El alma de los muertos. Alfonso Hernandez-Cata
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Todo esto, que evoco mientras asisto, al lado de Catá, al estreno de su comedia, ¡parece ya tan remoto! He aquí a Alberto Insúa, novelista afamado ya; y a Paco Camba, en plena madurez de su talento sutil; y a este Catá, un poco gordo, con su bastón forrado de cuero...
Forrado de cuero... Si en aquellos años le dijesen que usaría un bastón forrado de cuero, Hernández-Catá se hubiera batido.[10]
¡Cosas y circunstancias de la vida! Autor teatral de obras dramáticas del gusto del público burgués español, mientras sigue escribiendo sobre las pasiones humanas o sigue denunciando las desigualdades sociales. Porque de todo esto, y mucho más, hay en la producción de Hernández-Catá.
Y de pronto, toda la producción literaria parece que se detiene ante el deslumbramiento del continente americano. Hernández-Catá apenas escribe y apenas publica; el trabajo diplomático desarrollado en esos últimos años de su vida le absorbe totalmente, aunque se deja ver, en lo que raramente publica, un cambio o una búsqueda de nuevos caminos y de una fórmula distinta a la hora de encararse con la escritura. «Casa de novela», el último cuento de la primera sección de esta antología, puede ser un buen ejemplo de lo que Hernández-Catá comienza a querer experimentar, una nueva forma de expresión literaria, una nueva manera de relatar un cuento.
Pero parece que el camino emprendido es más hondo y profundo de lo imaginado. En una carta remitida al ensayista e historiador de la literatura cubano Félix Lizaso el 5 de mayo de 1938 desde Río de Janeiro, Alfonso Hernández-Catá realiza una confesión conmovedora:
Quiero ensayar a rehacer mi concepción, mi visión de la vida; América me tiene turbado, enamorado. Y ojalá que en los años que me quedan pueda darle, hijo pródigo que empero jamás se sintió desprendido de ella, alguna prueba del bien que me ha hecho este reencuentro.[11]
La fatalidad del destino dejó interrumpido ese último deseo de nuestro autor, pero, por encima de lo que aspiraba a expresar en estos años de descubrimiento gozoso del continente americano y de profundización en su esencia de americano, es indudable la calidad extrema que se desprendió siempre de su prosa.
Hay, en la prosa de Hernández-Catá, una exaltación magnífica y una armonía sinfónica como de voz de mar. Recuérdese que sus sentidos se pusieron en contacto con el mundo en una isla. [...] Lo que en Unamuno era metafísica, dogma, horror ante el ser desintegrado, fue, en Hernández-Catá, aventura intensa. Pero aventura humana, de arcilla y de ensueño indivisibles. Y su pesimismo, que provenía de la «carne triste», calificada por Mallarmé, apesadumbró en él, con frecuencia, la luz deslumbrante de su tierra, transmutándola en esa atmósfera, triste y nubosa, propia de los nórdicos Knut Hamsun y Strindberg. De ahí que casi todos sus entes de ficción puedan decir con Hebbel: «Somos tan pequeños como nuestra alegría, pero tan grandes como nuestro dolor».[12]
Nuestra edición
Toda selección o antología sobre la obra de un autor cualquiera, o de un escritor, como en el caso que nos ocupa, suele ser considerada un resumen que aspira a mostrar lo mejor o lo más representativo de su trabajo según la opinión del encargado de hacer esta criba. Lo cual viene a decir que cualquier selección o antología será siempre un resultado condicionado por la visión que se quiera mostrar o por el interés que se tenga en resaltar determinados aspectos que el antólogo considere imprescindibles para mejor retratar la figura de la que se ocupa.
Estas cuestiones, con ser obvias, no dejan de presentarse y poner ciertas trabas o dificultades a la hora de enfrentarse a la tarea; es decir, a la hora de buscar y rebuscar, de dudar y preguntarse, como sucedió con este compendio, si la selección realizada tendrá o no el resultado deseado. Toda antología de la obra de un escritor, y más cuando se trata de un autor tan prolífico y tan diverso como lo fue Alfonso Hernández-Catá, supone un reto que no deja de tener visos de aventura: en este caso, adentrarse en el mundo literario interior de un excelente narrador de las pasiones, de los sentimientos más nobles y de las flaquezas y de las miserias a las que puede llegar el frágil ser humano. Un mundo tremendamente doloroso y cruel en el que el protagonista se debate en continua lucha contra un destino inexorable.
La presente antología se ha ido agrupando en bloques que permitan dar un ejemplo, a veces amplio, a veces más selecto, de las diferentes preocupaciones temáticas o de las diversas expresiones literarias de las que se valió Hernández-Catá para verter su pensamiento y su obra.
Si nos referimos al primer bloque, en el que se han reunido cuentos de varias temáticas —organizados precisamente al hilo de los argumentos que tratan—, podríamos ir detallando los distintos géneros que el autor gustó de cultivar y que abarcan un amplio espectro de influencias literarias y de preocupaciones constantes. Hernández-Catá fue un lector inquieto, de gustos amplios, y así, en este capítulo inicial de cuentos, se advierte la huella de un mundo literario que incluye a grandes escritores como Guy de Maupassant, Edgar Allan Poe, H. G. Wells, Joseph Conrad, Rudyard Kipling, Oscar Wilde o Gabriele D’Annunzio. Se podrá decir que en este ilustre listado se perciben los gustos de toda una época, la del propio Hernández-Catá, pero no se podrá negar la sabia utilización que hizo el escritor de todas estas lecturas e influencias para levantar un estilo y un entramado narrativo de enorme personalidad.
Pero, si consideramos las más claras influencias literarias que pueden identificarse en Hernández-Catá, no hay que olvidar la profunda afinidad que sentía hacia su admirado Benito Pérez Galdós y el peso que este ejercería sobre su persona y sobre su obra, como quedará reflejado en ese mundo de personajes débiles, frágiles y desamparados, tremendamente humanos, que malviven entre estrecheces intentando enfrentarse a las dificultades de una vida inhóspita e insolidaria. El engaño, la muerte, la locura y la desesperación serán las constantes compañeras de estos seres esencialmente buenos, que llevan una existencia casi fantasmal entre sus semejantes.
Por otro lado, el espíritu de la aventura y el temor al oscuro y desconocido Oriente serán otras de las constantes en el mundo literario de Hernández-Catá, así como el relato de esos atormentados marineros, tan conradianos, cuyo destino estará marcado inexorablemente por el insistente recuerdo, durante las largas travesías marítimas, de los errores cometidos en el pasado y de las terribles pesadillas que no logran borrar de sus mentes.
La violencia y el horror desatados por la Primera Guerra Mundial llevarán a nuestro autor a mantener una actitud beligerante ante la catástrofe que asola Europa y a desarrollar un fuerte espíritu pacifista que se reflejará en sus despiadados cuentos y en las novelas cortas ambientadas en el frente europeo. Actitud esta, de combativo pacifismo, que contrastará con la visión romántica y noble de los cuentos contextualizados en la guerra de Cuba, en los que relata los enfrentamientos entre soldados españoles y mambises cubanos. En este territorio querido de su Cuba natal, la crueldad de la guerra quedará arrinconada, en un segundo plano, ante el protagonismo de la actitud limpia y noble de los contendientes.
En esta antología se ha querido seleccionar una de las piezas literarias que consideramos más hermosas de la producción de Hernández-Catá: el bestiario que, con el nombre de «Egolatría», recogió en su libro La casa de fieras, de 1922, dedicado «a nuestros compañeros en tierra, mar y aire», es decir, a los animales. Por encima de Esopo, de La Fontaine, de Jules Renard o de Rudyard Kipling, cuyos ejemplos conoce y admira, Hernández-Catá quiere dejar constancia de que su bestiario debe alinearse con los escritos por poetas como Guillaume Apollinaire, Leopoldo Lugones, José Juan Tablada y José Moreno Villa. Una precisión que coloca al bestiario de Hernández-Catá en la compañía poética precisa