El comportamiento administrativo. Herbert Alexander Simon
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Aunque se prefiera la expresión “efectos externos”, atribuida al Premio Nobel de Economía Ronald Harry Coase (Coase, 1990), Simon le otorga el conocimiento al lector del concepto de “externalidad”.
Conviene, entonces, aclarar que el concepto generalizado de “efecto externo” o “externalidad” es la configuración de la situación en la que un determinado agente impone a otro (que no es parte de la transacción) un costo o un beneficio y, en el caso de la sociedad, cuando esta debe soportar la diferencia, que puede ser positiva o negativa.
Lo más probable será que se hable de los “efectos externos negativos” o “externalidades negativas”, como, por ejemplo:
La destrucción del suelo mediante deposición de residuos o alteración de la cubierta vegetal, provocando su erosión o empobrecimiento en nutrientes
La contaminación de aguas superficiales, subterráneas o marinas por focos industriales o urbanos.
La contaminación atmosférica por industrias, calefacciones, vehículos, aerosoles
Las emisiones de ruido y vibraciones de baja frecuencia, de calor o de radiaciones ionizantes.
La contaminación biológica por provocar la proliferación de virus o bacterias o por la introducción de especies animales y vegetales exógenas que alteran las cadenas tróficas.
La degradación del medio ambiente por urbanización incontrolada o modificación de ambientes vírgenes.
Etc.
Se hablará menos de los efectos “externos positivos” o “externalidades positivas”, como, por ejemplo:
La explotación de miel con colmenares de abejas polinizadoras que benefician árboles frutales y huertos.
Una aplicación del teorema de Coase puede analizarse en el problema de la planta de celulosa sobre las costas del río Uruguay, en la República Oriental del Uruguay. Si la meta buscada era desarrollar la economía en la zona, produciendo y generando divisas y empleo, la decisión más eficiente debió haber estado en seleccionar la opción más eficiente para la comunidad (por ejemplo, entre una piscifactoría o una productora de celulosa), pero teniendo en cuenta los valores innegociables de la preservación ambiental, es decir, afianzando la conciencia ecológica, que un Estado no puede soslayar. Las cuatro opciones que plantearía el teorema de Coase generarían dos situaciones eficientes y dos ineficientes, en el sentido apuntado. Obviamente, la decisión adoptada figuraría en dicho análisis como ineficiente (Coase, 1990).
06. En todos sus trabajos sobre el tema de tecnología, Simon reconoce las vertientes del concepto: la vertiente cognitiva (como contenido), la vertiente operativa (como quehacer o proceso) y la vertiente óptica (como producto o artefacto).
Sin embargo, también en la mayoría de sus trabajos, utiliza habitualmente el término “tecnología” para referirse al planteo cognitivo, pues, para Simon, el término no significa otra cosa que “...otro nombre para el conocimiento humano” (Simon, 1997.d). Al describir el proceso tecnológico en su obra, suele utilizar el término “ingeniería” y, al referirse al producto tecnológico o artefacto, habla del mundo artificial.
Es probable que pueda decirse que Simon no fue claro en la consideración expresa de las tres vertientes, y que generó confusiones, especialmente cuando introdujo el término “Metatecnología” como “el conocimiento que influencia y determina los modos en los que se decide aplicar tecnología” que, a su juicio: “...amplía nuestro abanico de alternativas tecnológicas, aumenta nuestro poder para investigar las consecuencias reales o potenciales y sus interconexiones y cambia nuestra postura respecto al entorno, los objetivos y los propios fines” (Simon, 1973.d) y que luego amplió en la sección referida a cómo el motor de vapor y el ordenador tornan “revolucionaria a la Tecnología” (Simon, 1987.j).
Pero absolutamente nadie puede negar su posición frente a este tipo de conocimiento ni a sus pensamientos en relación con consecuencias de su aplicación, sean estas materiales, jurídicas y morales: “La palabra tecnología suele traer a la mente los artefactos del Hombre. Trae a la mente máquinas, acerías, centrales eléctricas, excavadoras y refinerías. Trae a la mente materiales sintéticos (plástico y nailon) y sustancias poderosas (DDT y vacuna contra la polio). Trae a la mente procesos de producción: la cinta continua de molienda e hibridación de granos. Trae a la mente dispositivos de comunicación y transporte: el automóvil y los aviones, teléfono y televisión. Trae a la mente armas nucleares y el ABM. Trae a la mente las consecuencias, buenas y malas, que han tenido y tienen esas máquinas, materiales y procesos para la condición humana y el contexto del Hombre” (Simon, 1973.d).
Simon no se preocupó demasiado en su comentario de reformular o redimensionar su concepto de tecnología y su supuesto derivado, la Tecnocracia. Supongo que la extrema vaguedad de este último término, (43) o su carencia de valor para describir o prescribir, me exime de mayores comentarios, pero resulta conveniente aclarar que, siendo un concepto relativo, resulta dependiente de la ideología reinante, de la cultura institucional y de la personalidad del actor que decide. Además, resulta absolutamente dependiente de la complejidad del sistema social vigente, de la relativa autonomía institucional, de la legitimación percibida, de la estabilidad relativa del régimen político y de los sistemas globales imperantes. Tratándose de tecnología, siempre evocamos pensamientos de lo artificial y, por ello, dado que Simon mantuvo su pensamiento a través de años, quiero recordar sus palabras al respecto: “Casi todos los elementos que nos rodean dan testimonio del artificio humano. La temperatura en que pasamos la mayor parte del tiempo se mantiene artificialmente a 21º, el aire que respiramos es empobrecido o enriquecido con una cantidad de humedad y las impurezas que inhalamos son producidas –y filtradas– en gran parte por el hombre. Además, para muchos de nosotros –los que llevamos cuello blanco– la parte importante del medio consiste principalmente en hileras de artificios, apodados símbolos, que recibimos a través de ojos y oídos bajo la forma de lenguaje escrito y hablado y que, por nuestra parte, como hago yo ahora, vertemos al ambiente por medio de la boca o de la mano. Las leyes que rigen estas hileras de símbolos, las leyes que rigen las ocasiones en que los emitimos y los recibimos, los determinantes de su contenido, todo ello, constituyen consecuencias del artificio colectivo” (Simon, 1969.a).
Sobrevivir a la crisis organizando el planeta en una red fabulosa de conexiones cuyas consecuencias son contradictorias no es una solución permanente. La globalización tiene aspectos positivos, y las redes abiertas tienen fantásticas oportunidades para la comunicación humana y el espíritu de negocios. La mención de Simon a las redes abiertas y la utilización de software en ellas son prueba evidente. Pero, también, la globalización tiene aspectos negativos en los que se dilapida ese espíritu o se utiliza como enmascaramiento de actitudes autoritarias o de tretas inmorales de negocio o de desastres ambientales o sociales. Los problemas de organización de las instituciones sociales no se arreglan misteriosamente, ni con las redes ni con los programas que permiten trabajar en colaboración en ellas. Expresó Simon en 1997: “La lección principal para ser delineada de estos ejemplos de groupware y de nuestras experiencias hasta el momento con la Web es que la capacidad de cada uno de comunicarse con otros al instante no es ninguna solución mágica de los problemas de organización” (Simon, 1997.g).
Tampoco basta con enunciar planes de conciencia ecológica, tiene que haber compromiso institucional de hacerlos