Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles
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No existe, afirmamos, ninguna demostración real de estos principios; se puede, sin embargo, demostrar su verdad al que los ataque con tales argumentos. Preguntando al mismo Heráclito en este sentido, se le hubiera precisado a admitir que es completamente imposible que las afirmaciones opuestas sean verdaderas al mismo tiempo con relación a los mismos seres. Por no haberse entendido a sí mismo, Heráclito hizo suya esta opinión. Admitamos por un momento que su sistema sea verdadero; en tal caso su principio mismo no será verdadero; no será cierto que la misma cosa puede ser y no ser al mismo tiempo; porque así como se dice verdad, afirmando y negando separadamente cada una de estas dos cosas, el ser y el no-ser, en igual forma se dice verdad afirmando, como una sola proposición, la afirmación y la negación reunidas y negando esta proposición total, tenida como una sola afirmación. Finalmente, si no se puede afirmar nada con verdad, se incurrirá en error objetando que ninguna afirmación es verdadera. Si puede afirmarse alguna cosa, entonces cae por su propio peso el sistema de los que rechazan los principios, y que por lo mismo vienen a suprimir en absoluto todo debate.
Parte VI
Lo que dice Protágoras no difiere de lo anterior. En efecto, Protágoras pretendía que el hombre es la medida de todas las cosas, lo cual quiere decir sencillamente que todas las cosas son, en realidad, tales como a cada uno le parecen. Si así fuera, resultaría que la misma cosa es y no es, es a la vez buena y mala, y que las demás afirmaciones opuestas son asimismo verdaderas, pues muchas veces la misma cosa parece buena a estos, mala a aquellos, y que lo que a cada uno parece es la medida de las cosas.
Para resolver esta observación es suficiente examinar cuál ha podido ser el principio de doctrina semejante. Unos la han defendido por haber adoptado el sistema de los físicos, y en otros ha nacido de ver que no poseen todos los hombres el mismo juicio sobre las mismas cosas; así que tal sabor que parece dulce a los unos, parece a los otros ser amargo. Un punto de doctrina común a casi todos los físicos es que nada viene del no-ser, y que todo viene del ser. Lo no-blanco, en verdad, procede de lo que es completamente blanco, de lo que no es en ninguna parte no blanco. Pero cuando existe producción de lo no blanco, lo no-blanco, según ellos, debería provenir de lo que es no-blanco, de donde se sigue, en la hipótesis dicha, que vendría algo del no-ser, a menos que el mismo objeto sea a la vez blanco y no-blanco. Esta dificultad es de fácil solución. Hemos dicho en la Física cómo lo que es producido viene del no-ser y cómo del ser. Por otra parte, admitir igualmente las opiniones y las falsas aprensiones de los que están en desacuerdo sobre los mismos objetos, es una pura necedad. Evidentemente, es de toda necesidad que unos u otros se hallen en el error; verdad que se muestra con toda claridad si se considera lo que tiene lugar en el conocimiento sensible. En efecto, jamás la misma cosa parece dulce a unos, amarga a otros, a menos que en los unos el sentido, el órgano que juzga los sabores en cuestión, esté enfermo o alterado. Y si es así, es necesario admitir que unos son y otros no son la medida de las cosas. Esto lo digo igualmente para lo bueno y lo malo, para lo bello y lo feo y demás objetos de este género.
Profesar la opinión de que se trata es creer que las cosas son tales como parecen a los que comprimen el párpado inferior con el dedo, y provocan así que un solo objeto les parezca doble; es creer que existen dos objetos porque se ven dos, y en seguida que no existe más que uno, porque los que no ponen la mano en el ojo no ven más que uno. Por otra parte, es absurdo establecer juicio sobre la verdad al tenor de los objetos sensibles que vemos que cambian sin cesar y no permanecen nunca en el mismo estado. En los seres que persisten siendo siempre los mismos, y no son susceptibles de ningún cambio, es donde debe buscarse la verdad. Tales como los cuerpos celestes. No aparecen tan pronto con estos caracteres como con otros; son siempre los mismos, y no experimentan ningún cambio.
Además, si el movimiento existe; si algo se mueve, siendo todo movimiento el tránsito de una cosa a otra, es necesario, en el sistema que nos ocupa, que lo que se mueve esté todavía en aquello de donde procede y no esté; que esté en movimiento hacia tal fin, y que al mismo tiempo haya llegado ya a él. De no ser así, la negación y la afirmación de una cosa no pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Además, si los objetos sensibles están en un flujo y en un movimiento continuo bajo la relación de la cantidad, o si por lo menos se admite esto, aunque no sea verdadero, ¿por qué razón la cualidad no habrá de persistir? Porque una de las razones que han obligado a admitir que las proposiciones contradictorias son verdaderas al mismo tiempo, es el suponer que la cantidad no permanece la misma en los cuerpos, porque un mismo cuerpo tiene ahora cuatro codos y después no. La cualidad es lo que distingue la forma sustancial, la naturaleza determinada; la cantidad atañe a lo indeterminado.
Aún hay más, ¿por qué cuando su médico les ordena que tomen tal alimento, toman este alimento? ¿Qué mayor razón existe para creer que esto es pan que para creer lo contrario? Y entonces será indiferente comer o no comer. Y, sin embargo, toman el alimento convencidos de que el médico ha afirmado algo que es verdad y que lo conveniente es el alimento que ha prescrito. Y, sin embargo, no deberían creerle si no existe una naturaleza invariable en los seres sensibles; si todos, por el contrario, están en un movimiento, en un flujo perpetuo.
Por otra parte, si nosotros mismos mudamos sin parar; si no permanecemos siendo ni un solo momento los mismos, ¿es extraño que no formemos el mismo juicio sobre los objetos sensibles, que nos parezcan diferentes cuando estamos enfermos? Los objetos sensibles, bien que no parezcan a los sentidos los mismos que antes, no han experimentado por esto un cambio; no generan las mismas sensaciones y sí sensaciones diferentes a los enfermos, porque estos no se hallan en el mismo estado, en la misma disposición que cuando están sanos. Lo propio ocurre necesariamente en el cambio al que nos hemos referido antes. Si no cambiáramos, si permaneciésemos siempre los mismos, los objetos persistirían para nosotros.
En cuanto a aquellos que, valiéndose del razonamiento, han provocado las objeciones precedentes, no es fácil convencerles si no admiten algún principio respecto del que no exijan la razón. Porque toda prueba, toda demostración, parte de un principio de este género. El no admitirlo es suprimir todo debate, y por consiguiente toda prueba. Para tales personas no existen pruebas que aportar. Pero los que solo dudan, en razón de las dificultades de las que acabamos de hablar, es fácil esfumar su incertidumbre y descartar de su espíritu lo que constituye su duda. Esto es evidente conforme a lo que hemos dicho antes.
De aquí resulta claramente que las afirmaciones opuestas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo del mismo objeto; que los contrarios tampoco pueden encontrarse simultáneamente, puesto que toda contrariedad contiene una privación, de lo que puede uno asegurarse reduciendo a su principio las nociones de los contrarios. En igual forma, ningún término medio puede afirmarse sino de un solo y mismo ser; supongamos que el sujeto sea blanco; si decimos que no es blanco ni no-blanco, incurriremos en error, porque resultaría de aquí que el mismo objeto sería blanco y no lo sería. Solo uno de los dos términos comprendidos a la vez en la expresión podrá afirmarse del objeto; será, si se afirma lo no-blanco, la negación de lo blanco. No se puede, por tanto, estar en la verdad admitiendo el principio de Heráclito o el de Anaxágoras; sin esto podrían afirmarse los contrarios del mismo ser. Porque cuando Anaxágoras sostiene que todo está en todo, dice que lo dulce, lo amargo y todos los demás contrarios se encuentran en ello igualmente, puesto que todo está en todo, no solo en potencia, sino en acto y distintamente. No es posible tampoco que todo sea verdadero y todo falso; en primer lugar a causa de los numerosos absurdos a que conduce esta hipótesis, según hemos dicho; y luego porque, si todo es falso, no se estará en lo verdadero al afirmar que todo es falso; en fin, porque si todo es verdadero, el que diga que todo es falso no dirá una cosa falsa.
Parte VII
Toda ciencia se ocupa de indagar ciertos principios y ciertas causas, con ocasión de cada uno de los objetos a que se extiende su conocimiento. Esto hacen la medicina, la gimnástica y las demás diversas ciencias creadoras,