El ecologismo de los pobres . Joan Martínez Alier
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El punto en común de todos estos cálculos es establecer equivalencias entre procesos biofísicos básicos —que se encuentran tradicionalmente fuera de la esfera de la racionalidad económica fundada, desde la revolución neoclásica, en el equilibrio de la balanza comercial— y la economía. El significado de este último término se ve transformado por aquella operación, ya que ahora designa la relación sustancial entre las sociedades y su entorno, que podemos distinguir de los análisis formales de la ciencia económica moderna. Se considera como el fundador de este enfoque al economista Nicholas Georgescu-Roegen, quien, en la década de 1960, ha demostrado que el crecimiento económico necesariamente debe estar limitado por las restricciones físicas, es decir la entropía, y que estas limitaciones no habían sido registradas por el análisis económico estándar:12 el proceso productivo desgasta el orden físico, nunca es perfectamente cíclico —porque el nivel de la energía se pierde bajo la forma de calor y de residuos— y se topa, por lo tanto, con obstáculos, con umbrales que la economía considera como exógenos, pero que una bioeconomía puede incluir en sus cálculos y sus prospectivas. Esta deconstrucción del mito del crecimiento indefinido inició la formación de una escuela económica disidente, llamada economía ecológica, o bioeconomía. Es importante señalar que en esta perspectiva, no se trata solo de agotamiento de los recursos, de erosión de la biodiversidad o de catástrofes sanitarias: es la idea misma de una regulación de la subsistencia por el mercado, es decir, por un ajuste autónomo de las necesidades por el mecanismo de los precios, que invisibiliza la inserción de la acción económica en la naturaleza, y con esta, de lo social en el mundo material. Se culpa, entonces, directamente a la economía moderna —ya sea liberal o keynesiana— por la incapacidad de las sociedades industriales de gobernarse a sí mismas como fuerzas materiales tomadas en un intercambio recíproco con las condiciones físicas y biológicas. Entre los resultados —indirectos— de este estilo de pensamiento, el informe del Club de Roma de 1972, «Los límites al crecimiento», fue el más famoso, ya que fue el primero en presentar en el espacio público la problemática del crecimiento limitado,13 con todas las dificultades ideológicas que esto plantea, si se le otorga una resonancia neomalthusiana a este llamado.
Desde un punto de vista de historia de las ideas políticas, hay que completar la visión que los pensadores de la economía ecológica dan de su propio trabajo, que se limita a una crítica de la ciencia económica dominante. En efecto, esta tradición intelectual también pertenece a lo que podríamos llamar una corriente tecnocrática: no en el sentido en que se suele entender este término —mal distinguido de la burocracia, o incluso del aparato estatal en general—, sino en el sentido históricamente constituido de un movimiento de crítica del capitalismo basado en la observación de una incapacidad de los indicadores de precios y de mercado, para guiar una política industrial que pretendiera hacer un uso efectivo razonado y sostenible de los recursos naturales y del trabajo.14 Este movimiento tiene sus orígenes en el sociólogo estadounidense Thorstein Veblen, y se remonta probablemente a la obra del filósofo francés del siglo xix, Saint-Simon. La corriente tecnocrática ocupa una posición única en la historia de las oposiciones al liberalismo económico, porque no reivindica al marxismo —o lo hace muy marginalmente— y, sobre todo, porque el trabajador no le es central, en contraste con el ingeniero, quien aparece como el operador social de la crítica, en cuanto experto de la tecnoestructura industrial.15 La lucha de clases, tal como la pensó el marxismo, se ve así suplantada en esta corriente intelectual, por una oposición entre las elites técnicas y elites financieras, que se apropiaron indebidamente del control del desarrollo económico y lo desviaron de su trayectoria inicial para promover la maximización de ganancias a costa del uso informado de los recursos, de las máquinas y del trabajo para el bien de todos. El movimiento tecnocrático se tiñó a veces de elitismo y conservadurismo, como ocurrió con el fundador de la organización estadounidense que llevaba su nombre, Howard Scott, en la década de 1930, y sobre todo no dio nunca lugar a una reapropiación popular —por el simple hecho de que él mismo no consideraba a las masas como una fuerza central—.16 Ahí yace el carácter tan interesante como problemático del legado tecnocrático de la economía ecológica. No cabe duda de que la crítica del mercado, de los indicadores monetarios y la voluntad de desarrollar un análisis decididamente material de los intercambios económicos encuentran su origen en el pensamiento tecnocrático. Sin embargo, la obra de Martínez Alier demuestra que este legado encontró un resultado totalmente inesperado en la idea de que los mejores garantes de este materialismo no marxista no son los ingenieros estadounidenses o ingleses, sino los campesinos sudamericanos, africanos y asiáticos. Este problema volverá a surgir más adelante en nuestro razonamiento, pero ya podemos señalar este punto central: el aparato conceptual que prepara la crítica social proviene de un espacio epistemológico (la tradición tecnocrática) y político, aparentemente desfasado en relación al objetivo declarado (crítica de la división global del trabajo y de sus estructuras ecológicas), y de ello se infiere que el desafío principal del libro consistirá en volver homogéneas y coherentes la crítica ecológica de la racionalidad económica y la crítica social de las políticas extractivas en el Sur. Esto es tanto más sorprendente sabiendo que una de las críticas que se le suelen hacer a la corriente tecnocrática es la de parecer alimentar una concepción neomalthusiana de lo social, es decir, una concepción basada en la escasez objetiva de recursos en relación con la población, en la optimización de la relación con las riquezas como instrumento central del gobierno de la sociedad. Pero esto implica olvidar que el argumento malthusiano, al principio, se centraba en la distribución social de las responsabilidades, en cuanto a la escasez, y por lo tanto en la relación entre la natalidad y la redistribución del ingreso, más que en la escasez objetiva. Ahora bien, para Martínez Alier, los pobres, o sea los «de más» en este paradigma, son precisamente los que poseen la solución de la ecuación entre abundancia, calidad ambiental y equilibrio social. Toma un camino teórico que no es ni marxista ni malthusiano, sino que atañe a un materialismo absolutamente singular e irreductible a estos dos polos que solemos oponer.
La idea central para Martínez Alier es cuestionar la idea confusamente presente en las sociedades contemporáneas, de que sus economías serían posindustriales, es decir que su crecimiento ya no estaría más directamente en correlación con el incremento de los recursos materiales movilizados. Es lo que la teoría económica llama «disociación», un término ampliamente utilizado por los defensores del desarrollo sostenible débil y de lo que llamamos «ecomodernismo»:17 se podría crecer sin pedirle demasiado a la