentes de las personas, hacer uso de cientos de millones de cámaras de reconocimiento facial y obligar a las personas a verificar e informar sobre su temperatura corporal y condición médica, las autoridades chinas no solo pueden identificar rápidamente portadores sospechosos de coronavirus, sino también rastrear sus movimientos e identificar a cualquiera con quien hayan entrado en contacto. (Traducción propia)

      Replantear un mayor poder del Estado en áreas de alcance social y colectivo, como la salud y la ocupación, sería una de las reformas que faciliten la participación de actores de la sociedad civil. El tema de gobernanza tuvo un desarrollo positivo en regiones de Europa, con los principios de cohesión social y de participación de las regiones en las decisiones y beneficios del proceso de integración. Sería conveniente retomar esos principios en la pospandemia, tanto en el relanzamiento de la integración latinoamericana, como en el replanteamiento de una gobernanza pública que revalorice el papel del Estado, pues “el poder es cada vez más concebido como un proceso interactivo y no más unilateral, unidimensional” (Cabanes, 2004, p. 38).

      Los escasos liderazgos vistos durante la pandemia y las derivas autoritarias invitan a considerar, además de una gobernanza regional, la reestructuración y puesta al día de organizaciones internacionales como las Naciones Unidas (onu), el Fondo Monetario Internacional (fmi) o la Organización Mundial del Comercio (omc), y organizaciones menos formales, como el Grupo de los Veinte (G-20), incapaz de estructurar un plan global sanitario contra el coronavirus. También es conveniente la readaptación y —si fuere necesaria— la refundación de organismos multilaterales responsables de la integración en la Unión Europea y los procesos de integración en América Latina, de modo que sea posible la adopción de medidas de carácter global, que generen escenarios de solidaridad, pensados y construidos consensuadamente en un nuevo orden geopolítico internacional.

      Impacto en el modelo económico y en la globalización

      Con la pandemia, el capitalismo enfrentó tres grandes crisis: sanitaria, económica y climática, que obligan a plantear soluciones integrales en el modelo, con medidas que van más allá de la dotación de liquidez al sistema financiero, tal como ocurrió en la crisis del 2008: “Los programas de rescate permitieron a las corporaciones aumentar todavía más sus ganancias, pero no se sentaron las bases para una recuperación sólida e inclusiva”. Ahora que el Estado vuelve a desempeñar un papel protagónico, “necesitamos con urgencia de Estados emprendedores que inviertan más en áreas como la inteligencia artificial, la salud pública, las energías renovables, etcétera” (Mazzucato, 2020), y que exista una revalorización del Estado de bienestar.

      Lamentablemente, el desarrollo de una globalización financiera cortoplacista y especulativa, en lugar de una globalización productiva, generó mayor concentración de la riqueza y el aumento de la inequidad en la distribución de los beneficios del proceso de globalización (Friedman, 2012; Vieira, 2016).

      Como observa Stiglitz (2019):

      Los recursos —incluida una parte de la gente joven y más talentosa— se destinaron a las finanzas en lugar de a fortalecer la economía real. Un sector que debería haber operado como un medio para un fin, la producción más eficaz de bienes y servicios, se ha convertido en un fin en sí mismo. (p. 128)

      En la pospandemia, el mundo tendrá dos alternativas para su recuperación económica: profundizar el capitalismo salvaje o ajustar el modelo hacia una economía más solidaria. La alternativa resultante será crucial. Como anota Morin, “la pospandemia será una aventura incierta donde se desarrollarán las fuerzas de lo peor y las de lo mejor, estas últimas siendo todavía débiles y dispersas” (citado por Truong, 2020).

      De reforzarse el capitalismo salvaje, el mundo vería una “balcanización” neoproteccionista, característica del modelo liderado por Estados Unidos en el Gobierno del presidente Trump, que podría ser aplicado por otros países actuando de manera egoísta en función solo de sus propios intereses.

      La otra alternativa es orientarse hacia formas de economía más colaborativas, más solidarias, de tejido de intereses empresariales en red, de mayor interacción social y productiva, de mayor estabilidad laboral, de metas a largo plazo. Estas son más próximas a las formas de capitalismo renano o japonés, también asimilables al capitalismo

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