Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles

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Obras Inmortales de Aristóteles - Aristoteles Colección Oro

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la conclusión en cierta manera de dos causas.

      En cuanto a los que admiten muchos elementos, como lo caliente y lo frío, o el fuego y la tierra, están más cerca de descubrir la causa en cuestión. Porque atribuyen al fuego el poder del movimiento, y al agua, a la tierra y a los otros elementos la propiedad contraria. No siendo suficientes estos principios para producir el Universo, los sucesores de los filósofos que los habían adoptado, oprimidos de nuevo, como hemos dicho, por la verdad misma, apelaron al segundo principio. En efecto, que el orden y la belleza que existen en las cosas o que se producen en ellas, tengan por causa la tierra o cualquier otro elemento de esta clase, no es en modo alguno probable: ni tampoco es creíble que los filósofos antiguos hayan albergado esta opinión. De otro modo, atribuir al azar o a la fortuna estos admirables efectos era muy poco racional. Y así, cuando hubo un hombre que proclamó que en la naturaleza, igual que sucedía con los animales, existía una inteligencia, causa del concierto y del orden universal, pareció que este hombre era el único que estaba en el pleno uso de su razón, como revancha de las divagaciones de sus antecesores.

      Sabemos, sin que haya duda, que Anaxágoras se consagró al examen de este punto de vista de la ciencia. Puede afirmarse, sin embargo, que Hermotimo de Clazómenas lo indicó el primero. Estos dos filósofos alcanzaron, pues, la concepción de la Inteligencia, y establecieron que la causa del orden es a un mismo tiempo el principio de los seres y la causa que les imprime el movimiento.

      Parte IV

      Debería pensarse que Hesíodo entrevió mucho antes algo semejante, y con Hesíodo todos los que han admitido como principio en los seres el Amor o el deseo; por ejemplo, Parménides. Este dice, en su explicación de la formación del Universo: “Él creó el Amor, el más antiguo de todos los dioses”.

      Hesíodo, por su parte, se expresa de esta forma: “Mucho antes de todas las cosas existió el Caos, después la Tierra extensa. Y el Amor, que es el más bello de todos los Inmortales”, con lo que parece que admiten que es imprescindible que los seres tengan una causa capaz de imprimir el movimiento y de dar enlace a las cosas. Deberíamos examinar aquí a quién pertenece la prioridad de este descubrimiento, pero rogamos se nos permita decidir esta cuestión más adelante.

      Como se comprobó que al lado del bien aparecía lo contrario del bien en la naturaleza; que al lado del orden y de la belleza se encontraban el desorden y la fealdad; que el mal parecía aventajar al bien, y lo feo a lo bello, otro filósofo introdujo la amistad y la discordia como causas opuestas de estos efectos contrarios. Porque si se extraen todas las consecuencias que se derivan de las opiniones de Empédocles, y nos atenemos al fondo de su pensamiento y no a la manera con que él lo balbucea, se verá que hace de la amistad el principio del bien, y de la discordia el principio del mal. De manera, que si se dijese que Empédocles ha proclamado, y proclamado el primero, el bien y el mal como principios, quizá no se incurriría en dislate, puesto que, según su sistema, el bien en sí es la causa de todos los bienes, y el mal la de todos los males.

      Hasta aquí, en nuestra opinión, los filósofos han reconocido dos de las causas que hemos fijado en la Física: la materia y la causa del movimiento. Es cierto que lo han hecho de una forma poco clara e indistinta, como se conducen los soldados novatos en un combate. Estos se lanzan sobre el enemigo y descargan muchas veces sendos golpes, pero la ciencia no entra para nada en su conducta. De igual manera estos filósofos no saben ciertamente lo que dicen. Porque no se les ve nunca, o casi nunca, hacer uso de sus principios. Anaxágoras se vale de la inteligencia como de una máquina, para la formación del mundo; y cuando se ve embarazado para explicar por qué causa es necesario esto o aquello, entonces trae a colación la inteligencia en escena; pero en todos los demás casos a otra causa más bien que a la inteligencia es a la que atribuye la producción de los fenómenos. Empédocles se sirve de las causas más que Anaxágoras, es cierto, pero de una forma también insuficiente, y al valerse de ellas no sabe ponerse de acuerdo consigo mismo.

      Con frecuencia en el sistema de este filósofo, la amistad es la que separa, y la discordia la que reúne. En efecto, cuando el todo se divide en sus elementos por la discordia, entonces las partículas del fuego se reúnen en un todo, así como las de cada uno de los otros elementos. Y cuando la amistad lo reduce todo a la unidad, mediante su poder, entonces, por lo contrario, las partículas de cada uno de los elementos se ven obligadas a separarse. Empédocles, según se ve, se distinguió de sus predecesores por la forma de servirse de la causa de que nos ocupamos; fue el primero que la dividió en dos. No hizo un principio único del principio de movimiento, sino dos principios diferentes, y contrarios entre sí. Y después, desde el punto de vista de la materia, es el primero que reconoció cuatro elementos. Sin embargo, no se valió de ellos como si fueran cuatro elementos, sino como si fuesen dos, el fuego de una parte por sí solo, y de otra los tres elementos contrarios: la tierra, el aire y el agua, tenidos como una sola naturaleza. Esta es por lo menos la idea que se puede deducir después de leer su poema. Tales son, a nuestro modo de ver, los caracteres, y tal es el número de los principios de que Empédocles nos ha expresado.

      Leucipo y su amigo Demócrito admiten por elementos lo lleno y lo vacío o, utilizando sus mismas palabras, el ser y el no ser. Lo lleno, lo sólido, es el ser; lo vacío y lo raro es el no ser. Por esta causa, según ellos, el no ser existe lo mismo que el ser. En efecto, lo vacío existe lo mismo que el cuerpo; y desde el punto de vista de la materia estas son la razón de los seres. Y así como los que admiten la unidad de la sustancia hacen producir todo lo demás mediante las modificaciones de esta sustancia, dando lo raro y lo denso por origen de estas modificaciones, en igual manera estos dos filósofos quieren que las diferencias son las causas de todas las cosas. Estas diferencias son en su sistema tres: la forma, el orden, la posición. Las diferencias del ser solo se originan, según su lenguaje, de la configuración, de la coordinación, y de la situación. La configuración es la forma, y la coordinación es el orden, y la situación es la posición. Y así “A” difiere de “N” por la forma; “A N” de “N A” por el orden; y “Z” de “N” por la posición. En cuanto al movimiento, al buscar de dónde procede y cómo existe en los seres, han despreciado esta cuestión, y la han silenciado como han hecho los demás filósofos.

      Este es, en nuestra opinión, el punto a que parecen haber llegado las pesquisas de nuestros predecesores sobre las dos causas puestas en litigio.

      Parte V

      En la época de estos filósofos y antes que ellos, los denominados pitagóricos se dedicaron a las matemáticas, e hicieron avanzar esta ciencia. Embebidos en este estudio, creyeron que los principios de las matemáticas eran los principios de todos los seres. Los números son por su naturaleza anteriores a las cosas, y los pitagóricos creían percibir en los números más bien que en el fuego, la tierra y el agua, una multitud de analogías con lo que existe y lo que se origina. Tal combinación de números, por ejemplo, les parecía ser la justicia, tal otra el alma y la inteligencia, tal otra la oportunidad; y así, poco más o menos, se conducían con todo lo demás; por último, veían en los números las combinaciones de la música y sus acordes. Pareciéndoles que estaban constituidas todas las cosas a semejanza de los números, y siendo por otra parte los números anteriores a todas las cosas, creyeron que los elementos de los números eran los elementos de todos los seres, y que el cielo en su conjunto era una armonía y un número. Todas las concordancias que podían descubrir en los números y en la música, junto con los fenómenos del cielo y sus partes y con el orden del Universo, las reunían, y de esta forma constituían un sistema. Y si faltaba algo, se valían de todos los recursos para que aquel presentara un conjunto completo. Así por ejemplo, como la década parece ser un número perfecto, y que abraza todos los números, pretendieron que los cuerpos en movimiento en el cielo son diez en número. Pero no siendo visibles más que nueve, han imaginado un décimo, el Antictón. Todo esto lo hemos explicado más sucintamente en otra obra. Si ahora tocamos ese punto, es para hacer constar, respecto a ellos como a todos los demás, cuáles son los principios cuya existencia afirman, y cómo estos principios entran en las causas que hemos enumerado.

      He

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