El comportamiento administrativo. Herbert Alexander Simon

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Administration Society, January 1, 36 (6): 648 – 660.

      URWICK, L.F.

      (1956). The Manager’s Span of Control. Harvard Business Review 55 (3): 39-47.

      (1945). The Elements of Administration. Harper & Brothers, New York.

      (1937.c). Science, Values, and Public Administration. En Papers on the Science of Administration (Capítulo XI), editado por Luther Gulick and Lyndall Urwick, New York Institute of Public Administration, Columbia University.

      (1937.b). The Function of Administration (with Special reference to the work of Henri Fayol). En Papers on the Science of Administration (Capítulo IV), editado por Luther Gulick and Lyndall Urwick, New York Institute of Public Administration, Columbia University.

      (1937.a). Organization as a technical Problem. En Papers on the Science of Administration (Capítulo II), editado por Luther Gulick and Lyndall Urwick, New York Institute of Public Administration, Columbia University.

      WALLACE, D. (1941). Federal Departmentalization: A Critique of Theories of Organization. Columbia University Press, New York.

      WHITE, L. (1939). Introduction to the Study of Public Administration. Macmillan, New York.

      WILLIAMSON, O. (1990). Organization Theory: From Chester Barnard to the Present and Beyond. New York: Cambridge University Press.

      WOODWARD, J. (1965). Industrial Organization: Theory and Practice. Oxford University Press, London.

      29. De los mismos autores, con idéntico título (Pugh, et al., 1969).

CAPÍTULO III

       CAPÍTULO III

       HECHO Y VALOR EN LA TOMA DE DECISIONES

      En el Capítulo I se señaló que toda decisión implica dos tipos de elementos, y se los llamó “fácticos” y “de valor”, respectivamente. Esta es una distinción que resulta esencial para la administración. Primero que nada, nos lleva a entender qué se quiere decir con una decisión administrativa “correcta”. En segundo lugar, aclara la diferenciación, que a menudo se realiza en la literatura, entre cuestiones de política y de administración. Estos importantes problemas serán tema del presente capítulo.

      Para fundamentar la respuesta a estas cuestiones sobre primeros principios, sería necesario que este volumen sobre administración estuviera precedido por un tratado filosófico todavía más extenso. Las ideas necesarias ya están disponibles en la bibliografía sobre filosofía. Por ello, se admitirán como punto de partida las conclusiones a las que llega una escuela determinada de la filosofía moderna –el positivismo lógico– y se analizarán sus implicancias para la teoría de las decisiones. El lector que tenga interés en examinar el razonamiento sobre el cual se basan estas doctrinas podrá recurrir a las referencias bibliográficas indicadas en las notas al pie de este capítulo.

      Las decisiones son algo más que proposiciones fácticas. Sin lugar a dudas, describen un estado de cosas a futuro, y esta descripción puede ser verdadera o falsa en un sentido estrictamente empírico; pero poseen, además, una calidad imperativa: seleccionan un estado de cosas a futuro con preferencia a otro y dirigen los comportamientos hacia la alternativa elegida. En suma, tienen un contenido “ético” además de fáctico.

      La argumentación, brevemente, es la siguiente: para determinar si una proposición es correcta, se la debe comparar directamente con la experiencia –con los hechos– o debe conducir por medio del razonamiento lógico a otras proposiciones que puedan ser comparadas con la experiencia. Pero no es posible derivar las proposiciones fácticas de las éticas por medio de ningún proceso de razonamiento, ni comparar las proposiciones éticas directamente con los hechos, dado que afirman “deberes” antes que hechos. Por lo tanto, no existe manera de comprobar en forma empírica o racional si una proposición ética es correcta.

      Desde este punto de vista, si una oración declara que un determinado estado de cosas “debe ser”, o es “preferible” o “deseable”, entonces la oración cumple una función imperativa, y no es ni verdadera ni falsa, correcta ni incorrecta. Como las decisiones implican valoraciones de este tipo, no se pueden describir de manera objetiva como correctas ni como incorrectas.

      Así, mediante una adecuada definición de la palabra “bueno” se pueden construir oraciones del tipo: “Tal estado de cosas ‘es bueno’. Pero de la palabra “bueno” así definida es imposible deducir que: “Tal estado de cosas ‘debería ser bueno’”. La tarea de la ética consiste en seleccionar imperativos, oraciones de “deber ser”; y esto no se puede lograr si se define el término “bueno” de tal manera que simplemente designe las cosas existentes. En este estudio, por lo tanto, expresiones como “bueno” y “deber ser” quedarán reservadas para sus funciones éticas y no se aplicarán al predicado de ningún estado de cosas en un sentido puramente fáctico. De ello se concluye que las decisiones pueden ser “buenas”, pero no pueden, en un sentido amplio, ser “correctas” o “verdaderas”.

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