Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles

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Obras Inmortales de Aristóteles - Aristoteles Colección Oro

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siguen los juegos Olímpicos, o bien una relación de otra clase, como cuando se manifiesta que el ser humano, por efecto de un cambio, viene del niño, y el aire del agua. Y he aquí en qué sentido entendemos que el ser humano viene del niño; en el mismo que dijimos, que lo que ha devenido o se ha hecho, ha sido producido por lo que devenía o se hacía; o bien, que lo que es perfecto ha sido producido por el ser que se perfeccionaba, porque lo mismo que entre el ser y el no ser hay siempre el devenir, de igual manera, entre lo que no existía y lo que existe, hay lo que deviene. Y así, el que estudia, deviene o se hace sabio, y esto es lo que se quiere expresar cuando se dice, que de aprendiz que era, deviene o se hace maestro. En cuanto al otro ejemplo: el aire viene del agua, en este caso uno de los dos elementos desaparece en la producción del otro. Y así, en el caso anterior no hay retroceso de lo que es producido a lo que ha producido; el ser humano no deviene o se hace niño, porque lo que es producido no lo es por la producción misma, sino que viene después de la producción. Lo propio sucede en la sucesión simple; el día viene de la aurora únicamente, porque viene después; pero por esta misma razón la aurora no viene del día. En la otra especie de producción ocurre todo lo contrario; existe retroceso de uno de los elementos al otro. Pero en ambos casos es imposible ir hasta el infinito. En el primero, es necesario que los intermedios tengan un fin; en el último, hay un retroceso perpetuo de un elemento a otro, ya que la destrucción del uno es la producción del otro. Es imposible que el elemento primero, si es eterno, perezca, como en tal caso sería necesario que sucediera. Porque si remontando de causa en causa, la cadena de la producción no es infinita, es de toda necesidad que el elemento primero que al parecer ha producido alguna cosa, no sea eterno. Ahora bien, esto es imposible.

      Añadamos que la causa final es un fin. Por causa final se entiende lo que no se hace en vista de otra causa, sino, por lo contrario, aquello en vista de lo que se hace otra cosa. De manera que si hay una cosa que sea el último término, no habrá producción infinita; si nada de esto se da, no hay causa final. Los que admiten la producción hasta el infinito, no ven que suprimen por este medio el bien. Porque ¿hay alguien que quiera emprender nada, sin proponerse llegar a un final? Esto solo le ocurriría a un necio. El hombre racional obra siempre en vista de alguna cosa, y esta mira es un fin, porque el objeto que se propone es un fin. Tampoco se puede indefinidamente referir una esencia a otra esencia. Es necesario detenerse. La esencia que precede es siempre más esencia que la que sigue, pero si lo que precede no lo es, con más razón todavía no lo es la que sigue.

      Más todavía; un sistema semejante hace imposible todo conocimiento. No se puede saber, y es imposible conocer, antes de llegar a lo que es simple, a lo que es indivisible. Porque ¿cómo pensar en esta infinidad de seres de que se nos habla? Aquí no sucede lo que con la línea, cuyas divisiones no acaban; el pensamiento tiene necesidad de puntos de parada. Y así, si recorren esta línea que se divide hasta el infinito, es imposible contar todas las divisiones. Añádase a esto, que solo concebimos la materia como objeto en movimiento. Pero ninguno de estos objetos está señalado con el carácter del infinito. Si estos objetos son realmente infinitos, el carácter propio del infinito no es el infinito.

      E incluso cuando solo se afirmase que hay un número infinito de especies y de causas, el conocimiento sería todavía imposible. Nosotros creemos saber cuándo conocemos las causas; y no es posible que en un tiempo finito podamos recorrer una serie infinita.

      Parte III

      Los que escuchan a otro están sometidos al influjo de la costumbre. Nos gusta que se utilice un lenguaje conforme al que nos es familiar. Sin esto las cosas no nos parecen ya lo que nos parecen; se nos figura que las conocemos menos, y nos son menos familiares. Lo que nos es habitual, nos es, en efecto, mejor conocido. Una cosa que prueba bien cuál es la fuerza del hábito es lo que ocurre con las leyes, en las que las fábulas y las puerilidades tienen, por efecto del hábito, más cabida que tendría la verdad misma.

      Existen individuos que no admiten más demostraciones que las de las matemáticas; otros no quieren más que ejemplos; otros no encuentran mal que se invoque el testimonio de los poetas. Los hay, por último, que exigen que todo sea rigurosamente demostrado; mientras que otros encuentran este rigor insoportable, ya porque no pueden seguir la serie encadenada de las demostraciones, ya porque piensan que es perderse en fruslerías. Existe, en efecto, algo de esto en la afectación del rigorismo en la ciencia. Así es que algunos consideran indigno que el hombre libre lo utilice, no solo en la conversación, sino también en la discusión filosófica.

      Es necesario, por lo tanto, que sepamos ante todo qué clase de demostración conviene a cada objeto particular; porque sería un absurdo confundir y mezclar la investigación de la ciencia y la del método: dos cosas cuya adquisición presenta grandes dificultades. No debe exigirse rigor matemático en todo, sino únicamente cuando se trata de objetos inmateriales. Y así, el método matemático no es el de los físicos; porque la materia es probablemente el fondo de toda la naturaleza. Ellos tienen, por lo mismo, que examinar ante todo lo que es la naturaleza. De esta forma, verán claramente cuál es el objeto de la física, y si el estudio de las causas y de los principios de la naturaleza es patrimonio de una ciencia única o de muchas ciencias.

      Libro III

      Parte I

      Visto el interés de la ciencia que tratamos de cultivar, es necesario comenzar por exponer las dificultades que tenemos que resolver desde el inicio. Estas dificultades son, además de las opiniones contradictorias de los diversos filósofos sobre los mismos objetos, todos los puntos confusos que hayan podido dejar ellos de aclarar. Si se quiere llegar a una solución verdadera, es útil dejar ciertamente allanadas estas dificultades. Porque la solución verdadera a que se llega después, no es otra cosa que la aclaración de estas dificultades, pues es imposible desatar un nudo si no se conoce la forma de hacerlo. Esto es evidente, sobre todo respecto a las dificultades y dudas del pensamiento. Dudar en este caso es encontrarse en el estado del hombre encadenado y, como a este, no es posible a aquel avanzar. Necesitamos comenzar examinando todas las dificultades por esta razón, y porque investigar, sin haberlas planteado antes, es parecerse a los que marchan sin saber el punto a que han de dirigirse, es exponerse a no reconocer si se ha descubierto o no lo que se buscaba. En efecto, en tal caso no existe un fin determinado, cuando, por lo contrario, existe, y muy señalado, para aquel que ha empezado por fijar las dificultades. Finalmente, es necesario encontrarse en mejor situación para juzgar, cuando se ha oído a las partes, que son contrarias en cierto modo, todas las razones opuestas.

      La primera dificultad es la que nos hemos fijado ya en la introducción. ¿El estudio de las causas pertenece a una sola ciencia o a muchas, y la ciencia debe ocuparse solo de los primeros principios de los seres, o bien debe abrazar también los principios generales de la demostración, como estos: es posible o no afirmar y negar al mismo tiempo una sola y misma cosa, y todos los demás de este género? Y si no se ocupa más que de los principios de los seres, ¿existe una sola ciencia o muchas para el estudio de todos estos principios? Y si existen muchas, ¿existe entre todas ellas alguna afinidad, o deben las unas ser tenidas como filosóficas y las otras no?

      También es imprescindible investigar, si deben reconocerse solo sustancias sensibles, o si hay otras además de estas. ¿Existe una sola especie de sustancias o existen muchas? De esta última opinión son, por ejemplo, los que admiten las ideas, y las sustancias matemáticas intermedias entre las ideas y los objetos sensibles. Estas, decimos, son las dificultades que es necesario examinar, y además la siguiente: ¿nuestro estudio abraza solo las esencias o se extiende también a los accidentes esenciales de las sustancias?

      Por otra parte ¿a qué ciencia corresponde ocuparse de la identidad y de la heterogeneidad, de la semejanza y de la desemejanza, de la identidad y de la contrariedad, de la anterioridad y de la posteridad, y de otros principios de este género de que se sirven los dialécticos, los cuales solo razonan sobre lo probable? Después ¿cuáles son los accidentes propios de cada una de estas cosas? Y no solo debe investigarse lo que es cada una de ellas, sino también si son opuestas entre sí. ¿Son los géneros los principios

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