La vida de los Maestros. Baird T. Spalding
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Читать онлайн книгу La vida de los Maestros - Baird T. Spalding страница 21
Habíamos notado que el atardecer se había vuelto muy fresco. Pero cuando la dama apareció, el brillo de su presencia transformó el ambiente en una noche de verano. El aire pareció cargado de perfumes de flores. Una luz similar a la de la luna llena impregnaba todos los objetos y reinaba una tibieza brillante que no acierto a describir. Sin embargo ningún gesto de los Maestros era teatral. Las maneras de esas gentes eran profundamente amables y de una simplicidad infantil.
Alguno sugirió descender. La Madre y las otras damas pasaron las primeras. Nosotros las seguimos y los hombres de la casa cerraron la marcha. Mientras descendíamos por las escaleras de la manera habitual, notamos que nuestros pies no hacían ningún ruido. Sin embargo no nos esforzábamos por hacer silencio. Uno de nosotros probó a hacer ruido, pero no lo logró. Parecía que nuestros pies no entraban en contacto con el suelo de la terraza ni con los peldaños de la escalera.
En la planta donde se encontraba nuestros cuartos, entramos a una habitación magníficamente amueblada y nos sentamos. Notamos allí también una tibieza brillante y la habitación se iluminó con una suave luz inexplicable para nosotros. Un profundo silencio reinó por algún tiempo, después la Madre nos preguntó si estábamos bien instalados, si se ocupaban de nosotros, si nuestro viaje nos había satisfecho hasta ese momento.
La conversación se orientó sobre las cosas de la vida ordinaria, sobre las cuales ella parecía muy familiarizada. Después conversamos sobre nuestra vida de familia. La Madre nos citó el nombre de nuestros padres, hermanos y hermanas, y nos sorprendió haciéndonos una descripción detallada de nuestras vidas, sin hacernos la menor pregunta. Nos indicó los países que habíamos visitado, los trabajos que habíamos hecho y los errores que habíamos cometido. No hablaba de una manera vaga que nos hubiera obligado a adaptar nuestros recuerdos. Cada detalle destacaba como si reviviéramos las escenas correspondientes.
Cuando nuestros amigos nos hubieron dado las buenas noches, no podíamos más que expresar nuestra admiración, sabiendo que ninguno de ellos tenía menos de cien años y que la Madre tenía setecientos, de los cuales seiscientos fueron pasados en la tierra en su cuerpo físico. Sin embargo, todos ellos estaban plenos de entusiasmo y tenían el corazón ligero como a los veinte años, sin ninguna afectación. Todo era como si viviéramos con jóvenes.
Antes de retirarse esa noche, nos avisaron que había un elevado número de personas dispuestas a cenar en el albergue al día siguiente, y que estábamos invitados.
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