La covid-19 y la integración ante los desafíos de un nuevo orden mundial. Isabel Clemente Batalla

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La covid-19 y la integración ante los desafíos de un nuevo orden mundial - Isabel Clemente Batalla

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de intereses empresariales en red y de mayor interacción social y productiva, destaca el antecedente de economía social de mercado desarrollada por Alemania en la posguerra. Se trata de un orden económico “vinculado a valores, normas y objetivos éticos fundamentales […] que incluye el predicado social como deber ético”. Para fines del siglo xx, se convierte en una “economía ecológico-social de mercado con fundamento ético” y, en el siglo xxi, en una “economía global de mercado que exige una ética global” (Küng, 1999, pp. 207-218), bajo “el postulado de un ordenamiento global de la competencia, de la sociedad y del medio ambiente, que garantice que también los mercados globales se integran en el marco ético-político de una biopolítica global” (Ulrich, citado por Küng, 1999, p. 225). Hace veinte años, el teólogo suizo Hans Küng premonitoriamente se preguntaba si no sería necesaria una nueva crisis económica mundial para ocuparse seriamente de un ordenamiento global de la economía, con las siguientes medidas:

      1) La creación de un ordenamiento internacional de la competencia.

      2) Una mayor vinculación de los flujos financieros internacionales a objetivos económicos reales de crecimiento y ocupación.

      3) Garantía social contra las crecientes deficiencias estructurales agudizadas por la economía globalizada.

      4) Equilibrio del drástico desnivel económico y social entre las regiones del mundo.

      5) La internacionalización de los crecientes costes sociales y ecológicos que surgen de la globalización económica.

      6) Un ordenamiento internacional que frene el excesivo consumo de recursos no regenerables. (Küng, 1999, pp. 226-227)

      Es un plan de acción que sigue siendo válido para el planeta, pues la enorme recesión económica mundial generada por la pandemia de la covid-19 hace aplicables esas medidas, “en tanto no aparezca la nueva vía política-

      ecológica-económica-social guiada por una humanidad regenerada” (Morin, citado por Truong, 2020). Los responsables de llevarlas a cabo son los Estados nacionales; las múltiples organizaciones y estructuras mundiales aportadas por el proceso globalizador; las empresas transnacionales; los medios de comunicación, y las organizaciones no gubernamentales (ong), embrión de una sociedad civil internacional (Küng, 1999, p. 237).

      El individualismo, característico del modelo neoliberal de obtención de ganancias, sería reemplazado por una concepción más integral del papel del ser humano en la economía. Küng (1999) se pregunta:

      ¿No se necesita también en la ciencia económica una nueva conciencia de que la economía no sólo tiene que ver con dinero y mercancías, sino también con el hombre real que, en su pensamiento y actuación, en modo alguno puede reducirse al Homo economicus de intereses individuales? (p. 207)

      Stiglitz (2019), por su parte, anota: “Un sistema sin valores en una globalización sin restricciones no puede funcionar” (p. 123). Y Borrell (2020) se refiere al Estado en la pospandemia como actor fundamental en un nuevo orden económico mundial:

      La globalización va a cambiar de cara. También el Estado, ya que su retroceso es el núcleo de la ideología neoliberal. En esta crisis se aprecia claramente que la demanda espontánea de Estado crece y que los países con una alta protección social están mejor preparados para hacerle frente que los que dejan a sus ciudadanos solos ante el mercado.

      A finales de marzo del 2020, cuando apenas se estaba expandiendo la pandemia de la covid-19, el economista turco Kemal Dervis, exjefe del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, escribía en Project Syndicate:

      El mundo está a punto de descubrir si décadas de globalización económica y financiera pueden conducir a una comprensión más profunda de los lazos, sociales, morales y personales, que unen a todas las personas. Solo reconociendo y fortaleciendo esos lazos podemos reemplazar nuestro sistema frágil y conflictivo, construido al servicio de la hipereficiencia y la ganancia a corto plazo, con acuerdos más sostenibles basados en la solidaridad económica, generacional e internacional. (Dervis, 2020)

      La pospandemia muestra entonces una tendencia a recuperar el Estado de bienestar o Estado benefactor, en que políticas como las de la salud sean responsabilidad gubernamental, pues el Estado es responsable de asegurar una cobertura suficiente y eficiente de estos servicios para las distintas capas sociales. En el caso del modelo neoliberal, ocurre lo contrario: uno de los principios del Consenso de Washington, la austeridad fiscal, limitó inversiones en los sistemas públicos de salud, y otro puso a la salud a ser eficiente y competitiva como cualquier otra actividad productiva o comercial, sin considerar que así quedaban desamparadas las capas sociales menos favorecidas. No se remuneraba adecuadamente al cuerpo médico ni se incentivaba la investigación científica en áreas médicas no rentables en el corto plazo, como las investigaciones sobre virus y epidemias. Así se puso en peligro el desarrollo sanitario del planeta.

      Ya es tiempo de reconocer que eliminar la intervención del Estado hasta donde sea posible y dejar que las fuerzas del mercado equilibren los intereses y las necesidades de los actores económicos participantes “arriesgaría provocar la pérdida de servicios indispensables, pero no rentables, que los ciudadanos estiman tener el derecho de obtener de un Estado contemporáneo” (Cabanes, 2004, p. 38).

      También es el momento de poner en práctica recomendaciones formuladas por un grupo de economistas poskeynesianos antes de la pandemia. Entre estos destaca Stiglitz (2006), quien propulsó reformas en la representación en organismos multilaterales, para que los países en desarrollo tengan mayor capacidad decisoria, formas de comercio más justo en los intercambios internacionales, reformas al sistema financiero global y responsabilidades concretas en materia de calentamiento global. En el 2019, estableció como reto para su país un capitalismo progresista, con transición de la economía industrializada del siglo xx a la del xxi, una economía verde de servicios e innovación que sostenga el empleo, mayor protección social, mayores cuidados a los adultos mayores, enfermos y discapacitados, y mejor sanidad, educación, vivienda y seguridad financiera para los ciudadanos (Stiglitz, 2019, p. 206). Este es un modelo aplicable en la pospandemia.

      Por su parte, Rodrik (2006) presenta propuestas de cambio en el Consenso de Washington: reducción de la pobreza, regulaciones financieras, políticas anticorrupción, acuerdos en la omc y redes de seguridad social. Paul Krugman sobresale por su postura respecto al comercio internacional de competencia imperfecta correspondiente a la realidad de los intercambios mundiales, así como por sus críticas a los Gobiernos de George W. Bush y Donald Trump. Así también, desde el Instituto de la Tierra y su óptica ambientalista, Sachs (2008) ha formulado recomendaciones en torno a desarrollo sostenible, medio ambiente, pobreza y demografía.

      Más recientemente, el francés Thomas Piketty, quien propuso un impuesto a las empresas y patrimonios de los más ricos, considera que la pandemia podría acelerar la transición a otro modelo económico más equitativo y sustentable (Alconada Mon, 2020). Sugiere aumentar la inversión en los sistemas públicos de salud; apoyar más ingresos de los que lo necesitan con programas de ingresos básicos; intercambiar información entre organismos tributarios; organizar tributación por emisión de dióxido de carbono, como parte del comercio internacional, y constituir un fondo. Estas medidas dependerán de balances de poder y de construcciones ideológicas variadas según países y regiones.

      Otro cambio importante en el campo económico se producirá en las inversiones extranjeras y en el funcionamiento de las cadenas globales de valor (cgv), símbolo del proceso de globalización, buscando reducir los costes de producción y mejorar la eficiencia productiva y la competitividad (un 70% del comercio internacional), mediante la deslocalización productiva, con aprovechamiento de las diferencias salariales en países muy poblados o de menor desarrollo. Sin embargo, el aumento gradual en los salarios generados

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