El alma de los muertos. Alfonso Hernandez-Cata

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El alma de los muertos - Alfonso Hernandez-Cata Cuadernos de Obra Fundamental

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cubanos están manteniendo. Esta actitud valiente de Hernández-Catá implicará el cese fulminante de su cargo de cónsul por las autoridades cubanas y un enfrentamiento personal con el embajador de Cuba en España. Por estas fechas publica su libro de cuentos de carácter más político, que aparece bajo el gráfico y contundente título de Un cementerio en las Antillas. Los cuentos reunidos en el volumen, encabezados por un manifiesto titulado igual que el libro, son, por un lado, caricaturas feroces del general Machado y del embajador de Cuba en Madrid, y, por otro, relatos de los episodios de resistencia que protagonizan el pueblo y los estudiantes. Un libro combativo y polémico que provoca grandes altercados públicos en el Ateneo de Madrid el día en que Hernández-Catá intenta leer el manifiesto preliminar: las «fuerzas» machadistas residentes en la capital organizan tal escándalo que impiden al autor realizar la lectura del texto y, por tanto, al público asistente, escucharlo.

      Al caer el Gobierno del general Machado, Hernández-Catá es llamado a Cuba para ser nombrado oficialmente embajador de su país en España, cargo que desempeñará en Madrid entre 1933 y 1934.

      Posteriormente vuelve a ser reclamado en Cuba y, tras pasar una temporada en la isla, recibe el nombramiento de representante de su país en Panamá con rango de ministro, un puesto que ocupará tan solo algunos meses. En octubre de 1935 llega como ministro de Cuba a Santiago de Chile, donde permanecerá hasta 1938, año en se instala en Río de Janeiro como embajador de Cuba en Brasil.

      Hay que destacar varias notas importantes en estos que serán los últimos cinco años de la vida de nuestro protagonista. Ha sido un hombre que se ha sentido cubano, hispano y europeo, pero que, curiosamente, apenas ha conocido y viajado por el continente americano. Su destino en Chile, primeramente, y el descubrimiento gozoso de Brasil, finalmente, hacen que tome conciencia plena de su condición de «americano». Este importante cambio de perspectiva vital le supondrá adoptar varias decisiones que cambiarán profundamente su actitud. Por de pronto, deja de escribir al ritmo que solía ser su manera natural. En los nuevos cuentos escritos en estos últimos cinco años se advierte un cambio de estilo y quizás una búsqueda de nuevas formas. Por otra parte, su trabajo diplomático le absorbe y se vuelca en crear instituciones oficiales que promuevan lazos estrechos de colaboración e intercambio cultural entre su país, Cuba, y los nuevos países en los que es destinado, con el deseo de establecer redes de comunicación entre los distintos estados hispanoamericanos. Así, como resultado del desarrollo de su labor diplomática, en octubre de 1937 se funda el Instituto Chileno-Cubano de Cultura en la Universidad de Santiago de Chile a iniciativa de la Comisión Chilena de Coo­peración Intelectual, con el apoyo de la embajada de Cuba; de igual manera, en el mes de abril de 1940 se crea el Instituto Cubano-Brasileño en La Habana, con el fin de promover el intercambio cultural, literario, artístico y científico, y en mayo de este mismo año nace el Instituto Brasileño-Cubano, instalado en el palacio de Itamaraty, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil, en Río de Janeiro.

      El 8 de noviembre de 1940, Alfonso Hernández-Catá toma el avión en Río de Janeiro con destino a la ciudad de São Paulo, donde tiene previsto pronunciar unas conferencias. Pero el destino de nuestro protagonista ya estaba escrito:

      Noticias de la Agencia EFE:

      Río de Janeiro, 8. 6 tarde. Diecinueve personas han resultado muertas a consecuencia del choque en el aire entre un avión de transporte del servicio Río a San Pablo y un aparato particular argentino. Uno de los aviones cayó en el mar y el otro sobre la calle. La colisión de los dos aparatos se produjo precisamente sobre el Palacio Presidencial.

      Río de Janeiro, 8. 8 noche. Entre los muertos figura el ministro de Cuba, don Alfonso Hernández-Catá (exembajador en Madrid).[6]

      El príncipe de los cuentos

      Alfonso Hernández-Catá es un literato fuertemente influido en sus inicios por el movimiento modernista europeo, con especial relevancia de la vertiente francesa, influjo al que añadirá el toque de rebeldía y de libertad propio de la bohemia literaria, en este caso madrileña. El que fuera el gran cronista de la vida bohemia de estos años, Emilio Carrere, en fecha tan avanzada como la de 1912, cuando los bohemios ya estaban condenados a ser consi­derados unos seres anacrónicos y un tanto despreciables, continuaba defendiendo ese espíritu inicial revolucionario que prendió con fuerza en toda una juventud que apenas supo salvarse de ser devorada por la miseria y la pobreza:

      Han visto en la bohemia solo el harapo, la greña, el sablazo. Y la bohemia es, en esencia, un magnífico gesto de independencia espiritual. Lo otro es lo secundario, el traje, el parasitismo.[7]

      Porque la cruda realidad es que, en poco tiempo, el ambiente bohemio fue tragándose a sus víctimas y solo pudieron librarse de este exterminio los que, por cuestión del azar, del dinero o de sus aptitudes literarias, supieron evolucionar y salir del estrecho molde del modernismo anacrónico teñido de una bohemia mugrienta, logrando alcanzar un grado de distinción en sus rasgos literarios. Muchos de los que lo consiguieron no dejaron que ser crueles con el recuerdo de esos tiempos pasados tan llenos de contemporáneos abandonados a su suerte y desaparecidos:

      El modernismo, como escuela de preparación, como periodo de transición, caótico, duró poco y murió envuelto en sus propias extravagancias. Los que no supieron evolucionar quedaron envueltos en una sombra lejana, y apenas nos recordamos de ellos alguna vez. Creo firmemente que con nuestra generación morirá el ya decaído prestigio de la bohemia y que nuestros hijos se reirán del poeta hambriento, que rechazaba la credencial por no transigir con el prosaísmo de la burocracia.[8]

      Nuestro protagonista no será uno de estos seres engullidos por la bohemia. Por el contrario, quizás debido a su espíritu optimista, a su simpatía y posiblemente a su buena fortuna, será de los que irá moviéndose ágilmente entre los variados vericuetos de la vida literaria consiguiendo conquistar un lugar en el que poder desarrollar tranquilamente sus talentos y sus inquietudes. El mencionado Emilio Carrere le hace un ajustado retrato en el que se reflejan las numerosas cualidades de las que se vale para sobrevivir:

      Este joven Hernández-Catá ofrece personalmente un gran interés: su vida varia, emocionante, de prodigiosos saltos de funámbula de un plano a otro, de España a América, de la libertad atrabiliaria de la bohemia matritense al empingorotamiento diplomático en la joven república cubana.

      Y Catá ha saltado funambulescamente con la misma sonrisa, sin la menor extrañeza, como un hombre de todos los países y de todos los ambientes.[9]

      Quizás sea esa cualidad la que llega a distinguir a nuestro protagonista: la de ser un hombre de mundo acostumbrado a moverse con soltura en todos los ambientes. Sus años pasados en Europa ejerciendo destinos de escasa importancia diplomática le han servido para ir engrandeciendo la educación de su persona: esa «libre universidad de la vida» donde tanto se aprende y de la que todo se aprovecha.

      Y qué duda cabe, no se puede olvidar su enorme capacidad de trabajo y su poderosa facilidad para la creación literaria. La producción de Alfonso Hernández-Catá es asombrosamente extensa y variada, rica en temas y deslumbrante en cuanto a estilo propio. Nuestro autor cultivó mayormente el género del relato corto, el cuento, en el que llegó a ser un maestro —no en vano, fue llamado «El príncipe de los cuentos» por el escritor, crítico e historiador de la literatura española Federico Sainz de Robles—; fue, asimismo, uno de los autores más prolíficos de la conocida como generación de escritores de La Novela Corta, publicación especializada en este difícil género, y también, aunque en menor medida, se ejercitó en la novela.

      Junto con su amigo Alberto Insúa escribió numerosas obras de teatro que gozaron de buen éxito entre el público y que formaron parte del repertorio de las compañías de los grandes actores del momento, como pudo ser el caso repetido de su colaboración con figuras como Margarita Xirgu, quien estrenaría varias de sus obras. Estos

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