Obras Completas de Platón. Plato
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»Además le doy tres minas de plata, un vaso de plata de peso de ciento sesenta y cinco dracmas, un anillo y un pendiente de oro, que juntos pesan cuatro dracmas y ocho óbolos. Euclides, el escultor, me debe tres minas. Declaro libre a Artemis (esclava); en cuanto a Sicón, Bictas, Apoloníades y Dionisio los dejo a mi hijo, al que lego igualmente todos los muebles y efectos especificados en el inventario que está en poder de Demetrio. No debo nada a nadie. Los ejecutores testamentarios serán Sóstenes (Tozthenes), Espeusipo, Demetrio, Hegias, Eurimedón, Calímaco y Trasipo».[27]
Tal es su testamento. Sobre su tumba se han grabado muchos epitafios; el primero está concebido así:
«Aquí descansa el divino Aristocles, el primero de los hombres por la justicia y la virtud. Si algún hombre ha podido hacerse ilustre por su sabiduría, es él; ni la envidia misma ha manchado su gloria».
Y otro:
«El cuerpo de Platón, hijo de Aristón, descansa aquí en el seno de la tierra; pero su alma bienaventurada habita en la estancia de los inmortales. Iniciado hoy en la vida celeste, recibe desde lejos los homenajes de los hombres virtuosos».
La que sigue es más moderna:
«Águila, ¿por qué vuelas por encima de esta tumba? Dime a qué punto de la estancia celeste se dirige tu mirada. —Yo soy la sombra de Platón, cuya alma ha volado al Olimpo; el Ática, su patria, conserva sus restos mortales».
También se le ha compuesto el epitafio siguiente:
«¿Cómo Febo hubiera podido, si no hubiera dado un Platón a la Grecia, regenerar por las letras las almas de los mortales? Asclepio, hijo de Apolo, es el médico de los cuerpos; Platón lo es del alma inmortal».
Y he aquí otro sobre su muerte:
«Febo ha dado a los mortales a Asclepio y a Platón; éste médico del alma, aquél del cuerpo. Platón asistía a una comida nupcial cuando partió para la ciudad eterna, que él mismo se había construido, y a la que había dado por base la estancia de Júpiter».
Tuvo por discípulos a: Espeusipo, de Atenas; Jenócrates, de Calcedonia; Aristóteles, de Estagira; Filipo, de Opunte; Histieo, de Perinto; Dión, de Siracusa; Amiclo, de Heraclea; Erasto y Corisco, ambos de Escepto; Timolao, de Cícico; Eumón, de Lámpsaco; Pitón y Heráclides, uno y otro de Emo; Hipótales y Cálipo, de Atenas; Demetrio, de Anfípolis; Heráclides, de Ponto, y muchos otros, entre quienes se cuentan dos mujeres: Lastenea, de Mantinea, y Axiotea, de Pliunte. Dicearco dice que esta última vestía traje de hombre. Algunos ponen al peripatético Teofrasto en el número de sus discípulos; el académico Camelión añade aún a los oradores y políticos Hipérides y Licurgo de Atenas; también Polemón el Escolarca, director de la Academia platónica, cita al orador ateniense Demóstenes; en fin, el también académico Sabino pretende, en el libro cuarto de las Meditaciones, que el escultor Mnesístrato de Tasos recibió lecciones de Platón, y apoya su opinión en pruebas bastante probables.
Observaciones sobre el orden de los Diálogos
No es cuestión fácil de resolver la relativa al orden que debe seguirse en la colocación de los Diálogos de Platón.[28] No es esta una dificultad nueva, sino que data de la más remota antigüedad; así Diógenes Laercio cita cuatro sistemas de clasificación, que hacía ya mucho tiempo se disputaban la opinión de los sabios.[29]
Unos dividían los Diálogos en dos grandes clases, según sus caracteres intrínsecos: los diálogos didácticos, que tienen por objeto la enseñanza de la verdad, y los diálogos zetéticos, que tienen por asunto el arte de descubrirla. Se dividían los primeros en teóricos y prácticos; los segundos en gimnásticos y agonísticos, y cada una de estas categorías comprendía nuevas subdivisiones.
Otros, considerando la forma de los diálogos más que el fondo, los clasificaban en tres series; diálogos dramáticos, diálogos narrativos, diálogos mixtos.
Una tercera clasificación, atribuida por el astrólogo e historiador Trasilo de Alejandría a Platón mismo, agrupaba los diálogos en nueve tetralogías. «Es sabido», dice Diógenes Laercio, «que en los concursos poéticos, en las Panateneas, en las Dionisíacas, y en otras fiestas de Baco, debían presentarse tres tragedias y un drama satírico, y que estas cuatro piezas reunidas formaban lo que se llama una tetralogía». Este ejemplo de los trágicos es el que quiso imitar Platón según Trasilo.
Primera tetralogía: los diálogos que la componen tienen, según Trasilo de Alejandría, un objeto común, esforzándose el autor en sentar cuál debe ser la vida del filósofo. A la cabeza se coloca el Eutifrón o de la santidad (piedad), después la Apología de Sócrates, el Critón o del deber, y el Fedón o del alma.
Segunda tetralogía: Crátilo o de la exactitud de los nombres; Teeteto o de la ciencia; el Sofista o del ser; y el Político o del reinado.
Tercera tetralogía: Parménides o de las ideas; Filebo o del placer; el Banquete o del bien (o del amor); Fedro o del amor.
Cuarta tetralogía: Alcibíades o de la naturaleza del hombre; el Segundo Alcibíades o de la oración; Hiparco o del amor a la ganancia; los Rivales o de la filosofía.
Quinta tetralogía: Teages o de la filosofía; Cármides o de la templanza; Laques o del valor; Lisis o de la amistad.
Sexta tetralogía: Eutidemo o de la disputa; Protágoras o de los sofistas; Gorgias o de la retórica; Menón o de la virtud.
Séptima tetralogía: los Dos Hipias, el primero sobre lo honesto, y el segundo sobre la mentira; Ion o de la Ilíada (poesía); Menéxeno o el elogio fúnebre.
Octava tetralogía: Clitofón o exhortaciones; la República o de lo justo; Timeo o de la naturaleza.
Novena tetralogía: Minos o de la ley; Las Leyes o de la legislación; el Epínomis titulado también: Conversaciones nocturnas o la filosofía; y, finalmente, trece cartas.
Otros sabios, y entre ellos Aristófanes de Bizancio, el gramático, dividían los diálogos, no en tetralogías, sino en trilogías. En la primera colocaban la República, el Timeo y el Critias; en la segunda, el Sofista, el Político y el Crátilo; en la tercera, las Leyes, Minos y el Epínomis; en la cuarta, Teeteto, Eutifrón, y la Apología; en la quinta, Critón, Fedón y las cartas. En cuanto a los otros diálogos los dejaban aislados o no establecían entre ellos ningún orden.[30]
Aquí tenemos ya bastantes sistemas de clasificación, y, sin embargo, a todos se pueden hacer fuertes objeciones.
El primer sistema, por lo pronto, es completamente arbitrario, defecto común a los otros tres; pero además es de una complicación verdaderamente incomprensible. Diógenes Laercio, que lo aprueba, nos hace ver, por los ejemplos mismos que cita, hasta qué