La vida de los Maestros. Baird T. Spalding
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Dijeron: «Hay dos modos de escapar. El primero consiste en intentar llegar a un arroyo próximo, que cae al fondo de un barranco. Hay que caminar ocho kilómetros. Si llegamos es posible que podamos ponernos a cubierto hasta que el incendio se extinga por falta de medios. El segundo modo consiste en atravesar el incendio, pero es necesario que tengas fe en nuestra intención de hacerte franquear la zona de fuego».
Me di cuenta que esos hombres se habían mostrado siempre a la altura de todas las circunstancias y dejé de inmediato de tener miedo. Me puse en cuerpo y alma bajo su protección y me coloqué entre los dos. Nos pusimos en camino en dirección hacia donde el incendio llameaba al máximo de intensidad. Me pareció rápidamente que una gran bóveda se abría delante de nosotros. Pasamos recto a través del incendio, sin ser mínimamente incomodados por el humo, el calor, o los tizones que encontramos en el camino. Hicimos de este modo al menos diez kilómetros. Me pareció que seguíamos nuestro camino tan apaciblemente como si el incendio no hubiera hecho estragos alrededor nuestro. Esto duró hasta la travesía de un río, después del cual nos encontramos fuera de la zona de llamas. En el viaje de retorno, tuve tiempo de observar el camino seguido.
Mientras franqueábamos la zona de fuego, Emilio dijo: «¿No ves qué fácil es, en caso de necesidad absoluta, apelar a las leyes superiores de Dios y sustituir a las leyes inferiores? Hemos elevado las vibraciones de nuestro cuerpo a un ritmo superior a las del fuego y este no puede hacernos mal. Si el común de los mortales hubiera podido observarnos, hubiera creído que habíamos desaparecido, cuando en realidad nuestra identidad no varió. En efecto, no vemos ninguna diferencia. Es el concepto de los sentidos materiales que ha perdido contacto con nosotros. Un hombre ordinario creería en nuestra ascensión y eso es lo que ha sucedido. Hemos subido a un nivel de conciencia en que los mortales pierden contacto con nosotros. Todos pueden imitarnos. Empleamos una luz que el Padre nos ha dado para que la usemos. Podemos servirnos de ella para transportar nuestro cuerpo a cualquier distancia. Es la ley que usamos para aparecer y desaparecer ante vuestros ojos, para aniquilar el espacio como vosotros decís. Superamos simplemente nuestras dificultades elevando nuestra conciencia sobre ellas. Esto nos permite vencer todas las limitaciones que el hombre se ha impuesto a sí mismo en su conciencia mortal».
Me parecía que no pisábamos el suelo cuando hubimos salido del incendio y nos encontramos sanos y salvos del otro lado del río. La primera impresión que tuve fue como si despertara de un profundo sueño y que se trataba de un sueño. Pero la comprensión de los acontecimientos se agrandaba progresivamente en mí, y la claridad de su verdadera significación comenzó a iluminar lentamente mi conciencia. Encontramos un lugar sombreado a orillas del río, merendamos, descansamos una hora y continuamos hacia el pueblo.
XIV
Ese pueblo se nos reveló muy interesante, ya que contenía documentos históricos muy bien conservados. Una vez traducidos, nos pareció que aportaban la prueba indiscutible de que Juan Bautista había estado allí cinco años. Más tarde tuvimos la ocasión de ver y traducir otros documentos que mostraban que se había quedado en la región una docena de años. Más tarde todavía, nos mostraron documentos que parecían probar que había viajado con las gentes de aquí, durante veinte años, a través de Tíbet, China, Persia e India. Tuvimos la impresión de poder seguir sus huellas jalonadas por esos documentos. Estas nos interesaron de tal modo que volvimos a diferentes pueblos para profundizar nuestra investigación. Recopilando los datos obtenidos, pudimos establecer un mapa mostrando exactamente el itinerario de los desplazamientos de Juan. Nos relataron algunos acontecimientos de forma tan vívida, que nos imaginábamos caminar por el mismo camino que Juan Bautista y seguir los mismos senderos que él siguió en un lejano pasado.
Nos quedamos en ese pueblo unos tres días, durante los cuales una amplia visión del pasado se desarrolló ante mí. Pude remontarme en la noche de los tiempos y encontrar el rastro del origen de esas doctrinas hasta sus verdaderos comienzos, en la época en que todo emanaba de la única Fuente o Sustancia, es decir de Dios. Pude entender las divisiones doctrinales formuladas por los hombres, a las cuales cada uno agregaba su idea personal, creyendo que le había sido revelada por Dios para pertenecerle e imaginando enseguida que solo él poseía el verdadero mensaje y que solo él estaba cualificado para dar el mensaje al mundo. Es así como las concepciones humanas se mezclaron con las revelaciones puras. A partir de ese momento, los conceptos materiales se introdujeron y de ello resultó la diversidad y la discordia.
Pude ver a los Maestros sólidamente plantados en la roca de la verdadera espiritualidad, percibiendo que el hombre es verdaderamente inmortal, no sometido ni al pecado ni a la muerte, inmutable, eterno, creado a la imagen de Dios. Si uno emprendiera investigaciones más profundas, obtendría la certidumbre de que esos hombres han transmitido su doctrina en estado puro a lo largo de los milenios. Ellos no pretenden saberlo todo. No piden que uno acepte los hechos si no puede probarlos por sí mismo, cumpliendo las mismas obras que ellos. No pretenden tener otra autoridad que por sus obras.
Después de tres días, estuvimos preparados para retornar al poblado donde había dejado a mis compañeros. La misión de Emilio y Jast consistía en curar a los enfermos. Podrían indudablemente haber hecho este viaje y aquel del templo en mucho menos tiempo, pero como yo no podía desplazarme a su manera, habían decidido hacerlo a la mía.
Mis compañeros nos esperaban en el pueblo. Habían fracasado totalmente en la búsqueda de los hombres de las nieves. Al cabo de cinco días habían abandonado la búsqueda. En el camino de regreso su atención había sido atraída por la silueta de un hombre recortándose en el cielo sobre una arista distante quinientos a dos mil metros. Antes de que pudieran, enfocarlo con sus prismáticos, el hombre había desaparecido. No lo vieron más que un lapso de tiempo muy corto. Tuvieron la impresión de ver una forma simiesca cubierta de pelos. Se dirigieron al lugar de la aparición, pero no encontraron rastro alguno. Pasaron el resto de la jornada explorando los alrededores sin resultado, después decidieron abandonar la búsqueda.
Escuchando mi relato, mis compañeros quisieron ir a ese templo, pero Emilio les informó que visitaríamos próximamente uno similar, por lo cual renunciaron a su plan.
Un gran número de gentes de los alrededores se habían reunido en el pueblo para obtener curaciones, ya que algunos mensajeros habían propagado por todos lados la noticia del salvamento de los cuatro cautivos de los hombres de las nieves. Al día siguiente, asistimos a una reunión donde fuimos testigos de curaciones notables. Una joven de una veintena de años que se le habían helado los pies el invierno pasado, los vio restablecerse. Vimos cómo su carne iba reformándose hasta que sus pies se volvieron normales y fue capaz de caminar normalmente. Dos ciegos recobraron la vista. Uno de ellos era, según parece, ciego de nacimiento. Muchos males benignos fueron curados. Todos los enfermos parecían profundamente impresionados por las palabras de los Maestros.
Después de la reunión, preguntamos a Emilio si se producían muchas conversiones. Él respondió: «Muchas gentes son realmente ayudadas, lo cual aumenta su interés. Algunos se dedican al trabajo espiritual por un tiempo. Pero la mayor parte no tardan en recaer en sus viejos hábitos. Ven el esfuerzo que hay que hacer y les parece demasiado grande. Casi todos viven una vida fácil y sin preocupaciones. Entre aquellos que pretenden tener fe, un uno por ciento toma el trabajo en serio. El resto cuenta con los demás para hacerse ayudar en caso de dificultad. Esta es la causa esencial de sus problemas. Afirman poder ayudar a quien desee ayuda, pero son incapaces de hacer el trabajo a quien quiera que sea. Pueden hablar de la abundancia que había en reserva para sus enfermedades, pero, para bañarse realmente en esta abundancia es necesario aceptarla y demostrarla