El comportamiento administrativo. Herbert Alexander Simon
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Quiero recomendar enfáticamente que, antes de analizar estas observaciones, el lector realice la lectura de los capítulos I y II, los comentarios efectuados por Simon a cada capítulo y las observaciones que introduje. Inmediatamente, se aconseja leer el Capítulo III, el Comentario de Simon y evaluar estas observaciones. Después de ello, se recomienda que se haga un paréntesis en la lectura secuencial del libro y se analice y evalúe el contenido del Apéndice. De esta manera, el lector podrá tener un amplio panorama argumental, metodológico y terminológico para examinar más profundamente los fundamentos de las teorías que se presentan en los capítulos posteriores, en especial, en los capítulos IV y V, que constituyen su núcleo. Se aconseja, asimismo, revisar el esquema de la estructura del libro en las observaciones realizadas en el Prefacio.
02. Los humanos expresan sus comportamientos a partir de sus actitudes, conformadas por conjeturas polares del universo en el que interactúan, absolutamente intemporales y abruptas. Este proceso les permite comprender los hechos y otorgarles sentido, acercarse o apartarse de determinadas situaciones y, de esta manera, replicar el proceso de decisión más primitivo, esto es, apelar a las actitudes, cuando no hay ni experiencia ni conocimiento disponibles.
Cuando esas actitudes se socializan y se imponen en una determinada comunidad, reciben el rótulo de “valores”. Vale señalar que ambos términos se utilizan tanto en el ámbito psicológico como en el sociológico. Entonces, cuando se discute de valores, (29) se está hablando de un elemento social con raíz psicológica. Es conveniente reconocer que no es un tratamiento nuevo (Urban, 1909), aunque sí, su enunciación.
Los valores ostentan una dimensión subjetiva, porque no existen valores sin que alguien valore. Los humanos comprenden el mundo que los rodea a partir de su propia asignación de valores y, al hacerlo, generan (construyen) diferentes visiones del mismo mundo que resultan confrontadas por las disímiles motivaciones e intereses de quienes las originan, excitando conflictos que resultan, de esta manera, inmanentes a la esencia humana. El proceso humano de atribución de valores a los hechos implica yuxtaponer etiquetas, rótulos y solemnidades a entes, sujetos, imágenes y signos, apareándolos con un código predeterminado, expresando así sus voluntades. Sin embargo, es imposible determinar si los valores son falsos o verdaderos, pues, al decir de March, Sproull y Tamuz, “...constituyen el más pobre conocimiento que podemos acumular de simples historias y evidencias de uno mismo” (March, et al., 1991).
La libertad y el impulso de la voluntad (lo volitivo) son peculiaridades distintivas de los humanos y determinan una característica teleológica (30) que conlleva el concepto de finalismo, que posibilita explicar la conservación de la especie humana y su evolución cultural y, a la vez, afirmar que resulta imposible aprehender el mundo sin valores. El concepto finalista (31) contiene ínsito el carácter jerárquico de un determinado sistema de valores, implicando la interrelación de sus elementos componentes a partir de su envergadura relativa o precedencia.
Las afirmaciones de Simon se fundamentan en la perspectiva finalista y teleológica de los humanos en su actuación en las instituciones sociales y expresan que es por ello que toda decisión implica la conjunción de elementos de dos clases: juicios de valor (conllevan la elección de finalidades últimas) y juicios de hecho (implican el logro de esas finalidades). (32)
Las proposiciones fácticas comprenden una dimensión empírica y contrastable, mientras que las proposiciones de valor (éticas) invisten una obligación y son imposibles de cualquier derivación lógica del contenido empíricamente observable. Para Simon, solo aquellas pueden ser valoradas como correctas, incorrectas, falsas o verdaderas, porque los valores constituyen el nivel de conocimiento más pobre que se pueda escoger del mundo y esta posición conduce a la presunción metodológica de Simon de la diferente validación de estos juicios: el juicio de valor se valida por la voluntad humana; el juicio fáctico, por los hechos (Simon, 1991.c; 1997.d).
La composición jerárquica y el concepto de finalismo pueden explicitarse en un esquema cuya forma piramidal refleja la interdependencia de los componentes del sistema de valores y un continuo que representa la composición en toda decisión humana con dos extremos, valores y hechos, que siempre existen mezclados en el proceso. Cuando esa mixtura tiene dominancia de valores, nos encontramos en el campo de la axiología “o teoría de los valores” (Bunge, 1998); cuando tiene dominancia de los hechos (acción), nos encontramos en el campo de la praxiología: “La praxiología o teoría de la acción es el estudio de las características generales de la acción humana individual y colectiva. Puede considerarse como el fundamento de la sociotecnología o bien como la más básica y general de todas las teorías sociales, aunque, por desdicha, no la más avanzada” (Bunge, 1998).
Los valores constituyen la especulación más insignificante acerca del mundo, y construyen la forma extrema de información a la que los humanos intentan aferrarse para no sucumbir en el procesamiento no simbólico de la motivación (Simon, 1983.c).
03. En esta sección, se analizará el contenido de algunas de las obras de Simon después de la publicación de El Comportamiento Administrativo, orientando la búsqueda a los fundamentos de las proposiciones de valor y hecho.
En la década del cuarenta, en 1944 más precisamente, Simon comenzó a trabajar con la influencia de los juicios de valor y los juicios de hecho y su incidencia en el proceso de decisión y su incipiente vinculación con el esquema de la cadena de medios y fines (se recomienda analizar lo observado en los capítulos I y IV). Expresó en esa oportunidad: “Cualquier decisión racional puede ser vista como una conclusión derivada de ciertas premisas. Estas premisas son de dos diferentes clases: premisas de valor y premisas fácticas, equivalentes de manera aproximada a fines y medios, respectivamente. Dado un conjunto completo de premisas de valores y fácticas, solo es posible una única decisión que es consistente con la racionalidad. Así, con un sistema dado de valores y un especificado conjunto de alternativas, solo hay una alternativa de ese conjunto que es preferible a otras” (Simon, 1944). Tres años más tarde (1947), rescatando esa esencia, publicó la primera edición de esta obra.
En la década del cincuenta, publicó una obra en colaboración con los profesores Smithburg y Thompson, en la que señaló la importancia de la distinción entre las proposiciones de valor y las proposiciones de hecho en las decisiones en el ámbito público (Simon, et al., 1950). En 1952, Simon formalizó una dura réplica a las críticas de Dwight Waldo (33) que se incorporaron en una publicación que contenía también críticas de Peter Drucker y las réplicas del mismo Waldo (Simon, et al., 1952). En relación con el tema de hechos y valores, pueden considerarse (y así el mismo Simon lo indica) como las apreciaciones de mayor preponderancia en el tema, después de las enunciadas en esta obra. Sus observaciones y comentarios en dicho artículo fueron muy incisivos, ásperos y hasta despectivos hacia Waldo.
Comenzó con una expresión irónica: “Ámame y ama mi lógica”, y luego continuó: “Un científico no es adulado (y en mi personal sistema de valores, no debiera) si se le dice que sus conclusiones son buenas, pero que no sigue las premisas. Si el pie de página del señor Waldo es correcto, entonces yo debería ser condenado, no adulado. Seré perdonado, tal vez, por creer que las aseveraciones del pie de página son incorrectas y por desear que el señor Waldo deba indicar más específicamente dónde se encuentra la brecha lógica y cuáles son las premisas y líneas de razonamiento correctas para alcanzar las conclusiones a las que arribé. Espero que si el señor Waldo