Sobre sueños y teosofía. H. P. Blavatsky
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Por lo tanto, nosotros decimos, que el hombre, además del cerebro físico, tiene también un cerebro espiritual. Sí el grado de receptividad del primero depende totalmente de su propia estructura física y desarrollo, por otro lado, está completamente subordinado al segundo, en tanto que es sólo el Ego Espiritual el que puede impresionar más o menos vívidamente al cerebro exterior, con la percepción de las cosas puramente espirituales o inmateriales, ya sea que el Ego se incline más hacia sus dos principios más elevados, o hacia su exterior física. De aquí que dependa de la agudeza de los sentimientos mentales del Ego interior, del grado de espiritualidad de sus facultades, el que pueda transferir la impresión de las escenas que percibe su cerebro semimaterial, las palabras que escucha y lo que siente, al cerebro del hombre exterior. Mientras más fuerte sea la espiritualidad de las facultades del cerebro semiespiritual, lo más fácil será para el Ego el despertar los hemisferios dormidos, mover a la actividad a los ganglios sensores y al cerebelo, y grabar en el cerebro físico, —siempre en completa inactividad y descanso durante el sueño profundo del hombre— la vívida imagen del asunto transferido. En un hombre sensual, no espiritual, en uno cuyo modo de vida, propensiones y pasiones animales, han desconectado completamente su Ego animal, astral de su “Alma Espiritual” superior; lo mismo que en aquél cuya dura labor física ha desgastado de tal manera al cuerpo material, haciéndolo temporalmente insensible a la voz y al tacto del Alma Astral —durante el sueño los cerebros de ambos hombres permanecen en un estado completo de anemia o completa inactividad. Tales personas rara vez, o quizás jamás en su vida, tendrán algún sueño, y menos aún “visiones que lleguen a ocurrir”. En el primer caso, al acercarse el tiempo para despertar, y el sueño se hace más ligero, comienzan a ocurrir cambios mentales, que constituyen los sueños en los cuales la inteligencia no jugará parte alguna; su cerebro semidespierto sólo sugerirá imágenes que únicamente serán grotescas reproducciones borrosas de sus hábitos desenfrenados de vida; mientras que en el segundo caso, a menos que esté fuertemente preocupado con algún pensamiento excepcional, su instinto siempre presente de hábitos activos lo despertará al instante a la completa vigilia, sin ningún interludio, y sin permitirle permanecer en ese estado semidormido, durante el cual, al comenzar a regresar la conciencia, vemos sueños de varias clases. Por otro lado, mientras más espiritual sea un hombre, lo más activa será su fantasía, y tendrá mayores probabilidades de recibir en visión, las correctas impresiones que le sean comunicadas por su Ego, que todo lo ve y que siempre se encuentra despierto. Los sentidos espirituales de éste último al no estar impedidos por la interferencia de los sentidos físicos, están en intimidad directa con su principio espiritual supremo; y éste último, aunque sea una parte casi inconsciente de lo completamente inconsciente, debido a que es totalmente lo Absoluto inmaterial, tiene, sin embargo, en sí mismo, capacidades inherentes de omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia las cuales, tan pronto como la esencia pura llega en contacto con la materia pura sublimada, y (para nosotros) imponderable, imparte, hasta cierto punto, estos atributos al Ego Astral en la medida de su pureza. De aquí que las personas altamente espirituales verán visiones y sueños cuando están durmiendo y aún en sus horas de vigilia; esos son los sensitivos, los videntes nacidos naturalmente, ahora vagamente denominados mediums espirituales, sin que se haga ninguna distinción entre un vidente subjetivo, un sujeto, y un adepto, alguien que se ha hecho independiente de sus idiosincrasias fisiológicas y que ha sojuzgado enteramente al hombre exterior por medio del interior. Aquellos espiritualmente menos dotados, verán tales sueños pero a muy contados intervalos, dependiendo la precisión de esos últimos, de la intensidad de su sentimiento en relación al objeto percibido.
Es así como, en este tema de la verificación de los sueños, así como en muchos otros, la ciencia se encuentra ante un problema no resuelto, cuya naturaleza insoluble ha sido creada por su propia terquedad materialista, y su sistema rutinario acariciado por largo tiempo. Porque, o bien, el hombre es un ser dual, con un Ego interior en él, siendo este Ego el “hombre real”, distinto de, e independiente del hombre exterior en proporción a la preponderancia o debilidad del cuerpo material; un Ego que el alcance de sus sentidos se extiende mucho más allá del límite otorgado a los sentidos físicos del hombre; un Ego que sobrevive al deterioro de su cubierta exterior, al menos por un tiempo, aún cuando un mal rumbo de vida lo haya hecho fracasar en lograr una unión perfecta con su Centro Superior de Conciencia espiritual, esto es el unir su individualidad con Âtma, (en cada caso desvaneciéndose la personalidad); o bien, el testimonio de millones de hombres abarcando varios miles de años; la evidencia proporcionada en nuestro propio siglo por cientos de los hombres más educados, frecuentemente por las luminarias más grandes de la ciencia, toda esta evidencia, decimos, no valdría nada. Con la excepción de un puñado de autoridades científicas, rodeadas por una ansiosa multitud de escépticos y semisabios con conocimientos superficiales que nunca han visto algo, y por lo tanto demandan el derecho a negar todo, ¡el mundo se encuentra condenado como si fuese un gigantesco manicomio! Tiene, sin embargo, un departamento especial, y está reservado para aquellos, que, habiendo probado estar en su cabal juicio, por necesidad, deben ser considerados como impostores y mentirosos. ¿Pero, es que el fenómeno de los sueños ha sido entonces estudiado tan a fondo por la ciencia materialista, que ella ya no tiene nada más que aprender, dado que habla en tonos tan autoritarios sobre esta materia? Nosotros decimos que de ninguna manera. Los fenómenos de la sensación y la volición, del intelecto y del instinto, se manifiestan todos ellos, desde luego, a través de los canales de los centros nerviosos, siendo el cerebro el más importante de ellos. Respecto a la peculiar substancia a través de la cual tienen lugar estas acciones, una substancia cuyas dos formas son la vesicular y la fibrosa, se considera que ésta última es simplemente el propagador de las impresiones enviadas hacia y desde la materia vesicular. Sin embargo aunque la ciencia distingue esta función fisiológica, o es dividida en tres clases —la motora, sensoria y conectora— la misteriosa operación del intelecto permanece tan misteriosa e incomprensible para los grandes fisiólogos como lo era en los días de Hipócrates. La sugerencia científica de que podría haber una cuarta serie asociada con las operaciones del pensamiento no ha ayudado a solucionar el problema, ha fracasado en arrojar el más mínimo rayo de luz sobre el insondable misterio. Ni jamás lo podrán sondear, al menos que nuestros hombres de ciencia acepten la hipótesis del hombre dual.
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