El Ártico. José Luis López de Lizaga
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José Luis López de Lizaga
El Ártico
Viaje a Svalbard y Groenlandia en el verano de 2018
Primera edición: septiembre 2020
© José Luis López de Lizaga
© de esta edición:
Laertes S.L. de Ediciones, 2020
www.laertes.es
Fotografías de José Luis López de Lizaga
Maquetación: JSM
ISBN: 978-84-18292-22-4
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A Mónica, que me regaló el cuaderno.
Prólogo
Viajé al Ártico en el verano de 2018. Compré un pasaje en un crucero que escogí cuidadosamente, tras descartar los barcos grandes que arrojan diariamente a centenares de turistas en las playas. Mi barco era el Rembrandt van Rijn, una goleta holandesa de tres mástiles provista de un motor, construida en 1924, con una tripulación de diez personas y camarotes para solo una treintena de pasajeros. El Rembrandt zarpó de Longyearbyen, en el archipiélago de Svalbard, navegó durante unos días por el noroeste de la isla de Spitsbergen, y después cruzó el mar de Groenlandia y se internó en los fiordos de la remota costa oriental groenlandesa.
Llevaba conmigo algunos libros, y en el Rembrandt había también una pequeña biblioteca sobre la naturaleza y la historia del Ártico. Llevaba también un hermoso cuaderno artesanal, de papel grueso y tapas de cuero. Escribí mucho durante las largas horas de navegación, hasta que se me acabó el cuaderno y tuve que comprar otro (por suerte era posible adquirirlos en el barco). Estas páginas recogen todo lo que escribí, aunque muchas de las anotaciones que hice durante el viaje las corregí y amplié más tarde, especialmente en lo que se refiere al viaje de William Scoresby y a la teoría filosófica de lo sublime.
El viaje fue inolvidable, pero narrarlo me permitirá de verdad no olvidarlo nunca.
Mapas de la travesía del Rembrandt van Rijn
Islas Svalbard
Groenlandia (mapa de William Scoresby, 1823)
Ruta del Rembrandt van Rijn en Spitsbergen (Svalbard)
Travesía del mar de Groenlandia
Ruta del Rembrandt van Rijn en Scoresby Sund (Groenlandia)
Fuentes de los mapas:
Islas Svalbard: Wikimedia Commons.
Groenlandia: W. Scoresby, Journal of a Voyage to the Northern Whale-fishery (1823).
Travesía del Rembrandt van Rijn en Svalbard, el mar de Groenlandia y Scoresby Sund: Jordi Plana y Laurence Dyke (Oceanwide Expeditions).
¡A las naves, filósofos!
F. Nietzsche
Longyearbyen, Spitsbergen (Noruega), 28 de julio
Los hombres han comenzado a preservar la naturaleza cuando han llegado a dominarla por completo. Esto explica por qué la conciencia ecológica es tan difícil de inculcar en comunidades todavía algo atrasadas, cuya relación básica con la naturaleza es aún, en alguna medida, de lucha a vida o muerte. Es verdad que existe un ecologismo primitivo, como también un comunismo primitivo, en sociedades que cuidan y protegen su entorno con el temor reverencial de quien no quiere enojar a una fiera mucho más poderosa que él mismo. Pero este respeto temeroso —que la religión transfigura en una relación interpersonal entre el hombre y sus dioses— no tiene nada que ver con la acuciante certeza moderna de hasta qué punto somos capaces de destruir literalmente nuestro entorno natural. El Ártico simboliza muchas cosas, y también esto.
Desde el siglo xvi los marinos, científicos y aventureros europeos arriesgaron la vida internándose en estos mares de frías aguas en busca de pesca o con el objetivo de cartografiar regiones desconocidas, y también, algo más tarde, intentando alcanzar el Polo Norte. No hace tanto tiempo que se logró este último objetivo, pero en cierto modo se logró haciendo trampas, jugando con ventaja. Los primeros hombres que vieron el Polo Norte lo hicieron desde un dirigible, en una conflictiva expedición liderada por el noruego Amundsen y el italiano Nobile en 1926. Dos décadas después, los integrantes de una expedición soviética al mando de Alexey Tryoshnikov fueron los primeros hombres que pisaron el Polo Norte, pero llegaron hasta allí en un avión que aterrizó sobre la banquisa. Y en 1969, el británico Wally Herbert, el primer hombre que de verdad alcanzó ese remotísimo punto geográfico sirviéndose de la técnica ancestral del trineo de perros —tan diferente, como todas las técnicas premodernas, de los artefactos inventados a partir de la revolución industrial— recibió ayuda y avituallamiento desde el aire durante su travesía de la banquisa ártica. Cabe afirmar, pues, que el ser humano no alcanzó nunca el Polo Norte por sus propios medios. Fracasó en el intento. No pudo con ello. Ni siquiera lo logró el gran Fridtjof Nansen, que es, de entre los que sobrevivieron para contarlo, quien más cerca estuvo de alcanzarlo valiéndose solo de sus propias fuerzas, las de su compañero Hjalmar Johansen, y las de sus perros. Ahora, por fin, los hombres han conquistado el Polo. Es verdad que lo han hecho con poderosos medios tecnológicos: motores, aviones, helicópteros, sofisticados sistemas de comunicación. Pero lo han logrado. Hasta tal punto es así, que incluso yo mismo estoy ahora relativamente cerca del Polo, tomando un café y un bollo de canela en una agradable cafetería abarrotada de turistas árticos. Pero este triunfo de la civilización es al mismo tiempo un gran fracaso: hemos conquistado el Polo Norte, y el Polo Norte literalmente se esfuma, se nos escapa de las manos. No desaparece el punto geográfico situado a 90º de latitud norte, pero sí el entorno, el escenario al que ese punto estuvo siempre asociado en la imaginación de los hombres. Llegamos al Polo y el Polo responde