Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles
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Está claro que al filósofo, al que estudia lo que en toda esencia constituye su misma naturaleza, es a quien atañe examinar los principios silogísticos. Conocer a la perfección cada uno de los géneros de los seres es poseer todo lo que se necesita para poder afirmar los principios más ciertos de cada cosa. Así pues, el que conoce los seres en tanto que seres es el que posee los principios más ciertos de las cosas. Ahora bien, este es el filósofo.
Principio cierto por excelencia es aquel respecto del cual todo error es imposible. En efecto, el principio cierto por excelencia debe ser el más conocido de los principios, porque siempre se cae en error respecto de las cosas que no se conocen, y un principio, cuya posesión es necesaria para comprender las cosas, no es una hipótesis. Finalmente, el principio que hay necesidad de conocer para conocer lo que quiera que sea, es necesario poseerlo también, para emprender toda clase de estudios. Pero ¿cuál es este principio? Es este: es imposible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca al mismo sujeto, en un tiempo mismo y bajo la misma relación, etc. (no olvidemos aquí, para precavernos de las sutilezas lógicas, ninguna de las condiciones esenciales que hemos fijado en otra parte).
Este principio, afirmamos, es el más cierto de los principios. Basta que se satisfagan las condiciones requeridas, para que un principio constituya el principio cierto por excelencia. No es posible, en efecto, que pueda concebir nadie que una cosa exista y no exista al mismo tiempo. Heráclito es de otro dictamen, según algunos; pero de que se diga una cosa no hay que deducir forzosamente que se piensa. Si, por otra parte, es imposible que en el mismo ser se den al mismo tiempo los contrarios (y a esta proposición es necesario añadir todas las circunstancias que la determinan habitualmente), y si, por último, dos pensamientos contrarios no son otra cosa que una afirmación que se niega a sí misma, es evidentemente imposible que el mismo hombre conciba al mismo tiempo que una misma cosa es y no es. Mentiría, pues, el que afirmase tener esta concepción simultánea, puesto que, para tenerla, sería necesario que tuviese a la vez los dos pensamientos contrarios. Al principio que hemos enunciado van a parar en definitiva todas las demostraciones, porque es suyo el principio de todos los demás axiomas.
Parte IV
Algunos filósofos, como ya hemos citado, pretenden que una misma cosa puede ser y no ser, y que se pueden concebir simultáneamente los contrarios. Tal es la aserción de la mayor parte de los físicos. Nosotros acabamos de reconocer que es imposible ser y no ser a la vez, y fundados en esta imposibilidad hemos declarado que nuestro principio es el principio cierto por excelencia.
También hay filósofos que, dando una muestra de incompetencia, quieren demostrar este principio; porque es desconocimiento no saber distinguir lo que tiene necesidad de demostración de lo que no la tiene. Es totalmente imposible demostrarlo todo, porque sería necesario caminar hasta el infinito; de forma que no resultaría demostración. Y si hay verdades que no deben demostrarse, dígasenos qué principio, como no sea el expuesto, se encuentra en semejante coyuntura.
Se puede, sin embargo, afirmar, por vía de refutación, esta imposibilidad de los contrarios. Basta que el que niega el principio ofrezca un sentido a sus palabras. Si no ofrece ninguno, sería ridículo intentar responder a un hombre que no puede ofrecer razón de nada, puesto que no tiene razón ninguna. Un hombre semejante, un hombre privado de razón, es como una planta. Y combatir por vía de la refutación, es en mi opinión una cosa diferente que demostrar. El que demostrase el principio, caería, al parecer, en una petición de principio. Pero si se intenta dar otro principio como causa de este de que se trata, entonces existirá refutación, pero no demostración.
Para desembarazarse de todas las argucias, no es suficiente pensar o decir que existe o que no existe alguna cosa, porque podría creerse que esto era una petición de principio, y necesitamos designar un objeto a nosotros mismos y a los demás. Es indispensable hacerlo así, puesto que de esta manera se da un sentido a las palabras, y el individuo para quien no tuviesen sentido, no podría ni entenderse consigo mismo, ni hablar a los demás. Si se admite este punto, entonces habrá demostración, porque habrá algo de determinado y de fijo. Pero el que demuestra no es la causa de la demostración, sino aquel a quien esta se dirige. Comienza por destruir todo lenguaje, y admite en el acto que se puede hablar. Por último, el que admite que las palabras tienen un sentido, concede asimismo que hay algo de verdadero, independiente de toda demostración. De aquí la imposibilidad de los contrarios.
En primer lugar queda, por tanto, fuera de cualquier vacilación esta verdad; que el hombre significa que tal cosa es o no es. De manera que nada absolutamente puede ser y no ser de una forma dada. Admitamos, por otra parte, que la palabra hombre designa un objeto; y constituya este objeto el animal bípedo. Digo que en este caso, este nombre no tiene otro sentido que el siguiente: si el animal de dos pies es el hombre, y el hombre es una esencia, la esencia del hombre es el ser un animal de dos pies.
No importa para la cuestión que se atribuya a la misma palabra muchos sentidos, con tal que de antemano se los haya determinado. Es necesario entonces unir a cada empleo de una palabra otra palabra. Supongamos, por ejemplo, que se dice: la palabra hombre significa, no un objeto único, sino muchos objetos, cada uno de cuyos objetos tiene un nombre particular, el animal, el bípedo. Añádase todavía un mayor número de objetos, pero hay que determinar su número, y unir la expresión propia a cada empleo de la palabra. Si no se añadiese esta expresión propia, si se reclamase que la palabra posee una infinidad de significaciones, está claro que no sería ya posible entenderse. En efecto, no significar un objeto uno, es no significar nada. Y si las palabras no significan nada, es de toda imposibilidad que los seres humanos se entiendan entre sí; decimos más, que se entiendan ellos mismos. Si el pensamiento no recae sobre un objeto uno, todo pensamiento es imposible. Para que el pensamiento sea posible, es necesario dar un nombre determinado al objeto del pensamiento.
El hombre, como planteamos anteriormente, designa la esencia, y designa un objeto único; por consiguiente ser hombre no puede significar lo mismo que no ser hombre, si la palabra hombre significa una naturaleza determinada, y no solo los atributos de un objeto determinado. En efecto, las expresiones: ser determinado y atributos de un ser determinado, no tienen, para nosotros, idéntico sentido. Si no fuera así, las palabras músico, blanco y hombre, significarían una sola y misma cosa. En este caso todos los seres serían un solo ser, porque todas las palabras serían sinónimas. Por último, solo bajo la relación de la semejanza de la palabra, podría una misma cosa ser y no ser; por ejemplo, si lo que nosotros llamamos hombre, otros le llamasen no-hombre. Pero el problema no es saber si es posible que la misma cosa sea y no sea al mismo tiempo el hombre nominalmente, sino si puede serlo realmente.
Si hombre y no-hombre no significasen cosas diferentes, no ser hombre no tendría obviamente un sentido diferente de ser hombre. Y así, ser hombre sería no ser hombre, y habría entre ambas cosas identidad, porque esta doble expresión que representa una noción única, significa un objeto único, lo mismo que vestido y traje. Y si existe identidad, ser hombre y no ser hombre significan un objeto único; pero hemos demostrado antes que estas dos expresiones poseen distinto sentido.
Por consiguiente, es indispensable decir, si hay algo que sea verdad, que ser hombre es ser un animal de dos pies, porque este es el sentido que hemos dado a la palabra hombre. Y si esto es indispensable, no es posible que en el mismo instante este mismo ser no sea un animal de dos pies, lo cual significaría que es necesariamente imposible que este ser sea un hombre. Por lo tanto tampoco es posible que pueda decirse con exactitud al unísono, que el mismo ser es un hombre y que no es un hombre.
El mismo razonamiento se aplica asimismo en el caso contrario. Ser hombre y no ser hombre significan dos cosas diferentes. Por otra parte, ser blanco y ser hombre no son la misma cosa; pero las otras dos expresiones son más opuestas,