La llamada de lo salvaje. Jack London
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Al anochecer, Perrault apareció con otro perro, un husky viejo, largo, delgado y demacrado, con una cara llena de cicatrices de batallas y un solo ojo cuya mirada de arrojo infundía respeto. Sol-leks, le llamaban, que significa "el iracundo". Al igual que Dave, no pedía nada, no daba nada, no esperaba nada; y cuando con lentitud y parsimonia se enfrentó con los demás, hasta Spitz lo dejó en paz. Tenía una particularidad que Buck tuvo la mala suerte de descubrir: no le gustaba que se le acercaran por su punto ciego. Buck cometió esta ofensa sin ser consciente de ello, a lo que Sol-leks respondió con un ataque que le costó a Buck una herida de siete centímetros de largo en el hombro y que lo penetró hasta el hueso. Desde entonces, Buck evitó su flanco ciego y por el resto del tiempo que pasaron juntos no tuvo más problemas. Su única ambición, aparentemente, al igual que la de Dave, era que lo dejaran en paz; sin embargo, como lo descubriría más adelante, ambos tenían una ambición más poderosa.
Esa noche, Buck tuvo problemas para conciliar el sueño. La tienda, iluminada por una vela, brillaba acogedoramente en la mitad de la helada planicie; sin embargo, cuando entró en ella sin pensarlo, tanto Perrault como François lo bombardearon con improperios y utensilios de cocina, hasta que, recuperado de su consternación, salió de allí para enfrentarse con el inclemente frío. Soplaba un viento helado que lo entumecía y le hacía arder la herida del hombro. Se echó en la nieve para tratar de dormir, pero la helada pronto lo hizo levantarse, titiritando. Miserable y desconsolado, vagó por entre las otras tiendas, solo para descubrir que un rincón era tan inclemente como otro. Aquí y allá perros salvajes intentaban atacarlo, pero él erizaba el pelo del cuello y gruñía —aprendía rápido—, con lo que conseguía que lo dejaran seguir su camino en paz.
Finalmente, se le ocurrió una idea. Regresar y ver cómo se las arreglaban sus compañeros. Para su asombro estos habían desaparecido. De nuevo vagó de ida y vuelta buscándolos por todo el gran campamento. ¿Estarían en la tienda? No, no podía ser posible, de lo contrario no lo hubieran echado. Entonces, ¿dónde podían estar? Con su cola entre las patas y temblando de frío, muy acongojado, le dio vueltas a la tienda. De repente la nieve cedió debajo de sus patas y se hundió un poco. Algo se movió debajo de sus patas. Dio un brinco hacia atrás, asustado y alarmado, temeroso ante aquello que no podía ver ni entender. Entonces, un suave ladrido amistoso lo tranquilizó, así que regresó a investigar. Un vaho de aire tibio subió por su nariz y allí, enroscado entre la nieve como un ovillo, vio que estaba echado Billee, quien emitió un leve gemido, se enroscó como símbolo de su buena voluntad y de sus buenas intenciones, e incluso se aventuró en señal de paz a lamerle la cara a Buck con su lengua húmeda y tibia.
Otra lección. Entonces así era como se hacía. Buck seleccionó un lugar con confianza, con entusiasmo, y derrochando energía cavó un hoyo para sí mismo. En un instante, el calor de su cuerpo llenó el pequeño espacio y pudo conciliar el sueño. El día había sido largo y arduo, y se durmió profunda y cómodamente, aunque luchó y gruñó en medio de sus pesadillas.
Solamente abrió los ojos cuando fue sacado de sus sueños por los ruidos del campamento que despertaba. Al principio no sabía dónde estaba. Había nevado durante la noche y estaba completamente enterrado. Los muros de nieve lo oprimían por todos lados y un miedo aterrador lo invadió: el miedo de los salvajes a caer en las trampas. Era el signo inequívoco de que retornaban los instintos de sus antepasados, ya que siendo como era, un perro civilizado, excesivamente civilizado, y puesto que por experiencia propia no había caído en una trampa, no tendría razón para temerlas. Los músculos de su cuerpo se contrajeron de forma instintiva y espasmódica, los pelos de su cuello y de sus hombros se erizaron, y con un feroz ladrido brincó hacia la cegadora luz del día; la nieve a su alrededor salió volando en una nube refulgente. Antes de aterrizar sobre sus patas, vio el blanco campamento que se extendía ante él y entonces supo dónde estaba y recordó todo lo que le sucedía desde que había salido a dar un paseo con Manuel hasta el momento en que había cavado un hoyo para dormir la noche anterior.
Un grito de François saludó su aparición.
—¿Qué te dije? —le gritó a Perrault—. Ese Buck aprende todo rápidamente.
Perrault asintió con seriedad. Como correo del Gobierno canadiense, responsable de los despachos, le preocupaba conseguir a los mejores perros y estaba particularmente muy contento con haber adquirido a Buck.
Tres nuevos huskies se integraron en el grupo en menos de una hora, para conformar un equipo de nueve, y un cuarto de hora después estaban todos jalando del trineo camino al cañón Dyea. Buck estaba contento de salir, y a pesar de que el trabajo era muy duro no lo encontraba del todo desagradable. Le sorprendió el entusiasmo contagioso de todo el grupo y cómo se comunicaban con él, pero aún más sorprendente fue el cambio que se produjo en Dave y Sol-leks. Eran perros distintos, transformados por los arneses. Su pasividad y desinterés habían desaparecido; ahora estaban activos y alertas de que el trabajo saliera bien, y se irritaban por cualquier situación que lo retrasara, ya fuera una demora o una confusión. El complicado avance parecía para ellos su suprema realización personal, lo único para lo que vivían y que les causaba satisfacción.
Dave iba enganchado al trineo, jalando enfrente de él estaba Buck, luego estaba Sol-leks, y el resto del equipo iba en una sola fila, siguiendo a su líder, posición que ocupaba Spitz.
A Buck lo habían puesto a propósito entre Dave y Sol-leks, así recibía instrucciones de ambos. Si él era un buen estudiante, sus maestros no se quedaban atrás: nunca le permitían persistir en sus errores y se esforzaban por enseñarle mostrándole sus afilados dientes. Dave era justo y sagaz. Nunca mordía a Buck sin un motivo y nunca dejaba de hacerlo cuando hacía falta. Como lo respaldaba el látigo de François, Buck descubrió que era mejor obedecer que rebelarse. En una ocasión, durante una breve pausa, quedó enredado entre las correas y retrasó la salida, lo que ocasionó que Dave y Sol-leks se abalanzaran sobre él y le dieran una gran paliza. Con ello el enredo fue aún peor, pero desde entonces Buck prestó atención para mantener las correas desenredadas. Al terminar el día, hacía su trabajo tan bien que no tuvo más problemas con sus compañeros. El látigo de François restallaba con menor frecuencia y Perrault incluso le hizo el honor a Buck de levantarle las patas para examinárselas.
Fue una jornada dura hasta que llegaron al cañón: atravesaron el Sheep Camp hasta las Scales y el límite del bosque, pasando glaciares y ventisqueros de cientos de metros de profundidad, hasta la gran línea divisoria de Chilkoot, que separa las aguas saladas de las dulces y custodia majestuosamente las tristes y solitarias tierras del norte. Hicieron un buen tiempo en el descenso a través de la cadena de lagos que cubrían los cráteres de volcanes extintos. Ya tarde, entrada la noche, llegaron al campamento a orillas del lago Bennett, donde miles de buscadores de oro construían botes preparándose para el deshielo primaveral.
Buck hizo su agujero en la nieve y durmió profundamente debido al cansancio, pero muy temprano en la madrugada fue enganchado al trineo con sus compañeros y reanudaron su camino en la fría oscuridad.
Ese día recorrieron más de sesenta kilómetros sobre suelo firme; sin embargo, el día siguiente y muchos de los que vinieron tuvieron que abrirse camino esforzándose mucho y avanzando muy poco. Por lo general, Perrault iba al frente del equipo, apretando la nieve con sus zapatos especiales y haciendo el camino más fácil para los demás. François, que guiaba el trineo desde la parte delantera, algunas veces intercambiaba su lugar con él, aunque no muy a menudo. Perrault tenía afán y se jactaba de conocer bien el hielo, lo cual era indispensable porque el de otoño era muy delgado, incluso, donde había corrientes rápidas, ya no había hielo en absoluto.
Buck logró dar la talla con el